El grupo Sobretablas cumplió con la memoria de Rodolfo Santana. |
Gracias a Fundarte por programarlo en el teatro
Nacional y al grupo Sobretablas al mostrar el espectáculo Asalto al viento, pudimos evocar a Rodolfo Santana, en ocasión de
su mutis y su natalicio, el 21 y el 24 de octubre, respectivamente. Los otros
teatreros se olvidaron de las fechas o simplemente no pudieron por sus razones
o sinrazones.
Vimos a Santana abrir fastuosamente la temporada 2001 con el estreno de Asalto
al viento en el teatro San Martín.
Ahí mostró a Pedro Lander (Fermín
Silveira), David Villegas (Eduardo Salvera), Alfonso Rey (Roberto Rondón) y
Enrique Mujica (Guillermo
Braumer), Eduardo Salvera, Roberto Rondón y Fermín Silveira (Pedro Lander), singular cuarteto de
criollos malandrines soñadores quienes tuvieron suerte al asaltar un banco en
Caracas y llevarse un cuantioso botín
hasta su guarida en Macuto; pero cuando hacían planes para el disfrute de esos millones de bolívares, la naturaleza los
castigó. El deslave de Vargas se encargó de quitarles lo robado y dejarlos en
la carraplana, para decirlo en criollo: el mar se les llevó el vehículo donde
habían guardado el trofeo de su hazaña.
¿Qué pasó con
ellos? ¿Reincidieron Fermín, Eduardo, Roberto y Enrique? El dramaturgo nunca lo
dijo, ni tampoco pergeñó una segunda parte; prosiguió, eso sí, su periplo, escribiendo
para el cine, disciplina que le cambió sus modelos rítmicos, el sentido del tiempo, los modelados
de los personajes y formas estructurales, y fue en ese viaje hacia su Ítaca cuando
la muerte lo sorprendió en Guarenas, mientras devoraba unas empanadas de cazón,
a los 69 años. Dejó no menos de 100 piezas teatrales, 13 guiones, un hijo
cuarentón y millones de amigos.
El montaje de Sobretablas, resuelto
sobriamente por Héctor Castro, José Carrizo, Elmer Pinto y Aitor Aguirre, bajo
la correcta dirección de Jennifer Morales, respeta el texto y replantea reflexiones
sobre la ideología maltrecha de sus personajes y el legado de la tragedia de Vargas, con sus pérdidas materiales y los
miles de desaparecidos, además del temor que la naturaleza repita.
VISIÓN PROFÉTICA
En nuestro libro Rodolfo como es Santana (1995), el dramaturgo dice que el teatro posee la contundencia del Himalaya.
Las selvas amazónicas son un hecho tan real como una obra de Shakespeare, la
pintura de Picasso o la danza de Alicia Alonso. “Una nueva obra es tan
contundente como escalar el Kilimanjaro. Las estaturas de las obras de arte
marcan señales de coherencia en el alma de las personas. Hay autores que han
enseñado a hablar a sus pueblos, que le han impreso rítmica interior, melodía.
Ateniéndonos a este factor de arraigo del arte en el hombre, el teatro puede
operar de forma efectiva sobre el planteamiento de los conflictos humanos. Una
buena pieza puede otorgar tanta belleza como una rosa, tanta reflexión como la
pirámide de Giseh”.
Predica que el humor es una base primordial
para descifrar tanto la experiencia de los personajes como los contrastes y el
fondo trágico de las situaciones. “Para el espectador latinoamericano el humor
dentro de la representación adquiere niveles de preceptiva. Y es que domina la
vida cotidiana, el gesto afectivo, el contacto con la muerte. Busco el humor
con mucha meticulosidad y, en oportunidades, retraso la pulitura de obras por
no encontrarle su perfil de humor. Es que es difícil provocar la risa
pensativa, ese sesgo que abre honduras en el espectador. Pero bueno, aunque me
resulte más arduo, prefiero internarme en territorios que muestran difícilmente
su misterio. Creo que en teatro se debe ser arriesgado en la elección del tema,
de nuestras esquinas, que se parecen a todas las esquinas del mundo pero cuyo
claroscuro no es fácil de descifrar. Mientras más obvias son las cosas, más
misterios poseen”.
“Magia, encuentros humanos, eso me interesa.
La visión política de los engañados, que es demoledora y que, cargada de
sueños, contrasta con la antología de mentiras que nuestros políticos formulan
para trampearlos. Discursos que resultan copias fieles, casi todos, de un
original tan trillado que, de maneras increíble, aún engañan. También allí, en
la contemporaneidad de frases que nos mienten hoy, nos mintieron ayer y nos
volverán a mentir mañana, me inclino a meter el detector de dramas”.
“Y digo que el béisbol y la corrupción son
símbolos de la vida venezolana, porque la temporada de béisbol y la corrupción
política nos son tan propias como el acudir a Sorte o a un brujo para aliviar
males físicos y espirituales”.
“Definitivamente, la delincuencia actual
logra unos tenores de malevolencia que nada tienen que ver con el malandro de
los setenta que, a lo más, repartía cachazos a las víctimas que se resistían.
Hoy se mata por matar. Las noches son mortíferas y la gente no sale; y si lo
hace se pasa el tiempo moviendo la cabeza como un tiovivo, esperando un
eventual incidente. Los tiempos han cambiado y por lo regular los premilenarios
ofrecen estos cambios desorbitados”.
“Hoy, por ejemplo, la noción de compromiso ha
variado. Es de mal tono mencionarlo. A quien se compromete se le mira con
sospecha o lástima. Se habla con soltura sobre el talento y la fuerza creadora,
a secas, obviando para mí lo esencial: el compromiso al lado de la humanidad ante
los que la vejan y engañan”.
Pero la lucidez y su visión profética está en
esto que nos dijo: “En Venezuela sería muy bueno que los creadores se dieran un
paseo por las veredas del compromiso. Elevaría en mucho los niveles creativos.
Y más en esta etapa, donde una historia feroz nos arrebata el derecho a soñar.
Nuestros conductores políticos han aniquilado las posibilidades de un mundo
mejor. Del sueño posible. Los pueblos diseñan sus sueños, el hábitat ideal
donde sus ilusiones fructificarán. Pienso que nuestros sueños colectivos han
sido cercenados. Se nos han constreñido territorios en nuestras aspiraciones de
bienestar y participación y hoy la pesadilla ronda el oxígeno común”.
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