El día que Charles
Chaplin habló por primera vez en una película, se puso serio y miró
directamente a la cámara para criticar sin tapujos, amparado en una historia de
ficción, las vilezas reales que sacudían al mundo hace ahora ya 75 años, un
testimonio que aún hoy mantiene su vigencia.
El célebre cómico del cine
mudo que arrancaba sonrisas con su entrañable Charlot, estrenó el 15 de octubre
de 1940 en Nueva York su cinta The Great Dictator, una obra que se mofaba de las ambiciones
totalitarias de los fascismos europeos y terminaba con uno de los mejores
discursos de la historia del séptimo arte.
El alegato de más de cuatro
minutos y medio con el que Chaplin concluía el filme era una llamada a favor de
la democracia, las libertades, la hermandad de los pueblos y contra la
avaricia, el odio y la intolerancia.
Un mensaje que resonó como
una declaración personal de Chaplin, quien protagonizó, dirigió, escribió y
financió el largometraje que levantó
suspicacias políticas y reproches diplomáticos desde su fase de
producción.
Al actor, The Great Dictator (El Gran
Dictador) le supuso ser calificado como propagandista
contrario a los intereses de EE.UU. por las autoridades
estadounidenses, quienes en 1952 le llegaron a prohibir su regreso al país
donde había vivido durante 40 años. Este artista nacido en Londres
volvería a EE.UU. en una última ocasión, en 1972 para recoger su Óscar honorífico.
Antes de su entrada en la Segunda Guerra Mundial, EE.UU.
había preferido mantenerse al margen de las tensiones europeas y del auge de
los beligerantes nacionalismos que veía con buenos ojos porque se oponían a la
que consideraba la gran amenaza de la época: el comunismo.
El antifascismo que emanaba
de The Great Dictator se entendió en aquel mundo polarizado como un
procomunismo encubierto, y muchos juzgaron por ello a Chaplin, quien pasó a
engrosar la lista negra de artistas vetados por
Hollywood.
El argumento del filme se
centraba en dos historias, la de un barbero que vivía en un gueto en un país
imaginario llamado Tomania, y la del ambicioso líder de ese estado, el dictador
Hynkel, ambos personajes interpretados por Chaplin.Tomania era una alusión a
Alemania; Hynkel, a Hitler; y el barbero simbolizaba la víctima de la tiranía.
Chaplin hizo que Hynkel y
el barbero fueran físicamente semejantes para poder intercambiar sus roles, de
tal forma que una casualidad hiciera que al final de la cinta el opresor fuera
arrestado por sus soldados y el oprimido ocupara su lugar en el clímax del
filme. Los paralelismos no acaban
ahí. El documental The Tramp and the Dictator (2002) indagó sobre
las similitudes existentes entre Chaplin
y Hitler, más allá del bigote.
Ambos nacieron en la misma semana de 1889,
tuvieron una infancia difícil, el primero en Londres y el otro en Viena, algo
que les llevó a tener vocaciones artísticas, las de actor y pintor,
respectivamente, y los dos fueron figuras influyentes, aunque de muy distinta
forma.
Quien fuera arquitecto colaborador
de Hitler, Albert Speer, aseguró en sus últimos años de vida que The
Great Dictator era "el mejor
documental" sobre el líder nazi. Se
cree que Hitler tuvo ocasión de ver el filme, aunque se desconoce cuál
pudo ser su reacción.
La película fue el mayor
éxito comercial de Chaplin, aunque su estreno se limitó a EE.UU., Reino Unido y
México antes de la rendición de Alemania en la Segunda Guerra Mundial.
En Francia, que había sido
ocupada por los nazis, se pudo ver en 1945, en Italia en 1946 -muerto ya Mussolini-, y en España en 1976, fallecido Francisco Franco.
"The Great
Dictator" gustó a los críticos de cine de la época, no así su solemne discurso final, que se
contempló como una extravagancia que carecía de sentido dentro de la historia,
aunque sus mensaje, sin embargo, sí encontraría su sitio para la posteridad.
Discurso final: El Gran Dictador
“Lo siento, pero no quiero ser emperador. Eso no me va. No quiero
gobernar o conquistar a nadie. Me gustaría ayudar a todo el mundo, si fuera
posible: a judíos y gentiles; a negros y blancos. Todos queremos ayudarnos
mutuamente. Los seres humanos son así. Queremos vivir para la felicidad y no
para la miseria ajena. No queremos odiarnos y despreciarnos mutuamente. En este
mundo hay sitio para todos. Y la buena tierra es rica y puede proveer a todos.
El camino de la vida puede ser libre y bello; pero hemos perdido ese
camino. La avaricia ha envenenado las almas de los hombres, ha levantado en el
mundo barricadas de odio, nos ha llevado al paso de la oca a la miseria y a la
matanza. Hemos aumentado la velocidad. Pero nos hemos encerrado nosotros mismos
dentro de ella. La maquinaria, que proporciona abundancia, nos ha dejado en la
indigencia. Nuestra ciencia nos ha hecho cínicos; nuestra inteligencia, duros y
faltos de sentimientos. Pensamos demasiado y sentimos demasiado poco. Más que
maquinaria, necesitamos humanidad. Más que inteligencia, necesitamos amabilidad
y cortesía. Sin estas cualidades, la vida será violenta y todo se perderá.
El avión y la radio nos han aproximado más. La verdadera naturaleza de
estos adelantos clama por la bondad en el hombre, clama por la fraternidad
universal, por la unidad de todos nosotros. Incluso ahora, mi voz está llegando
a millones de seres de todo el mundo, a millones de hombres, mujeres y niños
desesperados, víctimas de un sistema que tortura a los hombres y encarcela a
personas inocentes. A aquellos que puedan oírme, les digo: “No desesperéis”.
La desgracia que nos ha caído encima no es más que el paso de la
avaricia, la amargura de los hombres, que temen el camino del progreso humano.
El odio de los hombres pasará, y los dictadores morirán, y el poder que
arrebataron al pueblo volverá al pueblo. Y mientras los hombres mueren, la
libertad no perecerá jamás.
¡Soldados! ¡No os entreguéis a esos bestias, que os desprecian, que os
esclavizan, que gobiernan vuestras vidas; diciéndoos qué hacer, qué pensar o
qué sentir! Que os obligan ha hacer la instrucción, que os mal alimentan, que
os tratan como a ganado y os utilizan como carne de cañón. ¡No os entreguéis a
esos hombres desnaturalizados, a esos hombres-máquina con inteligencia y
corazones de máquina! ¡Vosotros no sois máquinas! ¡Sois hombres! ¡Con el amor
de la humanidad en vuestros corazones! ¡No odiéis! ¡Sólo aquellos que no son
amados odian, los que no son amados y los desnaturalizados!
¡Soldados! ¡No luchéis por la esclavitud! ¡Luchad por la libertad!
En el capítulo diecisiete de san Lucas está escrito que el reino de Dios se halla dentro del hombre, ¡no de un hombre o de un grupo de hombres, sino de todos los hombres! ¡En vosotros! Vosotros, el pueblo, tenéis el poder, el poder de crear máquinas. ¡El poder de crear felicidad! Vosotros, el pueblo, tenéis el poder de hacer que esta vida sea libre y bella, de hacer de esta vida una maravillosa aventura. Por tanto, en nombre de la democracia, empleemos ese poder, unámonos todos. Lucharemos por un mundo nuevo, por un mundo digno, que dará a los hombres la posibilidad de trabajar, que dará a la juventud un futuro y a los ancianos seguridad.
¡Soldados! ¡No luchéis por la esclavitud! ¡Luchad por la libertad!
En el capítulo diecisiete de san Lucas está escrito que el reino de Dios se halla dentro del hombre, ¡no de un hombre o de un grupo de hombres, sino de todos los hombres! ¡En vosotros! Vosotros, el pueblo, tenéis el poder, el poder de crear máquinas. ¡El poder de crear felicidad! Vosotros, el pueblo, tenéis el poder de hacer que esta vida sea libre y bella, de hacer de esta vida una maravillosa aventura. Por tanto, en nombre de la democracia, empleemos ese poder, unámonos todos. Lucharemos por un mundo nuevo, por un mundo digno, que dará a los hombres la posibilidad de trabajar, que dará a la juventud un futuro y a los ancianos seguridad.
Prometiéndoos todo esto, las bestias han subido al poder. Pero mienten
No han cumplido esa promesa. ¡Ni la cumplirán! Los dictadores se dan libertad a
sí mismos, pero esclavizan al pueblo. Ahora, unámonos para liberar el mundo,
para terminar con las barreras nacionales, para terminar con la codicia, con el
odio y con la intolerancia. Luchemos por un mundo de la razón, un mundo en el
que la ciencia y el progreso lleven la felicidad a todos nosotros. ¡Soldados,
en nombre de la democracia, unámonos!
Hannah, ¿puedes oírme? Dondequiera que estés, alza los ojos. ¡Mira, Hannah! ¡Las nubes están desapareciendo! El sol se está abriendo paso a través de ellas. Estamos saliendo de la oscuridad y penetrando en la luz. ¡Estamos entrando en un mundo nuevo, un mundo más amable, donde los hombres se elevarán sobre su avaricia, su odio y su brutalidad! ¡Mira, Hannah! ¡Han dado alas al alma del hombre y, por fin, empieza a volar! ¡Vuela hacia el arco iris, hacia la luz de la esperanza! ¡Alza los ojos, Hannah! ¡Alza los ojos!”
Hannah, ¿puedes oírme? Dondequiera que estés, alza los ojos. ¡Mira, Hannah! ¡Las nubes están desapareciendo! El sol se está abriendo paso a través de ellas. Estamos saliendo de la oscuridad y penetrando en la luz. ¡Estamos entrando en un mundo nuevo, un mundo más amable, donde los hombres se elevarán sobre su avaricia, su odio y su brutalidad! ¡Mira, Hannah! ¡Han dado alas al alma del hombre y, por fin, empieza a volar! ¡Vuela hacia el arco iris, hacia la luz de la esperanza! ¡Alza los ojos, Hannah! ¡Alza los ojos!”
Gracias a El Espectador, de Bogotá, y a la agencia EFE
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