martes, octubre 23, 2007

Cita a ciegas o el tiempo no perdona

Para los argentinos como Juan Carlos Gené y Mario Diament
el teatro comercial no existe. Lo que sí hay es teatro bien hecho o mal hecho, teatro vacuo o teatro con contenidos y predicas. Recordamos esto porque una pieza del mejor teatro de autoayuda se exhibe, con éxito, en el santo sanctorum, del teatro comercial caraqueño.
Sobre esa pieza, solamente podemos decir que con crueldad manifiesta la vida enseña que hay que arrepentirse de lo que se hizo y no de lo no-hecho, de eso que no pudo ser. Hay que voltear la pagina y escribir otra historia cuando un plan amoroso o social o altruísta no se puede materializar jamás.
Pero gracias al periodista y dramaturgo Mario Diament (Buenos Aires, 1942) y al director Daniel Uribe, hemos visto el espectáculo Cita a ciegas que necesariamente obliga a repensar en lo que pudo ser y no fue, a desandar lo andado, intentar recuperar o detener el sonido de las palabras o querer rescribir la historia misma. Todo eso, por supuesto, desde una butaca del caraqueño teatro Trasnocho y gracias a la loca de la casa, la imaginación apoyada más en los buenos recuerdos porque siempre se esfuman los malos
En fin, gracias al correcto montaje de Cita a ciegas, el cual permitió una lectura digerible, fácil o cómoda de la más reciente pieza de Diament (estrenada en la temporada 2004 de Miami), hemos disfrutado y hasta interesado por un extraño cuento teatralizado que solamente pudo habérsele ocurrido a Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899/Ginebra, 14 de junio de 1986), extraordinario escritor que sí construyó un mundo literario apuntalado incluso en teorías de la física cuántica, auténtico creador de mitos y de mundos que todavía asombran.
Diament, que no niega ni confirma que se haya inspirado en la biografía de Borges y su amplia obra, exhibe en Cita a ciegas a un extraño escritor invidente (como lo fue Borges en buena parte de su vida) sentado en el banco de un parque público urbano para dejar que sus pensamientos escapen y atrapen a cualquier ciudadano o ciudadana que se le acerque, cosa que sucede, porque la soledad y la necesidad de hablar incluso con los desconocidos es real y no es una falacia. Y a él, porque luce culto y vivido y además no vidente, le cuentan sus problemas o sus anhelos cuatro personas para desahogarse, a quienes tambien les relata que una vez se enamoró y a primera vista (aún no era ciego) de una mujer hermosa en una lejana urbe, pero nunca se lo pudo revelar porque ella desapareció. Pero lo que nunca se puede sospechar es que ese ciego encuentra en sus tinieblas a esa mujer que amó y que ahora le confiesa sus cuitas precisamente a él en ese banco que los ha reunido no se sabe hasta cuando. La anécdota mete pánico a esos incapaces de correr un lance amoroso hasta con su misma imagen que los conquista desde el espejo, porque creen que segundos después se toparan con el ideal materializado en otro ser humano. ¿El mundo es de los audaces?
En síntesis, es teatro de autoayuda, en el más puro sentido de los términos, es una advertencia para no marchar por la vida sin exigirse más honestidad en las relaciones humanas, desde la simple amistad hasta la amorosa, sin dejar de lado las filiales. Es una invitación a tomarse en serio los afectos de pareja y luchar, sea como sea, contra las rutinas, que ayudan a matar antes de tiempo a los seres humanos.
Los aportes de Diament y Uribe no se hubiesen podido apreciar sin las certeras participaciones del veterano comediante Alejo Felipe en el rol del escritor invidente, la también reconocida actriz Gioia Lombardini interpretando a una mujer con un conflicto presente que la conducirá a su pasado. Es notable la reaparición de Gonzalo Velutini, otrora histrión del Rajatabla de Carlos Giménez, así como la presencia convincente de Flor Elena González y el debut titubeante, por asi calificarlo, de Abril Schreiber. Es posible que con el paso de las funciones, tres por semana, el elenco se ajuste más y el ritmo general del montaje se sincronice como un reloj suizo, esos que marcan el tiempo vital, ese que no se puede retroceder todavía, aunque Borges ya lo advirtió.
La aceptable producción artística corre por cuenta de Eduardo Fermín y la precisa producción general es de Marcos Purroy y Cristina Neufeld, para el Centro de Directores para el Nuevo Teatro, una institución creada por Carlos Giménez que aún no ha desaparecido.
¡Ah, se nos olvidaba:es un teatro bien hecho!¡Compramos el concepto de los notables teatreros argentinos!

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