Soto, González y Cortez en un melodrama sobre la inmigración |
Los artistas venezolanos Diego y Carlota, acompañados por su hijo Federico,
se instalaron en Ciudad de México para construir un futuro al tamaño de sus
necesidades y anhelos; se cansaron de trabajar, soñarlo y no lograrlo. A los
pocos meses de tal inmigración comienzan a sufrir la penuria preñada de soledades
existenciales (tienen más de 20 años de casados), agudizadas porque no atrapan
trabajos cónsonos ni medianamente remunerados y día a día merman los
dólares (rasparon las tarjetas de
crédito). Entran en crisis y buscan
salidas a sus miserias de inmigrantes pobres y sin amigos (hasta en Facebook
los ignoran), en medio de atmósferas recargadas de nostalgia o saudades.
De eso trata la patética saga teatral
¿Tequila o Ron?, de Gennys
Pérez (Barquisimeto, 1969), encarnada magistralmente por los actores
Henry Soto y Verónica Cortez en el
Centro Cultural BOD, con creativa puesta en escena que logra José Jesús
González. Excelente y aleccionadora pieza que -su autora ahora vive en México con su
vástago Néstor Luis - muestra a una minifamilia inmigrante que no ha tenido
suerte ni suficientes divisas para sobrevivir dentro de una sociedad diferente,
aunque coman maíz, mientras encuentran ese indescriptible vellocinio de oro que
los proyectaría en la escala social azteca.
Permite conocer las personalidades de èl y ella: criollo cuatrista
fascinado por las tonadas de Simón Díaz
y prestigiosa actriz que busca encarnar roles importantes en alguna fábrica de
telenovelas. Las peripecias de ese
matrimonio -el hijo no aparece nunca- conmueven al más duro de los
espectadores, porque son seres solitarios y totalmente desvalidos, un tanto
ingenuos; gente que nunca antes emigró, sino que hicieron turismo de bonanza (ta´barato dame dos) y ahora se comen el
pan duro del autodestierro.
¿Tequila o Ron?, que oscila entre la comedia y
el melodrama, no es un panfleto sobre razones o sin razones de la inmigración. Nada
de eso: muestra situaciones críticas ante las
penurias económicas familiares y carece de las tradicionales persecuciones
que desatan las autoridades migratorias contra visitantes al borde de situaciones
ilegales. En USA la situación es más difícil, además del idioma. Y rompe una
lanza a favor de la histórica hospitalidad mexicana. ¡Todo no se ha perdido en
este balcanizado continente!
Al final, Carlota y Federico se quedan solos. Diego, con su cuatro al
hombro, retorna a Caracas, con la promesa de seguirlos amando, aunque no los
vea; una suave variación del Síndrome de Jasón, ese que destruye matrimonios a montón. Madre y
muchacho, bastante asimilados al medio mexicano, tienen sus recompensas: a ella
la contratan para actuar en Televisa y el joven ingresa a la universidad para
organizarse un futuro, con esa mamá gallina atrás. El futuro para ellos sí avanza.
¿Por qué las mujeres venezolanas son así, tan echadas para adelante?, como el
caso de Indira Páez, para hablar de un ser de carne y hueso, que hasta ahora
destaca en Miami.
Cabe exaltar este montaje sin mezquindad alguna, el cual rompe con lo
convencional y combina, con acierto, el stand
up comedy y la actuación hiperrealista, y además fomenta la participación
del público durante los 60 minutos de su relax escénico. ¡O
inventamos o erramos!
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