lunes, mayo 21, 2007

Elizabeth Schön, la Ionesco de Caracas

Cumplió solamente 86 años y dejo profunda huella y además un testimonio de lo que le correspondió vivir. Era poeta y dramaturga y en ambos campos creó obras que abrieron camino a nuevas generaciones y revelaron a espectadores o lectores la sin razón de la vida misma. Esa angustia de despertar para seguir deshojando una imaginaria flor o lanzar por la ventana los zapatos en un desesperado juego: "¿Me quiere? No. Sí. No...”, tal como lo hace “Ella”, la mágica protagonista de Intervalo, farsa en tres actos, la penúltima pieza de esa “biblia” de la cultura del siglo XX, 13 autores del nuevo teatro venezolano, excelente compilación que logró Carlos Miguel Suárez Radillo.
Recordarla como la bella e inteligente que fue y releer su poesía o su teatro es lo que nos queda a los que seguimos en esta inescrutable marcha. Ella, en 1957, demostró que ya los poemas no le bastaban para interpretar la vida y entregó su Intervalo, que le montó Horacio Peterson en el viejo Ateneo de Caracas, para abrir nuevas vías, gracias a su personalísimo estilo, a la expresión teatral, aunque algunos la vincularon de inmediato al absurdo de Eugene Ionesco, el cual para ese entonces ella no había leído ni visto. El crítico Rubén Monasterios escribió que su teatro se basa en “notable juego: mientras que la situación dramática se mantiene en el ámbito de la lógica, la dislocación de la realidad se logra a través del diálogo y de las formas de conducta -sin modelos en la realidad normal de los personajes”.
Elizabeth Schön, que estudió filosofía, plantea en Intervalo a 13 personajes que responden en cada momento a lo que tienen de sí mismos, liberados del dominio de su creadora y no por incapacidad de ella para guiarlos sino por convicción, en ella, de que sólo por esos caminos ellos lograran representar plenamente la realidad, que es la de todos y, a la vez, la de cada uno. Cada uno, por su otra parte, vive su propia dimensión y, al mismo tiempo, experimenta la necesidad de comunicarse.
La comunicación era su razón para vivir y en los últimos años anhelaba ese dialogo, según relata el teatrero José Gregorio Cabello. Tenia perenne necesidad de comunicarse con todos los seres humanos como único camino para alcanzar la felicidad o aproximarse a ella. Una convencida de que los problemas de todos no son exclusivamente individuales, tal como lo propuso en Melisa y yo, cuya protagonista se acerca al colectivo en busca de la solución de sus problemas, porque siente que los demás tienen que ver con ellos. Y eso también lo hizo en La aldea, Lo importante es que nos miramos, Jamás me miró, La mudanza, La pensión y Al unísono. ¿Era una adelantada para su tiempo?

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