sábado, abril 25, 2020

LUIS PARDI PRESENTE


Luis Pardi fue un valioso integrante de  una generación venezolana que tuvo siempre como mística el trabajo y el amor por el oficio artístico, afirma la investigadora Jenny Rollandad.
A su desaparición, el 8 de mayo de 1990, una pérdida lamentable para las artes escénicas criollas, había sido el director de la Escuela Nacional de Teatro “Cesar Rengifo”, y estaba dedicado, casi a tiempo completo,  la celebración del Día Nacional  del Teatro, cada 28 de junio, según decreto del Ejecutivo.
Luis Egisto Pardi Barazarte, el nombre nombre legal del susodicho Luis Pardi, había nacido en Boconó, Estado Trujillo, durante el mes de octubre de 1927, en el seno de una familia muy tradicional, descendiente  de italianos y de vascos, y quizás eso explica su segundo nombre, Egisto, personaje clave en muchas tragedias  de los autores griegos.
Más que actor, Pardi fue museógrafo, un hombre que tuvo conciencia de la importancia que resulta para la memoria de un país, y en este caso el  teatro. Su esfuerzo fue  casi individual  y resulta  difícil entender como compaginó tantas actividades con su trabajo de recopilación. Además de dirigir la “Cesar Rengifo” fue el presidente del fondo de Asistencia Económica del Artista, el cual contaba con los auspicios de Fundarte. Desde ese cargo peleó diariamente para dar dignidad y holgura a los comediantes que ya habían rendido sus respectivos tributos a la actuación y estaban “jubilados”.
Este trujillano, que también fue comunicador social, egresado de la UCV,  entregó a la Biblioteca Teatral “Carlos Salas” su trabajo de investigación de más de 20 años, y  trabajaba todos los días para mostrar sus remozados bríos en su labor.
La periodista Miriam Fleilich, en entrevista que publicó El Nacional del 28 de junio de 1987,le preguntó  por qué un muchacho pueblerino, de familia conservadora, que tomaba agua  de Vichy o  vinos italianos y consumían quesos importados, en lugar de irse para Mérida o a Popayán a seguir una carrera profesional eligiera como leiv motiv al teatro.
Pardi  contó  que su madre  era una dama que leía mucho. “Teníamos una biblioteca familiar muy importante para la época  y que gracias a  luz de las lámparas de carburo, porque no había electricidad todavía, leíamos a Gabriela Mistral, a Emilio Salgarí, a Alejandro Dumas y al padre Borges, cuyos textos estaban absolutamente prohibidos para nosotros. Sí nos pescaban algo grave iba pasar”.
“Uno de mis tíos abuelos, don Pascual de Luca, italiano manejaba El Círculo de los Andes, una empresa cinematográfica que llevaba, a lomo de mula, las películas mudas que venían de Europa, en su mayoría de Italia, para exhibirlas a los pueblos del Táchira, Mérida y Trujillo. Por eso conocí a Lys Putti, Francesca Bertini, a Edna Purviana (la compañera de Chaplin), a Douglas Fairbanks y otros tantos. Veía a esas heroínas y aquellos  héroes, tras lo cual me pregunta: ¿Dios mío cómo se puede llegar a eso? Esas películas existen y están archivadas en nuestra casa de los Andes y eso no se toca. Las tías las prohibían. Todos los años se desenrollaban, se les pone parafina, y se les guarda de nuevo. Son auténticos tesoros cinematográficos”.
Pardi no recordó,  según la periodista Frelichi, cuando se instaló en  Caracas, pero sí fue a finales de los años 40.Aqui terminó su bachillerato en el liceo “Andrés Bello” y luego curso periodismo en la Universidad Central de Venezuela. Se graduó y fue crítico teatral, con seudónimo, pero no continuó  porque fue descubierto. “Cuando supieron que yo era, nada menos que, El convidado de Piedra, lo dejé, porque me  estaba ganando muchos enemigos”.
Hacia 1956, después de dos años de estudios en el Teatro Universitario de la UCV, que a la sazón era dirigido por Guillermo Korn, Georgina de Uriarte y Nicolás Curiel, debutó con “Palabras en la arena” del español Antonio Buero Vallejo.
Hacia 1957 fundó el grupo teatral de la Asociación Venezolana de Periodistas (AVP). Al año siguiente estrenó en La concha Acústica de Bello Monte la obra La dama boba de Lope de Vega, dirigida por Alberto de Paz y Mateos y luego Otelo, bajo la batuta de Román Chalbaud; también Panorama bajo el  puente de Arthur Miller. “Tuve la suerte de trabajar con Chalbaud, cuando se creó la Compañía Nacional de Comedias y considero que es y era el mejor director del país”.
 Entre obras y obras  hace giras por  Colombia, Perú y Ecuador. A finales de los  años 60 es contratado por La Voz de Alemania, en Bogotá, para hacer locución y redactar programas culturales. Lo invitaron, además, para integrar el jurado del Festival de Cine en Berlín, durante dos años seguidos.
Al regresar, lo contrataron para ingresar al elenco estable de la Compañía Nacional de Teatro, del Inciba, en 1972, y hacia 1975 lo nombran director del Museo Nacional de Teatro, al lado de María Teresa Castillo de Otero Silva, Rafael Narvarte y Rebeca Singer.
“En estas corrientes turbulentas del teatro venezolano y del mundial, que siempre las hay, uno tiene que manejarse con cierta diplomacia porque los teatreros son  personas muy sensibles, somos hipersensibles. Tenemos que manejar muy bien las situaciones y el  idioma, porque somos hipersensibles. No hay que olvidar que los actores interpretamos y una frase mal formada puede crear una tormenta inconveniente en un ensayo, en un estreno o en una temporada”.
Y finalmente, la Fleilich le volvió a preguntar  por qué era su gusto por el teatro y por qué le había dedicado su vida entera.
“El teatro es hermoso por lo evolutivo, por lo creativo, porque nunca termina. Ha subsistido a pestes, revoluciones, guerras y es mi pasión; porque el teatro es vivo, tiene sangre, no depende sino del ser humano”.


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