Francis Rueda prosigue exhibiendo el último trabajo de su esposo Gilberto Pinto |
Los personajes del teatro y el cine son eternos, pero quienes les
dan vida en escenarios o en pantallas no lo son. Por eso la caraqueña Francis
Rueda está empeñada en festejar sus cinco décadas como actriz y además preparar
la fiesta patronal de sus primeros 70 años de vida, la cual ya comenzó con una
breve temporada del unipersonal Encuentro con Francis Rueda, que está
presentando en el teatro Bolívar.
Gracias a la moralista comedia española El sí de las niñas, de Leandro Fernández de Moratín,
conocimos a Francis Rueda (Caracas, 17.05.1949) encarnando a “Doña Francisca”
durante la temporada teatral 1970, en la sala Alberto de Paz y Mateos de El
Nuevo Grupo, bajo la dirección de Antonio Briceño; pero antes, ella había
debutado profesionalmente con Álbum de familia de Nelson Rodrigues, en el Ateneo de Caracas,
dirigida por el brasileño Martin Concalves, durante la temporada de 1968.
Desde entonces seguimos su ascendente carrera profesional y ahora hemos
vuelto a degustarla cuando da vida y pasiones a siete mujeres y un hombre,
pertenecientes a la mejor historia del teatro venezolano y universal, quienes
se hacen hueso y carne gracias a su depurado talento histriónico, al esmero
dramaturgista y la minimalista puesta en escena adelantada por el teatrero
Gilberto Pinto (Caracas,07.09.1929/07.12.2011), con quien estuvo casada.
50 AÑOS
Esta producción del grupo Teatro del Duende (fundado hacia 1955), para
su temporada 2015, le permite a Francis lucir sus capacidades interpretativas,
cultivadas durante los últimos 50 años, por intermedio de algunos de los
personajes que ha interpretado, y que, de especial manera, contribuyeron a su
desarrollo profesional. Pero este montaje es un pretexto para que revele las
razones por las que estudió en la
Escuela Superior de Artes Escénicas Juana Sujo y decidió formar parte del mundo
del teatro y en especial del venezolano.
Y para ello se apoya en la encarnación de personajes como Lucrecia
de la pieza homónima de Gilberto Pinto; Greta Garbo de Oficina
Nro.1 de Miguel Otero
Silva; Laurencia de Fuenteovejuna de Lope de Vega; Ramona
de El rompimiento de
Rafael Guinand; Medea de Medea de Jean Anouilh-Eurípides; Clitemnestra, canción de Carlos
Moreán para La Cátedra del Humor;
Clov de Final de partida de
Samuel Beckett; y Brusca, la rompe fuego de Lo que dejó la tempestad de César Rengifo.
DOS NIVELES
Encuentro con Francis Rueda tiene dos niveles de
lectura: uno político y aleccionador sobre el rol de la mujer, y otro centrado
en las intimidades y las características de la profesión, “esa irrefrenable
inclinación a jugar a ser el otro, al placer y a la angustia de la
transfiguración, hasta llegar a la complementación del ser humano a través del
arte de la actuación”, como dice la actriz.
Su espectáculo está integrado, por ocho segmentos del más puro teatro y
otros ocho apasionados momentos de conversación, donde revela las intimidades
de cada uno de esos personajes, para reiterar finalmente su inquebrantable
decisión de no abandonar jamás su profesión, mientras le queden fuerzas para
cumplir con sus agotadoras exigencias, que además son bastantes.
La mantuana Lucrecia que sueña con el triunfo de Bolívar y la
consolidación de la independencia de la provincia de Venezuela; la desesperada
prostituta Greta Garbo que no quiere consumirse en la asqueante explotación de
un campamento petrolero; la vigorosa Laurencia que le exige a los varones más
masculinidad para que defiendan a sus mujeres y sus hogares; la chismosa
Ramona, una caraqueña que se aterra ante el indetenible avance de la
modernidad; la tragedia de la enamorada Medea que sacrifica a sus hijos para
vengarse de Jasón por el abandono a que somete su familia para desposarse con
una princesa ; la hetaira Clitemnestra que se burla de la sociedad que la usa y
la desecha; el misterioso Clov que presencia el final de la humanidad, y la
loca guerrillera Brusca que habla del regreso de Zamora; son estos los entes que desde la escena lanzan
sus mensajes de amor, de rabia, de desesperación y porque no hasta de
conmiseración hacia un mundo que todavía se niega a aceptar la presencia de las
mujeres en todos los roles de la sociedad. Es un grito de advertencia para
todos aquellos y aquellas (porque también las hay) que no se han dado cuenta de
que los pueblos crecen y demandan más justicia e igualdad, entre otras cosas.
Cabe resaltar que cada uno de los ocho personajes recibe un especial y
aleccionador tratamiento artístico, teniendo en cuenta la historia, el contexto
y las características de cada una de ellos. Ahí es donde se aprecia no sólo el
profesionalismo de la actriz, sino el especial cuidado del director Pinto. El ritmo y la brevedad, menor de una hora, son
golosinas para los espectadores.
Encuentro con Francis Rueda le ha permitido a la
actriz, desde la temporada 2006, cuando lo estrenó, reflexionar y disertar sobre su profesión,
porque apoyándose en algunos de sus más notables trabajos teatrales (su lista
pasa de 100, entre los exhibidos y los que ensayó y no pudo mostrar), aspira
ahora que el público se adentre en el misterio de la creación actoral, “que
para muchos se trata de un terreno desconocido”, como lo ha dicho.
Modelo de profesional
A los 16 años de edad, Francis Rueda entendió
que su razón de ser estaba dentro de esa
caja mágica que es el escenario, para poder vivir otras
vidas, y afrontar constantes desafíos en el teatro. Por eso estudio
en la Escuela Juana Sujo y ahí conoció al profesor Gilberto Pinto, con quien se
casó, años después, y engendraron un hijo, que los hizo abuelos. "Creo
que si no se puede enamorar, conmover, o hacer reír a los
espectadores, no se puede ser actriz". Expresó en una
oportunidad la artista, quien reitera que una actriz debe formarse,
prepararse, leer, escuchar, tener la sensibilidad suficiente para entender lo
que le piden y dar todo de sí misma; y eso
es lo que ha hecho durante 50 años, en el teatro, el
cine y la televisión. Cien obras de teatro, 12 largometrajes,
y numerosas telenovelas, reafirman su inquebrantable decisión de no
abandonar jamás su profesión, mientras le queden fuerzas para cumplir con
sus agotadoras exigencias.
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