Conocí a José Ignacio
Cabrujas Lofiego, vitriólico y original teatrero que amó a esta Tierra de
Gracia y quien enseñó las claves de su método para interpretarla. Murió vivo y
legó vastísima obra literaria que lo sobrevive, además de su hijo Diego
Cabrujas e Isabel Palacios. Nació el 17 de julio de 1937 en Caracas y le falló
el corazón en Porlamar, el 21 de octubre de 1995. Lo recordamos para que nadie,
inteligente y además patriota, lo borre
de sus agendas y menos en este año cuando se cumplen dos décadas de su
desaparición.
Imposible evocarlo sin
aludir al crítico Leonardo Azpárren y la
escritora Yoyiana Ahumada, quienes rescataron el legado intelectual de una de las intelligentzias más complejas y
brillantes del siglo XX criollo y analizaron
el periplo cultural y humano del autor de
El día que me quieras, Acto cultural y Profundo, para citar textos claves de ese
mural de la Gran Venezuela que enseñó a conocer y amar.
Con su permanente dialéctica
y su brillante juego paródico, rompió
con el modelo del pensador distante del país, del criollo de a pie y se puso de
tú a tú con él. Las nuevas generaciones deben estudiarlo para profundizar en
los tópicos sobre los cuales se ha construido la idea de la venezolanidad y el porqué
de sus taras: la provisionalidad, la distancia entre las instituciones y el
individuo; el fracaso de esas propias instituciones, el concepto del Estado
Mágico; el país como lugar de paso, la ciudad del “mientras tanto y por si
acaso”, el redentorismo entre otras.
Y para los tiempos que vivimos, sin haber
pretendido suscitar polémicas, dejó su melodrama El americano ilustrado donde metaforiza los intríngulis del
conflicto diplomático de Venezuela con el Reino Unido y el nacimiento de Guyana
y el burdo escamoteo que se hizo con el Esequibo. Para
el crítico Azpárren Giménez esta obra
es la coda del conjunto de obras que hicieron de él un dramaturgo
indispensable. Es la saga teatral de los hermanos Lander y sus relaciones con
Antonio Guzmán Blanco, el Ilustre Americano, que trasciende los enredos de la
intriga para presentar el mundo de privaciones, anhelos y frustraciones de los
personajes. Arístides y Anselmo Lander no resuelven, al igual que los
personajes de obras anteriores, sus incompetencias en sus vidas privadas, en
particular las relaciones con la pareja, al tiempo que su proyección pública,
uno Ministro de Asuntos Exteriores y el otro Obispo, termina siendo un grotesco
lamentable.
Ahí está su capacidad extraordinaria
para “historiar” el teatro, de que la historia nacional le sirva como telón de
fondo para un argumento es un teatro enraizado en la venezolanidad para hurgar
en esa Gran Historia, la de Eduardo Blanco o Gil Fortoul y parodiarla, y
decirnos “mira epa no sigas creyendo que somos un país grande”, sino un gran
país mediano donde un protocolo, como el de Rojas Freire, borra los 300 mil
kilómetros del Esequibo porque se derramó una compota de hicacos como transcurre
en
una escena clave de El americano ilustrado.
Cabrujas publicó casi todas
sus obras y otros libros, entre ellos recordamos: Fiésole, Una noche oriental,
El
autorretrato de artista con barba y pumpá y Sonny.
Y Latinoamérica
inventó la telenovela, libro póstumo, resultado de un taller que dictó sobre
“El Libreto de Telenovelas”, en el Instituto de Creatividad y Comunicación
(ICREA). ¡No lo
olvidemos jamás!
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