sábado, febrero 16, 2019

Pablo García Gámez escribe para explicarse y vacilarse la vida

Pablo García Gámez vive ,estudia y trabaja en Nueva York.

La segunda temporada de  la pieza Oscuro, de noche, ahora en la sala Anna Julia Rojas de Unearte, del 14 al 31 de marzo, permite que su autor responda a varias preguntas que ayudarán a los espectadores a interpretar mejor dicho montaje, que ha dirigido Carlos Arroyo y que es producido por la Compañía Nacional de Teatro.
 ¿Pensó en el éxito con este texto?
Desde que lo escribí, Oscuro, de noche se convirtió en un texto con el que me identificaba: expresa visiones que siempre quise abordar.  Se integra a un proceso en el que, a través de la dramaturgia, me reencontraba con la Caracas de mi mente y a la que tenía dos décadas sin ver.  Los otros textos extremadamente caraqueños son Noche tan linda, El Gos, Vendrán tiempos mejores y La vieja herida.  En ellos está la memoria y también la necesidad de explicar cómo es el lugar de dónde soy, un espacio que crítico y celebro.  En el proceso, mi escritura encuentra la alteración de tiempos -el tiempo de la memoria que llega en fragmentos- con personajes que luchan por querer ser, como escribió sobre mi dramaturgia, en Latin American Theatre Review, Antonio César Morón, catedrático de la Universidad de Granada.
“Todo este preámbulo porque no sabía si alguna vez Oscuro, de noche podría ser representado.  De hecho, una vez leí un fragmento en The New School y una asistente al evento comentó: “¡Eso es inmontable!” Yo estaba seguro que era montable, pero no sabía si algún teatrero o grupo estaría dispuesto a correr el riesgo.  Igual estaba satisfecho con lo que leía en el papel.  Definiría Oscuro, de noche como crónica periodística hecha crónica teatral: una crónica con un hecho que ha sido tan manipulado que se convierte en palimpsesto de verdades, medias verdades y mentiras: no sabes qué hechos son realmente ciertos -el caso de los testigos en la obra- algo que ocurre con la información que actualmente nos hacen digerir, mucha de ella desvirtuada.  Era una obra con la que tenía empatía, pero de ahí a pensar que tendría dos temporadas, confieso que no, no lo pensé”.
¿Qué lo llevó a participar en el Concurso de Dramaturgia Nacional Apacuana?
Cuando me enteré del Apacuana, no le presté atención… o se le presté, pero sé de la calidad que hay en la dramaturgia de Venezuela.  A todas estas, mi amigo Hernán Colmenares, me comenta sobre el concurso y me convence que envíe una pieza.  Desempolvo el texto y lo mando. Recuerdo exactamente dónde estaba cuando me enteré que había ganado: estaba en una cafetería y los clientes escucharon un “¡Coño! ¡Me gané el Apacuana!”
“Aprovecho la pregunta para afirmar que el Apacuana debería ser de nuevo inclusivo a los autores venezolanos en el extranjero.  Creo que el diálogo teatral marcará el futuro del país.  A todo nivel.  Hay autores que están fuera del país y lo llevan encima con propuestas que aportan a ese diálogo. Cuando he tenido la oportunidad de intercambiar con estudiantes en Caracas he notado la preocupación por la vanguardia, por inscribirse en la vanguardia tomándola como el grupo de manifestaciones más recientes que se dan en USA o Europa.  A diferencia de este criterio, Richard Schechner -el creador de la disciplina de estudios del performance- dice que la vanguardia es policéntrica: cada espacio tiene su vanguardia.  Creo que la inclusión de autores venezolanos en el exterior abriría un debate que podría abordar aspectos como el que te acabo de comentar.  Además, las ausencias no dialogan.
¿Satisfecho de lo que logró Carlos Arroyo?
No estoy satisfecho con Carlos Arroyo.  Estoy extremadamente agradecido con Carlos Arroyo por todo lo que ha logrado con el texto.  Encontró inmediatamente su carácter manipulable, sus elementos lúdicos.  Vistió al texto de circo, lo subió al cerro.  Hizo que cada actor, cada actriz, cada músico, cada técnico diera lo mejor para crear este musical cerrícola, cerrícola con el orgullo y la humildad de reafirmar de donde emerge la obra.  La práctica que emplea la CNT ofrece la posibilidad de múltiples lecturas al rotar los personajes entre los actores.  Cada función tiene un sabor diferente a las demás, algo difícil, muy difícil de ver en cualquier contexto.
¿Qué le cambiaría a su texto ahora que lo ha visto representado?
Moreno Uribe: no le cambio nada.  El texto sigue allí para ser jugado, para invitar a diferentes lecturas, para jugar con la poesía, la dureza y el vacilón que es la vida.

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