viernes, mayo 18, 2007

Otro teatro gay para provocar a Caracas

La pieza teatral Los chicos de la banda, de Mart Crowley, exhibida en los Off Broadway y Broadway de Nueva York, apuntaló la revolución gay en Estados Unidos, a finales de los años 60. Esa obra se exhibió aquí en el Teatro Las Palmas, dirigida por Jaime Azpilicueta y con la producción de Conchita Obach, durante abril de 1978. Ahora, como homenaje a la nostalgia y para evaluar hasta donde ha avanzado el publico caraqueño, se le muestra versionada, con el ambiguo titulo Los chicos del 69, conducida por César Sierra y en el teatro Escena 8, en Las Mercedes, a partir del 31 de mayo, con la participación de los actores Javier Valcárcel, Pastor Oviedo, Ignacio Marchena, Carlos Arráiz, Andreu Castro, Agustín Segnini, Antony Loruso y Giancarlo D’ Hortensio.
Le preguntamos César Sierra por qué esta pieza.
-Todo partió de una conversación con Aníbal Grunn (quien fue parte vital del elenco inicial) y como homenaje a las personas, como Yanis Chimaras, que en 1978 hacia sus primeros pasos en el teatro, quienes hicieron posible aquel momento. Revisamos el texto y descubrimos que pese al tiempo transcurrido sigue vigente y aún es polémica y profunda. Lo fue en los 70 y todavía hoy. Lo del titulo Los chicos del 69 es porque se trata de una fiesta gay de cumpleaños en el apartamento número 69 de un edificio caraqueño.
-¿Cuál es la esencia de esta obra a la venezolana?
-Profundiza en un universo que hasta el momento de su estreno sólo se tocaba en el teatro con sutilezas o frases de doble sentido. Se mete en una fiesta privada y permite al espectador convertirse en voyeur de la intimidad de nueve personajes. Los desnuda ante el espectador, los hace humanos. Nos permite reír con ellos y llorar con ellos. Nos acerca a sus sentimientos, a su alma, a sus verdades. Y creo que estas verdades reflejan los sentimientos de todos y cada uno de los espectadores. Porque el miedo a envejecer, el temor a la soledad, la necesidad de afecto, el conflicto de la fidelidad, no son temas que pertenecen solamente al mundo homosexual. Son universales. En su momento la pieza mostró al escéptico público heterosexual que, pese a lo que pensaran, los gays eran seres humanos y tan reales como cualquiera de ellos. Personas que padecían sus mismas desgracias y tenían sus mismas necesidades.
-¿No está añeja por toda la revolución gay que se ha dado en el mundo y en Venezuela desde aquellos 70?
-La pieza habla de los sentimientos, de la tolerancia, del primer amor, del miedo a la soledad en la sociedad actual, de lo efímero de la belleza y la juventud. Son temas eternos y que atañen a todos y no sólo al universo homosexual. Es obvio que desde los 70 muchas cosas han cambiado. Y es justo decir que esta pieza estuvo en medio de esos cambios. No olvidemos que fue la primera pieza de temática gay que aterrizó en los escenarios de Broadway. La primera que abordaba el tema con seriedad. No se trataba de la loquita que genera la risa fácil, ni del personaje rechazado por toda la sociedad. Era un verdadero análisis del universo homosexual y de la manera como se integra al entorno. Sus personajes están vivos, sienten sufren y padecen. Y es esa verdad lo que les ha permitido sobrevivir al tiempo. Además, seamos justos: en Latinoamérica todavía nos falta mucho camino que recorrer en esa “revolución”. Todavía se sienten risas y comentarios nerviosos en las salas de cine o de teatro cuando hay un beso o una insinuación amorosa entre dos personas del mismo sexo. Todavía la prensa “rosa” juega al doble sentido cuando se refiere a la decisión sexual de personas famosas. En nuestro país esa revolución gay es teoría, importada de países dónde las cosas sí han cambiado. Una revolución que se da sólo en el seno de la misma comunidad que la pregona. Es una revolución que no ha terminado de salir del closet.
-¿Cómo está planteado el espectáculo?
-Mantenemos el concepto de la fiesta en tiempo real. Queremos que los espectadores sientan que están siendo testigos secretos de la intimidad de estos personajes. Conservamos la obra en 1969, pero hemos hecho algunos ajustes al texto. Hay otras referencias que conservamos, por el sentido de la nostalgia y también como medio de información para las generaciones que no vivieron ese momento. En la obra no existe el sida, ni los teléfonos celulares, ni los mensajes de texto, ni las disecciones políticas. Suena como un tiempo mucho mejor… ¿o no?
-¿No hay una pieza criolla mejor o igual que “Los chicos del 69”?
-Sí y las tenemos mejores y también peores. Pero no creo que exista una igual. No olvidemos que fue la primera, la que inició la carrera de esta temática en el teatro universal. No es que antes no existieran personajes homosexuales en el teatro Allí está el Brick de Tennesse Williams en La gata sobre el tejado caliente o las maestras de La hora de las niñas de Lillian Hellman. O si nos vamos más atrás encontramos a Eduardo II. Ellos siempre estuvieron, porque la homosexualidad siempre existió. Pero fue en esta pieza donde por primera vez se habló del tema abiertamente. Donde por primera vez se discutieron motivos y consecuencias. Donde se sacó al gay del cliché de la loquita para decirle al público que se podía ser homosexual de muchas maneras. Porque la homosexualidad no es un arquetipo. Esta obra va mucho más allá de ser una comedia exitosa, es pionera y quizás, con el tiempo, se convertirá en un clásico. Lo que es indudable es que es una obra puntual en la dramaturgia gay y por ende en la dramaturgia contemporánea.
-¿Y para dónde va la homosexualidad en el teatro, si se tiene en cuenta que la primera referencia es Edipo, cuyo padre Layo paga las mariconerías de su padre Layo?
-El teatro es un espejo de la realidad. Y no me refiero a que tenga que ser una cámara fotográfica que se limite a reflejar la verdad. No, es mucho más. Es una manera de interpretarla, de recrearla, incluso de mejorarla. Pero sea como sea depende de la realidad. Por eso para responder a esta pregunta tendríamos que saber para dónde va la homosexualidad en el mundo. Hoy los homosexuales tienen leyes y derechos. Hay países donde el matrimonio entre personas del mismo sexo es legal y tan válido como el matrimonio heterosexual. Hoy en día los bares y discotecas gays no son clandestinos. Ya los libros de psicología no hablan del homosexualismo como una “desviación sexual” sino como una decisión. Ya no hay médicos buscando la “cura”… pero todavía existe la amenaza del infierno, la idea del pecado. Todavía queda el estigma. Todavía hay batallas que pelear. Hay parlamentos de la obra que parecen escritos ayer… porque a pesar de todos los cambios y las revoluciones, hay problemas que siguen siendo los mismos.
-¿Qué fácil fue armar el elenco?
-No fue fácil para nada. Pero siento que el elenco que tenemos es el que la obra necesitaba. Conversando con Aníbal nos contó que en 1978, cuando se estrenó la obra en Caracas, el proceso de selección y contratación del elenco fue muy similar al nuestro, sumamente complejo. Que las respuestas y razones que esgrimían ciertos actores para rechazar los personajes eran exactamente las mismas… Así que ¿dónde está entonces ese cambio de la revolución gay?... Parece que no entre nuestros actores jóvenes. A diferencia de otros países en el nuestro el closet parece seguir siendo el lugar preferido para diseñarse la carrera de galán de TV. Pero debo decirte que hay personas que estaban fijas en mi mente desde que empezamos a pensar en la obra y que están en el escenario. También es cierto que otros la rechazaron porque estaban involucrados en otros proyectos de teatro. Y eso me encantó. En este momento se está haciendo mucho teatro en Venezuela. Y hay algo más, doloroso y terrible, que confirmé al tratar de armar el elenco: gran parte de esa generación de actores que hoy están entre los 25 y los 35, esos que deberían estar marcando pautas en nuestros escenarios y escribiendo la historia de nuestro teatro se han ido del país… Motivados por la inestabilidad laboral, por la situación política, por la inseguridad. En la minoría de los casos por una búsqueda personal de mejores escenarios. Y digo la “minoría” porque son pocos los que están afuera haciendo teatro… La mayoría sirven tragos, o pasean perros o en el mejor de los casos trabajan en áreas de producción. Y eso es triste… más triste incluso que el temor de algunos a enfrentase a la polémica de un personaje que los confronte… o los descubra.
-¿Dónde deja las piezas de Isaac Chocrón, que es el precursor, por así decirlo, de un teatro que lleva al público a esa conducta o problemática?
-Las piezas de Isaac Chocrón ya tienen su lugar en la historia de nuestro teatro. Y también en la del teatro universal. No creo que necesiten que yo las ubique en determinado lugar. Allí tenemos en escena, una vez más, La revolución y con tanto éxito y polémica como en cualquiera de sus montajes anteriores. Y tu reseñaste hace poco la exhibición, en tercera temporada en USA de O.K. Hay montones de piezas sobre esta temática que sería interesante redescubrir para las nuevas generaciones de espectadores del teatro. Sobre eso tú puedes hablar más que yo, ya que tienes un texto publicado donde analizas el asunto. Chocrón es sin duda el precursor del tema en nuestra dramaturgia, como lo es esta obra de Mart Crowley en la dramaturgia norteamericana y en la universal

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