viernes, junio 07, 2013

¿QUÉ PASA CON EL TEATRO COLOMBIANO?


Adriana Marín Urrego publica en El Espectador, de  hoy viernes, este articulo,que editamos aquí:
Personajes representativos en la escena teatral colombiana hablan sobre el panorama del país en este arte. Todo está en una nueva dramaturgia. Lo dicen ellos, los que saben. Todo está en eso y en el surgimiento de nuevos directores, de directores jóvenes, de formatos innovadores. Eso es lo que está pasando en la escena colombiana mientras que el teatro grita: queremos público, necesitamos público.
Porque resulta que ellos, los que saben, no son los únicos que pueden ir a teatro. No es algo que solo ellos puedan entender; lo podemos entender todos, a nuestra manera. Y más allá de eso podemos divertirnos y ver su belleza. Sólo hay que encontrar algo que nos guste, con lo que nos sintamos identificados. “El teatro es para todos, pero no todas las obras son para todo el mundo y no todo el mundo es para todas las obras” dice Felipe Botero, un actor, y el actual dramaturgo del teatro R- 101.
Pero la búsqueda de un teatro que nos guste no es sólo de nosotros, como espectadores, es también de los creadores, que están explorando constantemente. Esos que fueron valientes y tomaron al decisión de hacer teatro en Colombia. Pues, si dedicarse a este arte es difícil en cualquier lugar del mundo, aquí lo es aún más. No somos un país que tenga esa cultura: “Aún tenemos los padres vivos y creando” dice Cristóbal Peláez, director del Teatro Matacandelas de Medellín. Y eso es cierto. No tenemos los escenarios codificados en nuestros genes, no nacimos, como los ingleses, con la sombra de Shakespeare ni de Marlowe brindándonos identidad. Santiago García, nuestro gran Padre, sigue presente, produciendo. En teatro tenemos su edad. Somos muy jóvenes y, sin embargo, hay muchas cosas que se han hecho y que se siguen haciendo en todos los niveles.
Y si nos paráramos, de repente, en algún lugar elevado e hicieramos la amplísima pregunta de ¿Qué está pasando en teatro en Colombia?, nos sorprenderíamos con la diversidad de respuestas. Se encenderían una cantidad de luces que parecían estar apagadas en un comienzo. Y las veríamos prenderse, a la señal, empezar a descubrirse.
Dentro de esas luces hay, tal vez, dos tendencias muy claras de lo que está pasando. Y frente a eso muchos están de acuerdo; voces de teatros tradicionales, de teatros de trayectoria, de teatros jóvenes, de dramaturgos y de representantes del gobierno: se está desarrollando la escritura dramática en el país y se le está apostando a las nuevas formas. Lo uno resulta estar directamente relacionado con lo otro.
Hay una generación de jóvenes dramaturgos y directores que están haciendo un nuevo teatro, intentando buscar nuevas formas y distintas maneras de aproximarse al espectador. Muchos de estos jóvenes, hacen parte del grupo de los que fueron, estudiaron y volvieron. Vivieron en Estados Unidos, en España, en Rusia, incluso. Y volvieron para traer todos sus conocimientos. “Lo chévere es que nos están trayendo cosas nuevas pero a su vez, están intentando hablar de país, están intentando hablar de Colombia. Eso es enriquecedor” piensa Botero y Pelaez está de acuerdo: “Hay una gran preocupación por tratar de agarrar esos momentos que está viviendo el país. . . lo que está pasando en el teatro con relación a ese conflicto que, creemos, va durando demasiado”.
Sobre un nuevo Teatro
El conflicto se ha convertido en un tema recurrente. Para los artistas llegó el momento – o siempre ha existido el momento – de denunciar, de evitar que aquello que pasó, lo que está pasando y sus repercusiones se queden en el olvido, en la impunidad, también, de la memoria de los colombianos. Obras como El Deber de Fenster, del Teatro Nacional, sobre la masacre de Trujillo; El ausente, del R-101, que gira alrededor de las desapariciones, Arimbato, el Camino del Árbol, en coproducción del Teatro Varasanta con la compañía Barracuda Carmela, sobre el efecto que tiene el conficto en la comunidad Embera, y La Gallina y el Otro de Umbral Teatro, son algunos ejemplos de ello. La preocupación ha llegado hasta tal punto y el tema ha tenido tal repercusión que el año pasado, el Ministerio de Cultura, publicó Luchando contra el olvido, investigación sobre las dramaturgias del conflicto, un libro en el que aparecen reseñadas 32 obras de dramaturgos colombianos – de 300 que se identificaron – sobre el tema de la violencia en Colombia.
Los dramaturgos están escribiendo sobre eso y los directores lo están montando, pero no lo hacen solamente desde el plano de la denuncia. No quieren que sea así: “El reto para los colectivos teatrales está en ser innovadores, en buscar un teatro que se acerque a las personas de hoy en día, donde obviamente interesan nuestras problemáticas sociales y nuestro contexto, pero que a la vez vaya un poco más allá, que no nos quedemos solamente en resaltar nuestras desgracias sino también nuestro punto de vista estético y artístico” afirma Jorge Hugo Marín, director de la Maldita Vanidad.
Están tomando el tema, junto con muchos otros, para buscar nuevas formas teatrales y para apostarle a los espacios no convencionales. Ya no necesariamente tiene que ser una sala de teatro, puede ser cualquier lugar, una casa, un cuarto de ensayo, dónde sea, cómo sea. Se están rompiendo las normas tradicionales: el espectador ya tiene la posibilidad de participar activamente, de escoger lo que quiere y lo que no quiere ver, de participar como crítico en el proceso de realización de la pieza teatral. El microteatro está entrando en todo su furor.
¿El microteatro? Se encienden las luces de Casa Ensamble y de la Maldita Vanidad. “Teatro para impuntuales” es la promoción que hace Alejandra Borrero con su propuesta. Se presentan obras de 15 minutos de diferentes grupos, de distintos dramaturgos y el público puede escoger a cuál quiere entrar, a la hora que vaya llegando. Jorge Hugo Marín, por su parte, crea ‘La Clínica’, un proyecto en el que invita a todo el mundo, desde los vecinos del barrio hasta expertos en dramaturgia a que vayan, observen y discutan sobre la creación de una pieza corta, desde su concepción, en una lectura dramática, hasta su puesta en escena final.
“Estos jóvenes tienen buenos actores, están trabajando temáticas interesantes y tienen una estética muy contemporánea. Eso se está demostrando a nivel internacional: cada vez son más las invitaciones extranjeras que los grupos de teatro colombianos reciben” dice Ana Marta Pizarro, la directora del Festival Iberoamericano de Teatro. “Es interesante, complementa el coordinador de artes escénicas del Ministerio de Cultura Manuel José Álvarez, que el Festival Translatines de Bayona, Francia, tenga como país invitado a Colombia y que lleve al Teatro Petra que está haciendo, cada vez, un teatro mejor”.
Sin embargo, y a pesar de las invitaciones, no existe el suficiente apoyo por parte del Estado. Aunque se ofrecen becas para estos propósitos – según Álvarez hay dos convocatorias anuales para que los grupos puedan viajar a los festivales a los que los invitan – , todavía faltan muchos estímulos. O eso es lo que sienten algunos, por lo menos: “No hay un programa estable, consciente y concreto del Estado para sacar nuestro teatro. De decir, mire, esto es lo que se hace allá… cuando salimos nos damos cuenta que a la gente le parece ‘muy vital’ el teatro colombiano, y aquí ni nos enteramos de eso” afirma Fernando Montes, director del Teatro Varasanta.
Sobre los dramaturgos y los directores
Personajes como Fabio Rubiano, director del Teatro Petra, o Jorge Hugo Marín son los representantes de ese nuevo rol que se está implantando en las compañías teatrales, el de dramaturgo-director: el que escribe y dirige sus propias obras, el que trabaja sus propios textos. No son los únicos, son muchos más los que lo están haciendo. Ya sea porque escriben desde el escritorio lo que quieren montar en escena o porque, al estilo del Teatro la Candelaria, trabajan en una creación colectiva. Así dicen lo que quieren decir, lo que necesitan: “Creo que está surgiendo la tendencia de empezar a escribir teatro de autor, porque lo necesitamos. Está surgiendo como una tendencia. Necesitamos desesperadamente hablar de los nuestro”, dice Felipe Botero, “Creo que tenemos que explorar nuestras formas y nuestra voz. Colombia tiene que encontrar su voz, porque la tiene”.
Pero entonces viene el problema de la publicación. ¿Para qué escribir si nada se publica? ¿Si nadie quiere publicar y no hay patrocinios para los dramaturgos? Algunos lo hacen, como Rubiano, Marín o Botero, porque cuentan con un grupo para hacer el montaje, porque así pueden lograr que su texto adquiera sentido y visibilización en escena pero, ¿los que no? ¿los que solamente escriben? Como no hay publicaciones, no hay forma de que los conozcan, no hay manera, tampoco, de que monten sus textos.
El ministerio de cultura ha realizado una avanzada importante en ese sentido. Cada vez intentan buscar más apoyos y expandirlos – desde becas de creación hasta apoyos para el sostenimiento de las salas – y, eso, se siente al nivel de los teatros: “Pienso que, incluso, a nivel de políticas estatales hay una apertura”, afirma Carolina Vivas, directora de Umbral Teatro. “No me atrevería a decir que vivimos tiempos oscuros, por el contrario, creo que el diálogo con los sectores está funcionando relativamente bien, desde luego con las limitaciones que pueda tener el estado y el diálogo mismo”.
Quince libros publicó el Ministerio de Cultura el año pasado entre homenajes a los grupos con trayectoria, recuperación de la memoria y enciclopedias teatrales. A nivel de dramaturgia, además del libro ‘Luchando contra el olvido’, se están preparando dos más para su publicación. Uno de ellos, dedicado exclusivamente a los escritores jóvenes.
Pero, como bien lo dice Vivas, el Estado tiene limitaciones. Y eso se sigue evidenciando, también, en la producción escrita: “El sistema económico sigue haciendo muy difícil hacer teatro. El dramaturgo escribe porque hay plata. Él escribe y el grupo se pone a montarlo si hay el patrocinio. Acá nos toca desde ceros y, bueno, eso nos deja un poquito atrasados” afirma Fernando Montes.A pesar de las dificultades, el Teatro Varasanta se ha mantenido en la escena teatral por casi 20 años. Con mucho esfuerzo, han alcanzado cierto nivel de autosostenibilidad.
Por un teatro autosostenible
¿Es eso posible en Colombia? Hay posiciones encontradas al respecto. Mientras que los pertenecientes a los sectores más tradicionales dicen que no, que ningún teatro puede vivir sin apoyos del estado, que para vivir del teatro habría que dedicarse a hacer un teatro que venda, que sea comercial, hay otros que piensan distinto, y que se basan en su experiencia para demostrar que sí se puede. “Nos hemos acostumbrado a que siempre hay que pedirle ayuda al estado” afirma Botero, “Y está bien, el estado debe procurar unos beneficios, incluida la cultura por supuesto. Pero también nos hemos acomodado a esperar que ellos resuelvan. Yo creo que todo el tiempo se está intentando buscar que los grupos sean autosostenibles, y no nos hemos dado cuenta” dice y Jorge Hugo Marín lo respalda en su afirmación: “Se logra si se tiene un buen liderazgo y no sólo un liderazgo artístico. Se debe tener un timón que lidere el proyecto y que lo lleve más allá de las necesidades artísticas”. Estos dos teatreros han empezado a tomar consciencia de la necesidad de gestión dentro del mundo de las artes escénicas. Hablan del artista que actúa, dirige y escribe, pero que también mueve su obra y la promociona.
“Existen experiencias que nos demuestran que sí es posible, pero las estructuras aún son demasiado débiles para pensar que el teatro pueda ser autosostenible. Hay que generar habitos de consumo para que el arte logre posicionarse en un mercado” afirma Narda Rosas, directora de la división de Arte Dramático en Idartes.
Consumo, mercado. Aunque tal vez sea más bonito hablarlo en términos de obras y de públicos, Rosas tiene razón: hay que fortalecer las estructuras. Y esto se logra, más allá de la divulgación y de la venta de boletería, en la educación. Hay que entrar a los colegios y en las universidades, crear, como sostiene Montes, “una mayor consciencia, desde chiquitos, en la formación teatral.” Esa es la mejor manera. Finalmente, con un arte, no siempre se puede – ni se debe – hablar en términos monetarios: “No es la cuestión de si el teatro produce plata o no, la educación de la sensibilidad de un muchacho no se puede medir en términos de producción” afirma Montes.
Cuando nos referimos a las artes escénicas, no podemos hablar de un mercado en el que la relación es unilateral: de productor a consumidor. La responsabilidad, en este caso, también está en nosotros, en el público. Está en pensar en el país que queremos crear. “¿Se imagina un gobierno que promulgue el arte como una formación integral, que sea el punto más alto al que la gente pueda acceder? Un gobierno que tenga los teatros abiertos… eso es alimentar el espíritu de todo su pueblo. Imagínese un gobierno que piense así. Sería otro país ¿no? Sería bonito.” dice Fernando Montes. Pero mientras el gobierno cambia de mentalidad y deja de preocuparse, primero, por el precio de una bala que por el valor de una vida, nos toca a nosotros, desde el teatro, encontrar un país.
Todo está en una nueva dramaturgia. Lo dicen ellos, los que saben. Todo está en eso y en el surgimiento de nuevos directores, de directores jóvenes, de formatos innovadores. Eso es lo que está pasando en la escena colombiana mientras que el teatro grita: queremos público, necesitamos público.
Porque resulta que ellos, los que saben, no son los únicos que pueden ir a teatro. No es algo que solo ellos puedan entender; lo podemos entender todos, a nuestra manera. Y más allá de eso podemos divertirnos y ver su belleza. Sólo hay que encontrar algo que nos guste, con lo que nos sintamos identificados. “El teatro es para todos, pero no todas las obras son para todo el mundo y no todo el mundo es para todas las obras” dice Felipe Botero, un actor, y el actual dramaturgo del teatro R- 101.
Pero la búsqueda de un teatro que nos guste no es sólo de nosotros, como espectadores, es también de los creadores, que están explorando constantemente. Esos que fueron valientes y tomaron al decisión de hacer teatro en Colombia. Pues, si dedicarse a este arte es difícil en cualquier lugar del mundo, aquí lo es aún más. No somos un país que tenga esa cultura: “Aún tenemos los padres vivos y creando” dice Cristóbal Peláez, director del Teatro Matacandelas de Medellín. Y eso es cierto. No tenemos los escenarios codificados en nuestros genes, no nacimos, como los ingleses, con la sombra de Shakespeare ni de Marlowe brindándonos identidad. Santiago García, nuestro gran Padre, sigue presente, produciendo. En teatro tenemos su edad. Somos muy jóvenes y, sin embargo, hay muchas cosas que se han hecho y que se siguen haciendo en todos los niveles.
Y si nos paráramos, de repente, en algún lugar elevado e hicieramos la amplísima pregunta de ¿Qué está pasando en teatro en Colombia?, nos sorprenderíamos con la diversidad de respuestas. Se encenderían una cantidad de luces que parecían estar apagadas en un comienzo. Y las veríamos prenderse, a la señal, empezar a descubrirse.
Dentro de esas luces hay, tal vez, dos tendencias muy claras de lo que está pasando. Y frente a eso muchos están de acuerdo; voces de teatros tradicionales, de teatros de trayectoria, de teatros jóvenes, de dramaturgos y de representantes del gobierno: se está desarrollando la escritura dramática en el país y se le está apostando a las nuevas formas. Lo uno resulta estar directamente relacionado con lo otro.
Hay una generación de jóvenes dramaturgos y directores que están haciendo un nuevo teatro, intentando buscar nuevas formas y distintas maneras de aproximarse al espectador. Muchos de estos jóvenes, hacen parte del grupo de los que fueron, estudiaron y volvieron. Vivieron en Estados Unidos, en España, en Rusia, incluso. Y volvieron para traer todos sus conocimientos. “Lo chévere es que nos están trayendo cosas nuevas pero a su vez, están intentando hablar de país, están intentando hablar de Colombia. Eso es enriquecedor” piensa Botero y Pelaez está de acuerdo: “Hay una gran preocupación por tratar de agarrar esos momentos que está viviendo el país. . . lo que está pasando en el teatro con relación a ese conflicto que, creemos, va durando demasiado”.
Sobre un nuevo Teatro
El conflicto se ha convertido en un tema recurrente. Para los artistas llegó el momento – o siempre ha existido el momento – de denunciar, de evitar que aquello que pasó, lo que está pasando y sus repercusiones se queden en el olvido, en la impunidad, también, de la memoria de los colombianos. Obras como El Deber de Fenster, del Teatro Nacional, sobre la masacre de Trujillo; El ausente, del R-101, que gira alrededor de las desapariciones, Arimbato, el Camino del Árbol, en coproducción del Teatro Varasanta con la compañía Barracuda Carmela, sobre el efecto que tiene el conficto en la comunidad Embera, y La Gallina y el Otro de Umbral Teatro, son algunos ejemplos de ello. La preocupación ha llegado hasta tal punto y el tema ha tenido tal repercusión que el año pasado, el Ministerio de Cultura, publicó “Luchando contra el olvido, investigación sobre las dramaturgias del conflicto”, un libro en el que aparecen reseñadas 32 obras de dramaturgos colombianos – de 300 que se identificaron – sobre el tema de la violencia en Colombia.
Los dramaturgos están escribiendo sobre eso y los directores lo están montando, pero no lo hacen solamente desde el plano de la denuncia. No quieren que sea así: “El reto para los colectivos teatrales está en ser innovadores, en buscar un teatro que se acerque a las personas de hoy en día, donde obviamente interesan nuestras problemáticas sociales y nuestro contexto, pero que a la vez vaya un poco más allá, que no nos quedemos solamente en resaltar nuestras desgracias sino también nuestro punto de vista estético y artístico” afirma Jorge Hugo Marín, director de la Maldita Vanidad.
Están tomando el tema, junto con muchos otros, para buscar nuevas formas teatrales y para apostarle a los espacios no convencionales. Ya no necesariamente tiene que ser una sala de teatro, puede ser cualquier lugar, una casa, un cuarto de ensayo, dónde sea, cómo sea. Se están rompiendo las normas tradicionales: el espectador ya tiene la posibilidad de participar activamente, de escoger lo que quiere y lo que no quiere ver, de participar como crítico en el proceso de realización de la pieza teatral. El microteatro está entrando en todo su furor.
¿El microteatro? Se encienden las luces de Casa Ensamble y de la Maldita Vanidad. “Teatro para impuntuales” es la promoción que hace Alejandra Borrero con su propuesta. Se presentan obras de 15 minutos de diferentes grupos, de distintos dramaturgos y el público puede escoger a cuál quiere entrar, a la hora que vaya llegando. Jorge Hugo Marín, por su parte, crea ‘La Clínica’, un proyecto en el que invita a todo el mundo, desde los vecinos del barrio hasta expertos en dramaturgia a que vayan, observen y discutan sobre la creación de una pieza corta, desde su concepción, en una lectura dramática, hasta su puesta en escena final.
“Estos jóvenes tienen buenos actores, están trabajando temáticas interesantes y tienen una estética muy contemporánea. Eso se está demostrando a nivel internacional: cada vez son más las invitaciones extranjeras que los grupos de teatro colombianos reciben” dice Ana Marta Pizarro, la directora del Festival Iberoamericano de Teatro. “Es interesante, complementa el coordinador de artes escénicas del Ministerio de Cultura Manuel José Álvarez, que el Festival Translatines de Bayona, Francia, tenga como país invitado a Colombia y que lleve al Teatro Petra que está haciendo, cada vez, un teatro mejor”.
Sin embargo, y a pesar de las invitaciones, no existe el suficiente apoyo por parte del Estado. Aunque se ofrecen becas para estos propósitos – según Álvarez hay dos convocatorias anuales para que los grupos puedan viajar a los festivales a los que los invitan – , todavía faltan muchos estímulos. O eso es lo que sienten algunos, por lo menos: “No hay un programa estable, consciente y concreto del Estado para sacar nuestro teatro. De decir, mire, esto es lo que se hace allá… cuando salimos nos damos cuenta que a la gente le parece ‘muy vital’ el teatro colombiano, y aquí ni nos enteramos de eso” afirma Fernando Montes, director del Teatro Varasanta.
Sobre los dramaturgos y los directores
Personajes como Fabio Rubiano, director del Teatro Petra, o Jorge Hugo Marín son los representantes de ese nuevo rol que se está implantando en las compañías teatrales, el de dramaturgo-director: el que escribe y dirige sus propias obras, el que trabaja sus propios textos. No son los únicos, son muchos más los que lo están haciendo. Ya sea porque escriben desde el escritorio lo que quieren montar en escena o porque, al estilo del Teatro la Candelaria, trabajan en una creación colectiva. Así dicen lo que quieren decir, lo que necesitan: “Creo que está surgiendo la tendencia de empezar a escribir teatro de autor, porque lo necesitamos. Está surgiendo como una tendencia. Necesitamos desesperadamente hablar de los nuestro”, dice Felipe Botero, “Creo que tenemos que explorar nuestras formas y nuestra voz. Colombia tiene que encontrar su voz, porque la tiene”.
Pero entonces viene el problema de la publicación. ¿Para qué escribir si nada se publica? ¿Si nadie quiere publicar y no hay patrocinios para los dramaturgos? Algunos lo hacen, como Rubiano, Marín o Botero, porque cuentan con un grupo para hacer el montaje, porque así pueden lograr que su texto adquiera sentido y visibilización en escena pero, ¿los que no? ¿los que solamente escriben? Como no hay publicaciones, no hay forma de que los conozcan, no hay manera, tampoco, de que monten sus textos.
El ministerio de cultura ha realizado una avanzada importante en ese sentido. Cada vez intentan buscar más apoyos y expandirlos – desde becas de creación hasta apoyos para el sostenimiento de las salas – y, eso, se siente al nivel de los teatros: “Pienso que, incluso, a nivel de políticas estatales hay una apertura”, afirma Carolina Vivas, directora de Umbral Teatro. “No me atrevería a decir que vivimos tiempos oscuros, por el contrario, creo que el diálogo con los sectores está funcionando relativamente bien, desde luego con las limitaciones que pueda tener el estado y el diálogo mismo”.
Quince liibros publicó el Ministerio de Cultura el año pasado entre homenajes a los grupos con trayectoria, recuperación de la memoria y enciclopedias teatrales. A nivel de dramaturgia, además del libro ‘Luchando contra el olvido’, se están preparando dos más para su publicación. Uno de ellos, dedicado exclusivamente a los escritores jóvenes.
Pero, como bien lo dice Vivas, el estado tiene limitaciones. Y eso se sigue evidenciando, también, en la producción escrita: “El sistema económico sigue haciendo muy difícil hacer teatro. El dramaturgo escribe porque hay plata. Él escribe y el grupo se pone a montarlo si hay el patrocinio. Acá nos toca desde ceros y, bueno, eso nos deja un poquito atrasados” afirma Fernando Montes.A pesar de las dificultades, el Teatro Varasanta se ha mantenido en la escena teatral por casi 20 años. Con mucho esfuerzo, han alcanzado cierto nivel de autosostenibilidad.
Por un teatro autosostenible
¿Es eso posible en Colombia? Hay posiciones encontradas al respecto. Mientras que los pertenecientes a los sectores más tradicionales dicen que no, que ningún teatro puede vivir sin apoyos del estado, que para vivir del teatro habría que dedicarse a hacer un teatro que venda, que sea comercial, hay otros que piensan distinto, y que se basan en su experiencia para demostrar que sí se puede. “Nos hemos acostumbrado a que siempre hay que pedirle ayuda al estado” afirma Botero, “Y está bien, el estado debe procurar unos beneficios, incluida la cultura por supuesto. Pero también nos hemos acomodado a esperar que ellos resuelvan. Yo creo que todo el tiempo se está intentando buscar que los grupos sean autosostenibles, y no nos hemos dado cuenta” dice y Jorge Hugo Marín lo respalda en su afirmación: “Se logra si se tiene un buen liderazgo y no sólo un liderazgo artístico. Se debe tener un timón que lidere el proyecto y que lo lleve más allá de las necesidades artísticas”. Estos dos teatreros han empezado a tomar consciencia de la necesidad de gestión dentro del mundo de las artes escénicas. Hablan del artista que actúa, dirige y escribe, pero que también mueve su obra y la promociona.
“Existen experiencias que nos demuestran que sí es posible, pero las estructuras aún son demasiado débiles para pensar que el teatro pueda ser autosostenible. Hay que generar habitos de consumo para que el arte logre posicionarse en un mercado” afirma Narda Rosas, directora de la división de Arte Dramático en Idartes.
Consumo, mercado. Aunque tal vez sea más bonito hablarlo en términos de obras y de públicos, Rosas tiene razón: hay que fortalecer las estructuras. Y esto se logra, más allá de la divulgación y de la venta de boletería, en la educación. Hay que entrar a los colegios y en las universidades, crear, como sostiene Montes, “una mayor consciencia, desde chiquitos, en la formación teatral.” Esa es la mejor manera. Finalmente, con un arte, no siempre se puede – ni se debe – hablar en términos monetarios: “No es la cuestión de si el teatro produce plata o no, la educación de la sensibilidad de un muchacho no se puede medir en términos de producción” afirma Montes.
Cuando nos referimos a las artes escénicas, no podemos hablar de un mercado en el que la relación es unilateral: de productor a consumidor. La responsabilidad, en este caso, también está en nosotros, en el público. Está en pensar en el país que queremos crear. “¿Se imagina un gobierno que promulgue el arte como una formación integral, que sea el punto más alto al que la gente pueda acceder? Un gobierno que tenga los teatros abiertos… eso es alimentar el espíritu de todo su pueblo. Imagínese un gobierno que piense así. Sería otro país ¿no? Sería bonito.” dice Fernando Montes. Pero mientras el gobierno cambia de mentalidad y deja de preocuparse, primero, por el precio de una bala que por el valor de una vida, nos toca a nosotros, desde el teatro, encontrar un país.


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