Luis Brito García (Caracas, 1940) no ha pretendido ser una versión venezolana del renacentista Giovanni Pico della Mirandola (1463-1494), pero sí es un escritor comprometido, dentro de la más pura concepción sartreana, con su tiempo y su país tercermundista.
Eso lo hemos deducido tras ver la versión que hizo y representó el director Hernán Marcano de su pieza teatral Muñequita linda, un girón de la historia venezolana que el autor ha utilizado para proponer además una lectura sobre cómo son los avatares políticos en Venezuela y la imposibilidad de sus ciudadanos o habitantes para escaparse de los tejemanejes trágicos de la política como tal.
Pero antes de analizar la pieza, sus contenidos y su importancia, es vital destacar que se trata de un espectáculo producido y exhibido, con mucha dignidad, por la agrupación Teatro del Magisterio (fundado hace 10 años), lo cual replantea la importancia que tienen los elencos universitarios en la difusión de las artes escénicas del país, una historia que tiene páginas gloriosas, especialmente durante los años 50,60 y 70, del siglo pasado con el Teatro Universitario de la UCV, sin contar lo que después significaron las actividades histriónicas en la Ucab, desde los tiempos de Marcos Reyes Andrade, las cuales no han desfallecido además. Hay toda una historiografía irredenta de los teatros universitarios que tendrá que ser rescatada por los que pretendan escribir sobre la saga del teatro venezolano, ya que de los claustros salieron autores, actores y directores de valía.
Con respecto al Teatro del Magisterio, perteneciente al Instituto de Mejoramiento Profesional del Magisterio, de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador, bajo la conducción de Hernán Marcano, se abocó a la exhibición de Muñequita linda, precisamente en unos tiempos cuando la población pensante del país mira con preocupación o interés cómo la comunidad en general se crispa ante una serie de decisiones gubernamentales que afectan a todo el colectivo y lo único que puede hacer es rumiar su soledad y tornarse melancólica.
Brito García, que además de escribir bien, tiene una clara ideología y línea de acción política vinculada con el poder actual, aclara en el programa de mano de su obra teatral, que “la única crónica de los cuarenta que perdura hoy es la de los que nunca tuvieron ni siquiera el poder. La del lacerante amor de Aquiles Nazca hacia las maestras y las vendedoras de dulces; la rocambolesca invención de los reporteros que convirtieron en leyendas una iluminada que Dios envió a Sarría a anunciar el fin del mundo, un nudista que escalaba los tejados para sobar a las señoritas dormidas, y una muchacha que mató a su novio en defensa de su honor. Los cuarenta son el último y tierno salido de la aldea, que se despide para no volverse memoria, es más intensa mientras más se vuelve hacia lo sosegado, hacia lo mínimo”.
Y eso es Muñequita linda: una ventana hacia la vida caraqueña del pasado reciente, de los años 40 y 50, una reflexión sobre la situación de las mujeres en una sociedad que no acepta la igualdad de los sexos y que aún en los primeros años del siglo XXI se resiste a ese cambio, que es suficiente no sóo para el desarrollo económico sino espiritual del colectivo.
Muñequita linda es una historia de amor con final trágico, donde una mujer se enamora y liquida al objeto de su pasión porque le incumple lo prometido. Todo esto en medio de los ajetreos de sórdidos empresarios y políticos dedicados a sacar a Medina Angarita, a Gallegos y después a Pérez Jiménez, porque la renta petrolera era el verdadero gran tesoro de la cueva de Ali Babá. La metáfora es obvia, siempre y cuando el espectador avance críticamente en esa especie de “telenovela teatral”.
El montaje atrapa por el conjunto interpretativo porque se trata de comediantes no profesionales, aunque muchos de ellos tienen talento para cultivar. Es el caso de Yamil López, Teresa Rada, Ingrid Guevara, Luis Chacón y José Ignacio Pulido.
El trabajo de la versión y la puesta en escena es una tarea depurada de Hernán Marcano, todo un veterano de las lides escénicas, que en esta ocasión luce creativo y con muy buen concepto del ritmo escénico, para obtener un espectáculo sorpresivo y con una evidente carga de advertencia política para esta época
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