domingo, diciembre 09, 2007

Fernando Gómez, el hijo de "La Tachón"

Nada de computadoras ni celulares. Soy de la romana antigua. Tampoco me enchinchorro ni me empantuflo. Con 91 años cumplidos y en ruta hacia los 92, que los cumplo el próximo 13 de marzo, que son edades bien redondas, sigo leyendo y releyendo y preparándome para mi próximo personaje en la película Zamora, que mi amigo Román Chalbaud comienza a rodar durante el mes de enero. Él me ofreció ese rol, que es pequeño, y lo acepté y por eso me estoy dejando crecer la barba, porque debo encarnar a un auditor que investiga para procesar al que sería el gran héroe de la Guerra Federal, al Abel que después mataron miserablemente. Debo recordarle a las nuevas generaciones que el 22 de noviembre de 1952, en los tiempos del general Marcos Pérez Jiménez, hice mi primer teleteatro Donde nace el recuerdo para el Canal 5 y desde entonces me vinculé a ese importante medio.
En 1987 me otorgaron el Premio Nacional de Teatro por mis largas décadas entregadas a la composición de personajes claves para la escena. Pero debo esta pasión, que todavía me embarga, a mi madre Presentación “La Tachón” Castillo, que con papá Rosendo Gómez Peraza, me hicieron nacer en La Guaira, en aquel 1916. Era actriz y cantante de elogiada trayectoria, trabajó con las compañías de Teófilo Leal, Jesús Izquierdo, Emma Soler y Antonio Saavedra, cabezas de las más importantes compañías del teatro venezolano de las cuatro primeras décadas del siglo XX. Hijo de gata... caza ratones, que en mi caso resultaron teatrales.
Hice mi bachillerato en el Liceo Andrés Bello, cuando estaba en la esquina de San Lázaro, y hacia 1937 ya azotaba las calles de Nueva York a donde marché a estudiar medicina, cosa que no pude hacer porque las universidades eran privadas y carísimas, y sólo tenía un aporte de 50 dólares mensuales para sobrevivir. Sin embargo aproveche el tiempo y me entregué a la práctica teatral con unas agrupaciones latinas y además pude ver los mejores espectáculos de la época. Mi primer debut fue pues en Manhattan, en castellano y, por supuesto, con textos de Benavente y otros famosos autores españoles, en el sótano de una iglesia, en el alto Manhattan.
La guerra contra los nazis y los japoneses me asustó y regresé a Caracas para estudiar, definitivamente, medicina en la Universidad Central de Venezuela, donde egresó hacia 1945, cuando Leopoldo García Maldonado era su rector. La Revolución de Octubre me afectó porque era medinista y me fui a trabajar con mi profesión a diversas petroleras, la cual fue mi verdadero modo de ganarme la vida durante varias décadas, pero antes hice una especialización en radiología, en Nueva York.
Pero “Los amigos del teatro”, una agrupación donde estaban Aquiles Certad, Luis Peraza, Guillermo Feo Calcaño y Andrés Eloy Blanco, entre otros, ya me habían sembrado en la escena venezolana. Mi segundo debut, durante los años 40, fue con la obra Pacto de boda, del criollo Alejo Fuenmayor. Y nunca más abandoné el teatro. Tengo las pruebas de haber actuado en unas 100 piezas, todas en el siglo XX, porque en lo que va de esta centuria no he hecho ni una, pero no pierdo las esperanzas. Aunque tengo un monólogo, El juicio del siglo, basado en el libro de Clarence Darrow, montado por Chalbaud en 1960, del cual he hecho unas mil funciones, pero mi sueño, porque no puedo negarlo, es protagonizar la pieza Rey Lear. Tengo memoria y resistencia física, pero es un personaje que exigiría más de la cuenta. Todavía sueño con encarnarlo en un escenario, porque ya hicimos una lectura dramatizada.
Trabajé en excelentes espectáculos, pero no puedo olvidarme de El enemigo del pueblo, El príncipe Constante y especialmente Autorretrato de artista con barba y pumpá, una pieza de Cabrujas, que estrené en 1990, bajo la dirección de José Simón Escalona; ahí encarné al gran pintor Armando Reverón. A finales del siglo pasado hice 1,Reyes,1 de Chocrón. He estado acompañado de magníficos actores y actrices y ahora les agradezco a todos porque sin ellos no hubiese hecho nada, salvo monólogos.
El último aliento
Fernando Gómez Castillo es el actor activo de más edad en las artes escénicas criollas, pero no está solo. Tiene libros, cuadros, fotografías –“La Tachón” está ahí presente- e incalculables recuerdos, además de la familia elegida, que lo acompañan en su quinta en la urbanización El Márquez. Ya se marcharon sus cuatro hermanos y le dejaron alrededor de 15 sobrinos, seis sobrinos nietos y dos sobrinos biznietos. Tiene un sobrino, Juan Carlos Martínez, que hace televisión y lideriza un grupo de teatro. A el le ha dicho que al teatro hay que dedicarle la vida, desde que se inicia. Hay que estudiar permanentemente, hay que luchar hasta el último aliento.

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