domingo, septiembre 01, 2019

La verdad de una traición

Tres comediantes en compleja obra venezolana.
Llevamos muchos años sabiendo, de antemano, como concluiremos la reseña o la crítica de un espectáculo, pero siempre tenemos problemas en el cómo empezar y eso nos ha ocurrido ahora con Alta traición, memorable trabajo artístico del autor Federico Pacanins y el director José Tomas Angola Heredia, el cual hace una breve temporada, en el teatro Humboldt, en la calle Juan Germán Roscio, en San Bernardino.
Hoy hemos optado exaltar, inicialmente, al elenco conformado por el respetable Rolando Padilla, como el mefistofélico poeta estadounidense Ezra Loomis Pound, a quien, luego de habérsele condenado a muerte, se le conmutó la pena declarándosele loco, por lo que fue encerrado en un siquiátrico de Nueva York y liberado 12 años después, para emigrar a Italia y nunca volver a su patria. Asimismo participa el conmovedor Gerardo Soto quien encarna al germano Thomas Mann, Premio Nobel de Literatura en 1929; mientras que Sandra Yajure se encuentra comoda en el rol de la periodista, especie de alter ego del propio Pacanins o quizás aquel necesario puente entre ambos personajes y el público, para quien se hizo todo aquello a muy buena hora por la metáfora que mana de todo aquello, a partir de una obvia reflexión sobre el fascismo europeo, el de Hitler y Mussolini.
Hay que subrayar que la balsámica música, el cuarto personaje del montaje, que se escucha y toca en vivo es de la autoría del dramaturgo, con arreglos del maestro Albert Hernández, al tiempo que los fantásticos solos de violín corresponden a Martín Figueroa. La integración de un grupo de bailarines (Ahina Figueroa, Jorge Escobar y Juan Mora) quienes intepretan una danza contemporánea, coreografiada por Carolina Wolf, le brinda a esta exótica Alta traición una fantástica y hasta cinematográfica visión sensorial y lúdica, enriquecida, a su vez, con algunas técnicas de circo que le otorgan una poco frecuente poética visual. La precisa escenografía es del maestro Freddy Belisario, además que  el innovador diseño de mapping, grabaciones de video y operación son de José Martínez; la  adecuada iluminación es de Manuel Troconis; el audio es de Ángel Fernández; la producción artística y el vestuario son de Edisson Spinetti; la producción es de Yessica Serrano; la dirección general y la puesta en escena, como ya lo habíamos señalado antes, son  de José Tomás Angola, quien lleva en 80 minutos un mensaje muy oportuno para esos vientos que soplan en este planeta para amargarnos a la existencia a todos.
En resumen, hemos optado por remarcar primero a los artistas, porque ya hemos afirmado, en crónicas anteriores, que Federico Pacanins es generosa noticia para el teatro y las artes venezolanas en general, especialmente por su obra escénica, pues, en los últimos 25 años ha escrito y dirigidas variadas crónicas teatrales que involucran sensatamente al género musical, el drama y la comedia. Como director teatral ha puesto en escena otras tantas obras, propias y ajenas. También es productor de programas radiales, discos, conciertos y ciclos de conferencias dedicados a la música y a la difusión cultural venezolana. Tiene una labor respetabilísima como productor de documentales. Ha alternado la escritura y la producción de eventos teatrales y conciertos, con su labor de locutor y conductor de diversos programas de radiales. En cuanto a su labor docente es profesor de las cátedras de Teatro y Venezuela y su circunstancia, ambas en la Universidad Monte Ávila de Caracas. Actualmente es presidente de la Asociación Cultural Humboldt y profesor en ESCÉNICA. Es, pues, un importantísimo trabajador cultural con envidiable hoja de vida, orgullo para su familia y su patria, por supuesto. No anda pavoneándose como muchos que no tienen con qué hacerlo.
MONTAJE
Dos intelectuales, de ideologías enfrentadas, son los protagonistas de Alta traición, el cual permite una reflexión urgente y oportuna al público venezolano. Pacanins encontró extrañas coincidencias en esos iconos literarios de la cultura universal. Y todavía más fascinante resultan esas coincidencias dando lugar a una trama con personajes en tiempos de conflicto, que asumen activamente la propagada de signo contrario: durante la Segunda Guerra Mundial.
Ezra Pound (1885-1972) toma el micrófono radiofónico en Italia ofreciendo programas para advertir a sus compatriotas de las bondades del fascismo y nazismo. Del otro lado, el alemán Thomas Mann (1875-1955), Premio Nobel de Literatura, también ofrece programas radiofónicos advirtiendo a sus compatriotas del error en que incurren al seguir el liderazgo de Hitler. Dos valientes posturas que, en tiempos de guerra, suponen delitos de alta traición hacia sus respectivas naciones. Al concluir la guerra, tanto Pound como Mann deben asumir las consecuencias de sus respectivas posturas como intelectuales en tiempos bélicos. Y las consecuencias, por cierto, son aleccionadoras, por decir lo menos.
Esa deslumbrante coincidencia, que Pacanins ha resaltado, permite desarrollar una trama dramática que muestra  a estos intelectuales en tiempos de conflicto, y también a una periodista como vocera de un  extraño "cuarto poder" que propone la reseña y al veredicto social.
Pacanins aclaró que buscó llevarle al público caraqueño una trama escénica con emociones y pensamientos aleccionadores, producto de tiempos de conflictividad extrema. No lo dijo, pero sí hemos detectado que la lectura del filósofo Platón y en especial de su electrizante Fedón, sanamente le han contaminado de la lógica incertidumbre sobre los tiempos venideros, no solo para su obra artística sino también para su pais venezolano. ¿Y usted que opina estimado lector, eventual espectador? ¿Vaya a verlo?

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