domingo, diciembre 22, 2019

Ha muerto Andrés Martínez, factor de desarrollo del teatro venezolano

No ha sido un matrimonio por lo civil ni por lo eclesiástico. Es “una unión libre” con el Estudio Dramático, el cual devino en Escuela Superior Juana Sujo, la institución privada más antigua del país entregada a la formación de actrices y actores.
Es lo que podemos escribir por ahora ante la muerte del teatrero Andrés Martínez, quien mantuvo funcionado desde varias décadas a la Escuela de Arte Escénico Juana Sujo,  una calle no tan ciega de Quinta Crespo.
Andrés nos declaró en una ocasión que “Ante la desaparición de su fundadora, Porfirio Rodríguez asume la dirección y en febrero de 1983 yo entro en escena para impedir que el claustro desaparezca y se afecte el desarrollo de nuestras artes escénicas. Ahora me preocupa el futuro de este claustro por la zona donde está ubicado, la calle 200 de Quinta Crespo, malograda por una serie de talleres mecánicos”.
Así se presenta Andrés Martínez, dramaturgo venezolano y director de la “Juana Sujo”, responsable de que esa huella dejada por la legendaria actriz, cuando “se fue de gira”, aquel 11 de julio de 1962, no se convierta en fragmentos de recuerdos entre los miles de estudiantes que por ahí pasaron.
Juana Sujo (Buenos Aires, 1918) llega a Caracas el 27 de abril de 1949 y el 11 de noviembre de ese mismo año funda en la sede de Bolívar Film su Estudio Dramático. Se traslada al Museo de Bellas Artes y presenta Las Coéforas de Esquilo, con la participación de sus alumnos. El espectáculo logró un rotundo éxito de público y crítica, por lo cual ella inicia “un viaje muy importante en su vida profesional como es la formación de recursos humanos para el teatro y otras artes de la comunicación. Y es cuando “bautiza” a su Estudio como Escuela Nacional de Arte Escénico, con el apoyo del Ministerio de Educación, para iniciar su década de oro, los años 50. Después llevó su Escuela a la avenida Los Jabillos, de Sabana Grande, muy cerca de su residencia, luego la traslada a los altos del Teatro Nacional, en la esquina de Cipreses, para desarrollar gran parte de su trabajo como maestra. A su muerte la desalojan y en 1962, asume la dirección Porfirio y nuevamente continúa su peregrinar hasta llegar al Teatro Leoncio Martínez, en Plaza Tiuna. Su permanencia es de apenas un año hasta que consigue ese viejo local en Quinta Crespo, donde está desde el año 1969.
Juana, según Andrés, impuso una especial educación de la voz de los aspirantes a comediantes. “En esto era muy precisa e insistía que lo principal del alumno era que se le escuchara la pronunciación. Algunas veces eso era tedioso; pero luego todo era admirable, pues comenzaban las lecciones de actuación, donde los alumnos debían preparar sus tareas individuales hasta lograr el primer papel importante. Los viernes, antes de concluir la clase, era muy precisa para señalarnos que ese fin de semana se presentaría tal concierto, también una muestra de pintura, y lo más importante, había un estreno de una obra teatral. Para cada una de esas actividades, los alumnos debían escribir media cuartilla”.
La pasión de Juana, protagonista del filme venezolano La balandra Isabel llegó esta tarde, también alcanzó hasta el Teatro Los Caobos, donde estrenó numerosas piezas. “Muchas veces he llegado a pensar que su legado es casi una herencia. Fundó desde la Escuela hasta el primer teatro y también una compañía profesional, tal vez la primera que se haya conocido en el país. Han transcurrido muchos años, y ahora me aterra pensar cual será el destino de la escuela después. Por las aulas de la Escuela he visto pasar infinidades de personas, todas con ansías de triunfar en las candilejas. Otras se quedaron en medio del camino, les faltó entusiasmo, ánimo, fiebre de creación y muchas veces eran flojas”, dice Andrés Martínez.
Número 34
Andrés cuenta que conoció a Juana un mes de julio, “tras informarme sobre el proceso de inscripción para participar en los cursos de actuación; pero como era menor de edad, fui autorizado por mi representante. Así pude entrar como alumno regular en su escuela. Era muy distinguida, culta, elegante; siempre se le veía en los estrenos con pieles, guantes y hasta sombreros. Tenía pelo negro y corto, ojos pequeños y hundidos, un rostro redondo, muy ruso, en el cual destacaba una boca grande de labios desdibujados. Lo más bonito de ella eran sus diminutos y delicados pies, calzaba 34. Como su educación teatral la adquirió en Alemania, con las famosas maestras y actrices Lucie Hoflich e Ilka Gruning, esa misma disciplina la puso en práctica en su estudios y posteriormente en su escuela”.


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