sábado, agosto 12, 2006

Un actor no se retira

El Premio Nacional de Teatro 2006, conquistado por “su dedicación y disciplina en la creación de personajes emblemáticos del teatro, unido a un espíritu y a una visión humanista”, según el jurado que integraron Nicolás Curiel, José Gabriel Núñez y Eduardo Gil, es un histórico y auténtico reconocimiento de la sociedad venezolana para los largos 50 años de excelente vida artística del actor Omar Gonzalo.
ORÍGENES En medio de la humana emoción por haber sido premiado, Omar Gonzalo cuenta que llegó al teatro por la poesía, porque cuando conoció a Romeo Costea lo presentaron como recitador, y como tal, lo invitó a participar en su primera incursión en el teatro venezolano (porque venía de una actividad teatral en Europa), Velada poética, el 1 de abril de 1955 y el 9 de junio de ese mismo año, al primer espectáculo propiamente teatral, El velo de preces del repertorio clásico japonés en el Centro Venezolano-Francés. “Me he considerado siempre como un privilegiado del teatro venezolano porque el día de mi debut estuvieron presentes Alberto de Paz y Mateos, Juana Sujo, y Horacio Peterson, quienes desde entonces me brindaron su apoyo y amistad. Fue fundamental haber conocido a Romeo Costea, no solo para mi debut en el teatro sino que durante 50 años hemos mantenido una amistad profesional excepcional y en este tiempo y con el grupo Compás he hecho 18 obras y giras por todas las cárceles, cuarteles y colegios (además de teatros) del país, y además participé en el primer Festival Panamericano de Teatro en México 1958. Todas esas obras de teatro iniciales se hicieron también para la televisión en vivo”.
Admite que su proceso formativo en lo teatral fue sobre las tablas, donde recibió la influencia de sus compañeros de escena. “Luego, como tenía buena dicción, que adquirí como recitador, y por mi propio interés en la materia, me hice profesor de dicción en las escuelas Juana Sujo y otros cursos de teatro que se daban en la época. En 1970 me fui a Francia y me aceptaron en la Escuela Superior Nacional de Teatro de Strasbourg, de donde salí diplomado tres años después. En total permanecí cuatro años en Europa recorriendo teatros, escuelas, talleres, festivales, etcétera. En actuación uno nunca sabe todo. Hay que partir de cero para cada personaje y tratar de olvidar el anterior para no ser contaminado por él. A mis 50 años de carrera, sigo en la búsqueda de la perfección de mi instrumento y del actor que quiero ser”.
OFICIO Ha trabajado en 131 espectáculos hasta ahora (como actor, director, asistente de dirección y versionista), y en 105 como actor solamente, entre ellos 14 monólogos, actividad que hace desde 1962.
Acepta que hay una epidemia de “monologuitis” que hace monótona la cartelera teatral, pero no cree que eso esté matando al teatro. Además, subraya, “el teatro venezolano registra como su primera obra conocida, hacia 1801, el monólogo Luis XVI de Domingo José Díaz, y durante ese mismo año se conoció a Vejamen en el grado doctoral de Salvador Delgado, también un monólogo, de José Antonio Montenegro. Esos monólogos, y perdona la reiteración, son anteriores a Venezuela consolada de Andrés Bello, que es considerada por la mayoría como el primer texto del teatro criollo. Y el primer actor del teatro occidental también se inició con monólogos, el griego Thespis. Yo, en este momento tengo ocho monólogos para presentarlos cuando me los soliciten, lo que significa que en mi memoria de actor andan más de 80.000 palabras”.
Opina que el teatro actual es mejor en cuanto a cantidad, pero no así en la calidad. “En mis inicios éramos menos, se hacía menos teatro evidentemente, pero lo hacíamos con pasión, amor y disciplina, que no veo en la actualidad. Debe ser, pienso yo, que en ese momento hacíamos el teatro desinteresadamente, porque pensábamos en él y en nosotros mismos, y ahora las nuevas generaciones piensan más en la televisión y en sus facilidades”.
Sí esta satisfecho por lo obtenido en 50 años de ejercicio profesional. Logró tres cosas sin proponérmelas: un debut excepcional registrado por la prensa nacional en su momento, estudiar en una academia europea, y recibir el Premio Nacional de Teatro. “Siempre queda mucho por hacer, proyectos que quedaron en gaveta. Por ejemplo, Jesús Gómez Obregón, cuando me vio actuar en México en 1958, le recomendó a Romeo y a mi mismo que hiciéramos [ITALICAS] Arlequín, servidor de dos patrones de Goldoni, Las trapacerías de Escapín de Moliere y Las bodas de Fígaro , obras que nunca hice”.
Él, como otros profesionales destacados no piensa en el retiro, porque “los actores no se retiran sino que nos retiran, por falta de trabajo, porque el público no nos soporta o por nuestras carencias físicas. En mi caso, por voluntad y fe, pienso todavía continuar”.
Y como prueba de su capacidad de trabajo, en noviembre próximo debe estrenar Yo, Satán, de Antonio Álamo. Para el 2007 tiene otro espectáculo unipersonal, Puro cuento y una obra sobre Segismund Freud. “Y por supuesto hay varias reposiciones de algunos de mis unipersonales”.
Expresa que, “milagrosamente”, ha vivido del teatro. “Claro, no sólo por actuar sino que en vez de hacer otra profesión paralela distinta al teatro, me he dedicado durante 34 años a la pedagogía teatral en escuelas de teatro, liceos y universidades”.
A las nuevas generaciones de actores les recomienda que comprueben en la práctica si realmente tienen vocación para el teatro, que es lo único que los sostendrá en las largas esperas de un papel a otro o de una toma a otra. “Para mí, las condiciones para hacer teatro no dependen de la inteligencia, hay muchos muy buenos actores brutos, ni de la cultura académica, porque hay actores incultos que han hecho grandes actuaciones. No depende de la belleza porque felizmente los feos también podemos actuar, ni depende de la simpatía personal, porque hay gente que en las fiestas son muy divertidos pero los subes al escenario y pierden el encanto. Se trata de algo misterioso que algunos llaman talento, ángel, duende o carisma, y eso no lo puede saber uno mismo, sino que alguien de afuera lo vea por uno”.
Omar Gonzalo define así su método de actuar o de atrapar a un personaje: “Soy ecléctico totalmente. Algunos roles los hago reflexivamente, otros intuitivamente, y en el mejor de los casos, mezclo intuición y reflexión. Pero lo más importante es la dedicación, disciplina....y la comprobada vocación”.
LA ARDIENTE OSCURIDAD “Nací en Mapararí, Distrito Federación (Capital Churuguara), estado Falcón. Soy, pues, de la sierra falconiana.Fue el 24 de diciembre de 1937, a las 11:30 de la noche. Según me contaron, mi mamá Eva María Saavedra se casó, en primeras nupcias, a los 14 años con Manuel López , mucho mayor que ella. Este Manuel ya tenía un hijo, Antonio José López, con otra mujer descendiente de los indios Ayamanes. llamada Verónica. Manuel López, tres o cuatro años después de casarse con Eva María, murió sin haber tenido hijos con ella. Al quedar viuda mi mamá, como había una pequeña hacienda de café de por medio, (entre los herederos Antonio José y mi mamá), mis abuelos maternos recomendaron que en vez de pelearse por la hacienda se casaran. Este matrimonio no funcionó muy bien, aunque nacieron en total cuatro hijos, porque papá era parrandero y jugador y se bebió en alcohol el café de la hacienda. Razón por la cual, a los cinco años yo tuve que salir a trabajar en una hacienda de tabaco. En total, viví mis primeros 9 años entre Santa Cruz de Bucaral, La Taza, La Sabana y Mapararí. Y por eso me llamo, pues, Omar Gonzalo López Saavedra. Salí de Mapararí porque no había posibilidades de estudio ni de un trabajo mejor remunerado, y mi mamá me llevó a casa de un familiar que tenía una pensión en Barquisimeto. Allí trabajé primeramente como muchacho de los mandados y vendedor de chucherías en los cines. Cuando aprendí a leer a los 11 años, y por influencia de Manuel Felipe López, quien era locutor y recitador, me hice a la vez recitador. Así empecé a tener contacto con el público. Estudié la primaria en Barquisimeto, viví solo durante tres años, conseguí trabajos mejor remunerados y en el año 52 vi la primera obra de teatro en mi vida, La ardiente oscuridad de Antonio Buero Vallejo, dirigida por Luis Peraza (Pepepito). Como me hice lector y en busca de mejores horizontes, me vine a Caracas a finales de 1952 y trabajé como librero”.

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