lunes, abril 23, 2007

¿Venezuela en un avión o en un acuario?

Gustavo Ott (Caracas, 1963) no se cansa de repetir que el dinero de los premios, que conquista con sus piezas teatrales, lo invierte en “comprar tiempo”. Sí, tiempo que gasta en investigaciones escénicas, en la redacción de nuevos textos y sus montajes, y en algo que agota las hojas de su pasaporte: las giras internacionales para su grupo Textoteatro y sus espectáculos. Así, lleva más de 13 años, sin parar, y eso lo hace el autor venezolano más popular de la última década, gracias además a su página Web (www.gustavoott.com.arg) en la cual oferta más de una veintena de obras en español y otros idiomas, piezas que son representadas en otros escenarios tras la respectiva cancelación de los derechos de autor a la españolísima SGAE (Sociedad General de Autores y Editores).
Esto es importante recordarlo ahora, porque Jesús Soto falleció el 14 de enero de 2005 en París y el 16 de agosto de ese mismo año un avión colombiano se estrelló con sus 120 pasajeros en la sierra de Perijá. Esas noticias, reseñadas en un lapso de siete meses por la prensa, dieron carne, sangre e ideas para que Ott , periodista y autor exitoso, escribiera y estrenara su obra 120 vidas x minuto, tras llegar segundo en el Concurso Nacional de Creación Contemporánea y Dramaturgia Innovadora de 2006 del Instituto de Artes Escénicas y Musicales.
Ott no pretendió ser una copia de Brecht o de Rengifo, ni un emulo de Mihura o Chocrón, pero de ellos captó sus habilidades para informar y propalar ideas desde la escena, pero el oficio para diseñar una crónica o un relato audiovisual lo aprendió en la escuela de comunicación social de la Ucab. La ñapa es un poco de “carpintería teatral”, como enseña el patriarca de la crítica José Monleón.
¿Cómo Ott hizo la metáfora escénica de su texto a partir de esas informaciones que dieron dolorosos titulares? Como lo ha hecho durante las casi dos décadas de su carrera dramatúrgica: dando el preciso valor a las palabras, a la manera y la velocidad de cómo estas se emitan y buscando nuevas, aunque vetustas, maneras, de apoderarse de la escena con sus diestros actores, en este caso: María Brito, Luis Domingo González, Gonzalo Cubero, Carolina Torres y David Villegas. Haciendo lo que los teatreros han ejecutado durante los últimos cuatro mil años: sin temor a equivocarse y esperando siempre que el público entienda todo o parte de lo que pretendió decir o que sea capaz de disfrutar con cosas que no están sobre el escenario. Esa es la magia del teatro del siglo XXI: echar bien un cuento, utilizando todos los recursos concretos y reales que existen, además de usar un el intelecto de los espectadores, agudizado por imágenes preñadas de significados que le llegan por la televisión y el cine. ¡Nunca jamás la humanidad tuvo semejante banquete visual!
¿Dónde está la creación de Ott? Metió a todos los venezolanos en un avión, con sus torturas mentales y demás fantasías, y los puso a viajar con el fantasma del más creativo de los artistas plásticos del mundo, Soto, que deambula en esa aeronave, sentenciada a estrellarse, mientras lanza su sabia perorata sobre el arte y la no existencia de Dios desde que el hombre pudo razonar y crear. José Gabriel Núñez hizo algo parecido en 1966: metió a Venezuela en un estanque y la mostró conflictuada con el ser y el no el ser de la guerrilla y otras menudencias, como se detecta en su pieza Los peces del acuario.
No es fácil ni se digiere en la primera dentellada esta pieza. Tiene un subtexto político de advertencia sobre lo que pueda pasar al colectivo entero sino cambia y se asume como un país de la modernidad, además su discurso y su escenificación no juegan con esa realidad escénica tradicional. ¡El crítico de las mil cabezas materializara su opinión siempre y cuando acuda al Teatro San Martín, allá en el suroeste caraqueño!






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