martes, septiembre 24, 2019

Otros cantos al amor

Pedro y José Manuel.
Temáticas, argumentaciones y personajes homosexuales pululan en el teatro venezolano. Y lo recordamos precisamente ahora que en Caracas han estrenado y organizado temporadas con la comedia Smiley, del catalán Guillermo Clua Sarró (1973), más conocido como Guillem Clua, en la sala Experimental del BOD, producida por el entusiasta empresario Douglas Palumbo.
Hay que recordar que autores costumbristas venezolanos   como Leopoldo Ayala Michelena (en El barbero y algo mas),Rafael Guinand y Antonio Saavedra  llevaron a la escena unos cuantos personajes desviados o zoquetes para provocar así una peculiar hilaridad entre el público de la Caracas anterior a la década de 1950.Ellos, como si lo harían Guillermo González y Jorge Bulgaris en la décadas de los 70 y 80, en el Teatro Chacaíto, utilizaron al homosexual como objeto de burlas, como el simpático criado que soporta todos los excesos de su patrón, con tal de estar ahí en su trabajo o en su modus vivendi, porque afuera de sus apartamentos o residencias se les complicaría muchísimo más la existencia.
Hay también que recordar que en pleno año 1970, el Ateneo de Caracas (comandado por María Teresa Castillo de Otero Silva), que para ese momento era el máximo centro teatral, produjo una pieza que escandalizó a toda la sociedad de esa época. Llamaron al director Antonio Constante para que hiciera una polémica versión de Eduardo II de Christopher Marlowe, sobre la pasión de ese rey (Hector Myerston) por Gaveston (Lucio Bueno), su caballero favorito. Las colas de espectadores ansiosos de ingresar a la sala teatral (que funcionaba en la ahora derruida Quinta Ramia) para ver las apasionadas escenas de amor homosexual, obligaron a que la policía vigilara el mencionado recinto, al cual le llegarían otras múltiples escenas atiborradas de erotismo bi-hetero-homosexual con el montaje La orgia, un texto del colombiano Enrique Buenaventura que un argentino recién llegado, Carlos Giménez, llevó al escenario  para provocar otro bochinche de tal  magnitud que obligó a los directivos ateneístas a suspender la pieza.
También en los año 70, el empresario Enzo Morera produjo, para el Teatro Las Palmas (ahora ahí funciona una clínica) una serie de montajes donde el gancho eran los gays, como fue La jaula de las locas y Acelgas con champaña, pero en esa sala se rompieron todas las expectativas con Los chicos de la banda, de Mart Crowley, que era un moderno tratado psicológico de la homosexualidad a partir de ocho locas que se reúnen a celebrar un cumpleaños y aprovechan la situación para hacer una singular  terapia de grupo. También en esos años, Caracas se asombró y aplaudió a La revolución y La máxima felicidad de Isaac Chocrón
En síntesis, el teatro venezolano ha participado ampliamente de la homosexualidad, y ¿cuál ha sido la respuesta del público?  Totalmente óptima, no se ha salido de la sala en protesta, aunque La máxima felicidad y La revolución no eran precisamente una sarta de chistes. Al publico venezolano lo asustan las locas en el escenario ni tampoco en las calle, donde durante altas horas de la noche hay transformistas mostrándose. En un mercado público, para así puntualizarlo.
En resumen, la temática homosexual no le ha sido ajena al teatro venezolano. Lo que ocurre es, como decía Tennessee Williams, no se debe permitir que las conductas sexuales de los personajes sea lo único verdaderamente importante de la pieza, ya que ella debe decir otras cosas más universales y no precisamente tan particulares.
COMEDIA DE AMOR
Guillem Clua, con una impresionante serie de trabajos teatrales, hacia 2012 estrena Smiley en la Sala Flyhard de Barcelona, una comedia romántica entre dos hombres protagonizada por Ramón Pujol y Albert Triola. La obra se transfiere al Teatre Lliure primero y al Club Capitol después, donde está en cartel hasta 2014, año en el que se estrena en el Teatro Lara de Madrid. La obra se ha traducido a varias lenguas.
Álex y Bruno, los dos protagonistas de esta comedia homosexual plenamente romántica, no pueden ser más diferentes. Conforman una pareja en la que sólo tienen en común que son hombres y quienes se han enamorado. Sus diferencias parecen insalvables, y sus personalidades antagónicas, pero lo quieran o no, están unidos, según el mecanismo del autor.
Cuando empieza la obra, Álex acaba de tener un desengaño amoroso. Se hizo ilusiones con alguien que, al cabo de pocas semanas, ha desaparecido del mapa. Y eso no le sienta nada bien. Coge el teléfono y se dispone a pedir explicaciones en un monólogo que tendrá consecuencias de lo más inesperadas. Bruno, por su parte, no se fijaría nunca en alguien como Álex, pero un equívoco propicia que se acaben conociendo. Y lo que empieza como una cita normal y corriente, se acaba convirtiendo en un evento que cambiará la vida de ambos para siempre.
Planteada como una historia de amor clásica, la obra muestra con humor los miedos a los que homosexuales y heterosexuales se enfrentan cuando se enamoran de alguien, explora cómo han cambiado nuestra vida las nuevas tecnologías como el whatsapp o los iPhones, a la vez que disecciona con precisión las contradicciones de las relaciones afectivas dentro de la comunidad gay. Es también un homenaje a las comedias románticas de siempre.  
 Hay que admitir que todos hemos conocido o vivido la historia de Álex y Bruno, con sus toma y daca, con sus broncas y sus reconciliaciones. Porque más allá de la orientación sexual de sus personajes, Smiley nos hace ver que todos somos iguales de vulnerables ante amor, que pueda revelarse u ocultarse. El texto se ha traducido a varias lenguas y ya se ha estrenado en Madrid, Grecia, Chile, México, y ahora se les muestra a los venezolanos
Smiley es una historia de amor con todas las letras. Hace reír y emociona. Plasma el humor de los miedos a los que todos nos enfrentamos cuando nos enamoramos de alguien. Enseña cómo han cambiado nuestras vidas, seas homosexuales o heterosexuales nuestras conductas, las nuevas tecnologías como el whatsapp o los iPhones, a la vez que disecciona con precisión las contradicciones de las relaciones afectivas dentro de la comunidad gay, muy especialmente por su increíble promiscuidad Es una pequeña Wikipedia del ambiente LGTBI barcelonés y también sería un homenaje a las comedias románticas de siempre. Smiley es todo eso y más, pero sobretodo, Smiley es un canto al amor.
Aquí en Caracas, el actor Pedro Borgo, que además funge como director del montaje, materializa convincentemente buena parte de todo lo que redactó Guillem Clua, al lado de José Manuel Suárez. Es, pues, una verdadera delicia actoral, donde Borgo tiene el rol más activo y por ende es el que más sufre con todo esos amoríos teatrales.



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