sábado, julio 10, 2010

Vagones para el amor

El comediante Fausto Verdial y el director Daniel Farias salieron de escena. La primera actriz America Alonso vive y recuerda el éxito de público y de crítica que cosecharon por la comedia Yo me bajo en la próxima, ¿y usted? del teatrero español Adolfo Marsillach, con la cual hicieron ocho meses de temporada en la sala Cadafe, en 1986.
Para evocar a los ausentes y exaltar a la sobreviviente intérprete, quien, precisamente en 1952, debutó con Nuestra Natacha de Alejandro Casona, el director Daniel Uribe, los actores Henry Soto y Ana Karina Casanova, y el productor Jean Carlos Du Boulay, remontaron ese ya famoso texto sobre una pareja que hace “cortocircuito” en un vagón del Metro de Caracas e inicia una interminable aventura en pos de la felicidad.
América Alonso presenció ahora la primera función de la versión siglo XXI de Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?, en el Celarg, donde se resumen buena parte de las experiencias de un chica y un hombre, quienes, a partir de sus naturales curiosidades, emprenden una insaciable relación y tras 30 días se casan para cumplir con los formalismos, pero después asumen que se equivocaron y rompen…y como no pueden vivir en soledad, vuelven a unirse para separarse otra vez… y así irán repitiendo sus amoríos hasta el infinito.
El director Uribe recibió el abecé teatral del propio Carlos Giménez, además de la pasión y disciplina que hay que ponerle a cada una de las tareas artísticas y por eso asegura haber montado no menos de 80 piezas. Advierte, al escenificar su versión del texto de Marsillach, que es creador y hace su propia lectura de cada obra. Pero él siempre cuida de no deteriorar la esencia del original, porque degradaría el trabajo del autor. Su misión aquí, además, fue comprimir situaciones, eliminar algunas y dejar las básicas para echar bien el cuento de dos amantes que hacen lo imposible para no quedarse solos y decirle al público la necesidad que tienen las parejas de ser sinceras. La comedia tiene su moraleja, porque el problema de todos los amantes es la ausencia de transparencia en sus relaciones humanas y en las íntimas, mucho más.
Tanto Henry Soto como Ana Karina Casanova calzan muy bien los zapatos y los diversos atuendos de sus enamoradizos personajes y, como el montaje es minimalista hasta el extremo, se ven obligados a ingeniárselas para darle al público cada uno de los contextos donde hacen vivir a sus apasionados entes. Y todo eso lo realizan a una velocidad vertiginosa, donde los cambios de indumentarias y de situaciones se sobreponen de tal manera que los obligan a romper la cuarta parte y reírse, con la complicidad del crítico de las mil cabezas, ante el apuro que llevan. En síntesis, logran, a cabalidad, sus objetivos artísticos y la audiencia aplaude agradecida esos 80 minutos del ritual sobre el amor y las vicisitudes que impone para disfrutarlo y retenerlo por un tiempo. ¡Oportuno, delicioso y educativo montaje sobre ese sentimiento que justifica la vida misma!
Genio y figura
Pero el éxito artístico de este montaje, y de eso no nos queda duda alguna, radica en la claridad de conceptos y en el oficio adquirido por Daniel Uribe (San Fernando de Apure, 1959), quien sabe que el teatro, como evento escénico, es la suma de la dramaturgia, las actuaciones y el espectáculo como tal. A él no le gustan las lecturas dramatizadas porque les falta el montaje, esa magia que conmueve al público. En Rajatabla aprendió lo básico y poco a poco fue buscando su propia estética, o sea buscando un tono intimista en sus puestas en escena, muy lejos de los montajes aparatosos. Reconoce que los directores tienen muchos problemas con sus necesidades de comunicación, pero que todo lo sublima acentuando su trabajo con los actores y para ello su guía es América Alonso, “una auténtica maestra, como pocas quedan en este país”.Tampoco acepta los denuestos que algunos hacen del teatro comercial y rechaza que el adjetivo “comercial” sea tomado peyorativamente. Para él, el mejor teatro es el teatro lleno y reitera que todo montaje debe ser comercial, porque el público necesita comprar productos teatrales de alta calidad. “Todo el teatro que aquí se hace es para el público y se le ofrece además una taquilla. En principio todo teatro es comercial, salvo el que se hace gratuitamente para el público, pero su producción la paga alguien, casi siempre el Estado o un ente particular”.

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