Héctor Manrique en su fantástico rol de Edmundo Chirinos |
El
teatro es arte profundamente imbricado con lo social. Es una acción escénica
que, quien la ve, recibe un destello que lo ilumine, le de placer o ideas o
imágenes que lo enriquecen, aunque sea mínimamente. No es elitista, ni
críptico, ni superfluo. A través de la estética teatral se puede decir no
a la corrupción, a las dictaduras, al olvido de la memoria colectiva, desde lo
teatral y lo no teatral. Por eso toda pieza de teatro es un ajuste de cuentas,
un enfrentamiento más o menos inmediato con la sociedad. Así lo enseña la
dramaturga Griselda Gambaro (Buenos Aires, 24 de julio de 1928), quien insiste
que toda escritura es teatral y siempre será una confrontación.
Y
cito a Gambaro porque leí sobre Edmundo Chirinos (Churuguara,12.08.1935-Caracas,24.08.2013),
eminente psicólogo, psiquiatra y político, quien tuvo un trágico epílogo vital,
el cual ni él mismo hubiese deseado. Él, en su avatar existencial, se topó con
una paciente, de 19 años, estudiante de periodismo, pero su naturaleza humana
lo llevó hasta el asesinato, quizás para degustar el placer en situaciones
extremas. La justicia venezolana lo condenó a una severa pena pero la muerte lo
sacó de escena; convirtiendo su saga en una desgraciada lección de vida para
todos aquellos que se creen autosuficientes, histriones, seductores y amantes
del peligro. Y le recuerda a la sociedad que los códigos de conducta
profesionales son obligatorios para detectar la corrupción.
Ahora
Chirinos revive porque el Grupo Actoral 80 escenificó un unipersonal basado en
el libro Sangre en el diván: el extraordinario
caso del Dr. Chirinos, de Ibéyise Pacheco, dirigido y
actuado magistralmente por Héctor Manrique. Ahí, a partir del capítulo
“El delirio”, el otrora famoso ex rector de la UCV y miembro de la Asamblea
Constituyente, está semidesnudo y reposa en un diván blanco en medio de una
alba habitación que puede ser una celda o un consultorio. Se viste
parsimoniosamente para contar, muy convincentemente, lo que ha sido su
vida profesional e íntima, haciendo énfasis en sus relaciones amatorias,
causando hilaridad por el cinismo de sus cuentos o por la ingenuidad de sus
juicios de valor sobre sus coterráneos. Incluso llega a producir conmiseración
porque estaba enloqueciendo y no lo sabía ni tampoco la sociedad se enteró
hasta que mató a su paciente. ¿Cuántos cómo él hay por ahí, sueltos y además
matando? ¿La echonería es una pandemia?
Hay que ver al teatral Sangre en el diván para entender porque pasan ciertas cosas en nuestro país y pedirle a Dios que nos salve siempre.
Manrique
asumió tal caracterización tras un acucioso trabajo de estudio del complejo
personaje y además logró una transformación física apuntalado en un preciso
maquillaje. Es un espectáculo ejemplar con su aleccionador y crítico contenido
y por la pulcritud de la producción global. ¡El público, como es obvio, ríe,
disfruta, pero queda en estado de shock!
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