viernes, agosto 26, 2005

Hamlet arochado

Hamlet, como la escribió William Shakespeare (1564-1616) hace unos largos 400 años, la obra del bardo inglés que más ha inspirado a los guionistas de telenovelas, especialmente a la cubana Delia Fiallo y sus hijos putativos por la truculencia de su tragedia, está otra vez en la cartelera. En los últimos 15 años ha sido representada, con mala suerte, en el Ateneo de Caracas y el Teatro Nacional. Esos fueron los postreros trabajos de Daniel López y Horacio Peterson. Ahora hace temporada en la sala del Corp Group con la audaz versión de Orlando Arocha y la producción de su grupo Teatro del Contrajuego.
Cuando destacamos la crueldad del original Hamlet y lo comparamos con todos los mamotretros que se han visto en la televisión, desde teleseries como la gringa Falcon Crest hasta las vernáculas Amantes o Se busca príncipe azul, es porque tal estilo de teatro ya no se escribe, ya nadie reúne en una pieza tantas manifestaciones humanas de duda, venganza, amor, avaricia, ambición, mentira, inteligencia y locura, salvo los teleguionistas que no miran hacia las calles de sus urbes, sino que se copian las obras que otros hicieron bien. Eso no indica que estén al nivel de Shakespeare, sino que es el autor que más calcan de manera salvaje, después de Rómulo Gallegos, dejando afuera la riqueza idiomática, sea del inglés o del castellano, y toda una formulación filosófica que va desde el platonismo hasta un depurado vitalismo, el cual sí pulula en los textos shakespereanos o galleguianos. Esos contemporáneos “teatros” televisivos son huecos y sus personajes, cuando los atrapan, se mueven, o los mueven, para desarrollar una trama, pero sin aportar ninguna enseñanza, salvo una ñoña estupidez.
¿Y por qué estamos escribiendo sobre Hamlet y las torpes telenovelas criollas al mismo tiempo? Para desgracia, esos shows televisivos no son nada “culturales”, sino ofensas a la inteligencia criolla, desgraciados engendros para vender jabones, más nada. Y cuando el teatro venezolano se pone trascendente, gracias a las locuras del príncipe danés y de Arocha, se torna aburrido o plúmbeo. Sí, porque ese Hamlet, el cual tanto dinero le ha costado al grupo -lo deben todo, porque el Conac no les ha dado los churupos del subsidio- tiene esa enfermedad mortal que es el fastidio generado por un espectáculo dilatadamente aburrido y ese desgraciado asombro que aturde tras las cuatro horas que dura la representación y no sucede nada que lo justifique. Nada que altere la historia de la puesta en escena nacional, la cual, desde el mutis de Carlos Giménez, perdió su brújula, para cederle el paso a un teatro más ligero y donde se abordan los temas contemporáneos, especialmente los centrados en el mundo íntimo de las mujeres, esos que las féminas, las que gustan de la farándula teatral, adoran y les sirve para sus catarsis. De cada diez personas en una sala, siete son damas. ¡Hagan los conteos y dense cuenta de por qué las altas audiencias!
¿Pero qué pasó con este Hamlet arochado? Mucho y poco. El director se ciñó al texto original (la traducción) y lo ambientó en una Dinamarca gélida y contemporánea para ahorrarse los trajes de época. Resolvió inteligentemente las escenas de la duda hamletiana, la locura, la muerte y el funeral de Ofelia, y se lució con el grupo de cómicos y su espectáculo “La ratonera”. Se enredó con las apariciones del fantasma y todas las demás escenas, las cuales lucieron “mortales” porque les faltó ritmo, tanto al acto escénico como a los trabajos actorales.
Pero la mayor falla está en el casting. Sí, Ricardo Nortier, que es un buen actor para textos cortos, ahí luce agobiado por sus problemas de dicción, ya que por decir bien suena metálico o neutro y eso no puede ocurrir con su príncipe Hamlet, que se debate entre la locura y la cordura dudosa de un muchacho asustado ante las exigencias existenciales que debe afrontar. Diana Peñalver, que es toda una veterana comedianta, no está en edad ni en tipo para ser la amorosa y juvenil Ofelia. Ni él ni ella convencen.
En resumen, ni el teatro serio ni las telenovelas ayudan en estos tiempos. Las teleseries son esperpentos y el teatro se debate entre el aburrimiento de lo culto mal hecho y lo que no termina por despegar. Así, un maltrecho Hamlet contemporáneo no se justifica en su totalidad, aunque haya momentos exquisitos, como ese fragmento de Nabucco en la pista musical,gracias a Verdi,por supuesto

martes, agosto 16, 2005

Mínimas

Esta es una obra que ha logrado capturar espectadores teatrales y críticas positivas.
Es por eso que la recomendamos para los que la puedan ver en Caracas o quienes se interesen en montarla afuera.
Ahora, cuando ya casi festeja sus primeras tres décadas como teatrera, Xiomara Moreno ( xmoreno@cantv.net) es una calificada y creativa autora, exigente puestista, aguerrida productora y, como si fuera poco, hasta es profesora de la UCV, donde incluso fue directora de la Escuela de Artes. Entre 1976 y 1992 hizo su pasantía formativa en el Theja y durante ese lapso dio rienda suelta a sus habilidades como escritora teatral con piezas como Obituario y Gárgolas (1984) , Perlita blanca como sortija de señorita (1987), Geranio (1988), Manivela (1990) y Último piso de Babilonia (1992). Las vimos todas y recordamos con gusto a Geranio y Último piso..., por la búsqueda de una estructura novedosa y su temática social, sin caer en extremismos. Hacia 1992 se separa del Theja y hace “su rancho aparte”: funda Xiomara Moreno Producciones (una asociación civil sin fines de lucro) y hasta la fecha ha exhibido no menos de 20 piezas, de diferentes autores, algunas de su hermano Javier Moreno y otras de su propia cosecha, como ésta Mínimas, con la cual hace temporada en la Sala Horacio Peterson.
Mínimas es un fino ensamblaje de ocho textos cortos o mínimos para hacerle honor a su título genérico, donde son vitales las interpretaciones asumidas por los actores Antonio Delli, Claudia Nieto y Carolina Leandro. Nosotros creemos que el arte teatral no se debe explicar, que él solito debe llegar a una audiencia que debe interpretarlo y dictaminar en última instancia su agrado, indiferencia o su repudio. Todo intento de hacer una guía o un plano para los eventuales espectadores resulta siempre un fracaso y hasta puede ser una ofensa, cosa que no se puede hacer. Sin embargo, la autora y directora, porque cree que es su deber, ha escrito para el programa de mano que su espectáculo le propone una reflexión al público “sobre lo inacabado, lo no completado, lo no finiquitado, lo desaprovechado, en definitiva, sobre la banalización de nuestras emociones, sacrificadas a favor de la seguridad, la tranquilidad, de lo conveniente y de tantas excusas fútiles, nimias y baladíes, que no son más que trampas para ahogar cualquier posibilidad de riesgo, para evadir la responsabilidad de ser seres vivos de libre albedrío”. ¡El buen teatro no necesita de guías!
Estas Mínimas, cuya duración escénica global supera escasamente los 60 minutos, están compuesta por: “Todas las salidas son ciegas”: tragicomedia de dos amantes y sus conflictos de creatividad; “La i griega”: amores de una profesora por su alumno; “La manzana de la discordia”: absurdo juego por una manzana entre una señora y un frutero; “Todo nuevo”: absurdo de la cotidianidad de un ladrón de buen gusto; “Vida de pájaros”: extraña situación entre una hija y una madre; “Memorias de un viaje”: fantasía existencial de un abogado popular a bordo de un vagón del Metro; “De una mujer”: compleja y absurda situación de tres féminas, y “Canción triste”: otra situación absurda a partir de una obra de arte.
En síntesis, de las ocho hay cinco minipiezas logradas, o sea digeribles, las cuales sí impactan por la severidad o la crueldad de sus situaciones, aunque “La manzana de la discordia” exhibe un humor nunca antes visto en el teatro de esta señora. Las más redondas son “Todo nuevo” y “Memorias de un viaje”. Las cinco minipiezas, sin excepción, pueden ser ampliadas y transformadas en espectáculos de mayor impacto; por ahora son botones de hermosas flores del jardín que cultiva Xiomara Moreno.
Buena parte del éxito del espectáculo descansa en el laborioso trabajo de sus actores, donde especialmente se luce Antonio Delli. Tanto la dirección como la producción, tareas de Xiomara, son un muestra evidente de que sí se puede hacer un teatro “mínimo”, de buen gusto e inteligente. ¡Suerte con el público!

miércoles, agosto 10, 2005

Antologías criollas

Se “cocina” una nueva antología del mejor teatro venezolano y está tan adelantada su elaboración que durante la Feria Internacional del Libro de La Habana, pautada para febrero del 2006, se le hará su adecuada presentación. La nueva compilación del mejor teatro criollo es una selección del teatrero Alberto Sarraín y de Lillian Manzor, la cual además contará con un ensayo crítico suscrito por Beatriz J. Rizk. Ese libro, del cual aún no conocemos su titulo, tendrá 13 obras, a saber: Lo que dejó la tempestad de César Rengifo, La revolución de Isaac Chocrón,Los ángeles terribles de Román Chalbaud, Acto cultural de José Ignacio Cabrujas, Los fantasmas de Tulemón de Gilberto Pinto, La empresa perdona un momento de locura de Rodolfo Santana, Vida con mamá de Elisa Lerner, Los pájaros se van con la muerte de Edilio Peña, Reinaldo de Ugo Ulive, Los hombres de Ganímedes de Néstor Caballero, Dos amores y un bicho de Gustavo Ott, A barrio vivo de Franklin Tovar y Último piso en Babilonia de Xiomara Moreno. Ahí, pues, están todos los que son, pero sin embargo hace falta uno importante: José Gabriel Núñez, reciente Premio Nacional de Teatro.¿Aún pueden incluirlo?¡Gracias!
Coincidirá su “bautizo” con los primeros 35 años de una de las más notables antologías de textos venezolanos, realizada precisamente por el teatrólogo cubano-español Carlos Suárez Radillo. Con Trece autores del nuevo teatro venezolano publicada hacia 1971 por Monte Avila Editores, ese intelectual que conocía como pocos a la literatura dramática hispanoamericana, sentó cátedra en Caracas con su publicación y resaltó a los autores más destacados de la época, algunos de los cuales, ahora cuando ya hemos avanzado en la nueva centuria, terminaron por ser los más importantes del siglo XX. En ese grueso texto, de 535 páginas, figuran: Ricardo Acosta Agualinda, José Ignacio Cabrujas (Fiésole), Román Chalbaud (Los ángeles terribles), Isaac Chocron (Tric-trac), Alejandro Lasser (Catón y Pilato), Elisa Lerner (En el vasto silencio de Manhattan), José Gabriel Núñez (Los peces del acuario), Gilberto Pinto (El hombre de la rata), Lucia Quintero (1x1=1, pero 1+1=2), César Rengifo (La esquina del miedo), Rodolfo Santana ( La muerte de Alfredo Gris), Elizabeth Schön (Intervalo) y Paul Williams (Las tijeras). Pudimos conocer a Suárez Radillo, que había nacido en la Habana, pero quien estaba radicado en España desde 1953, durante su larga pasantía en Caracas. Aquí, a la par que ejercía la docencia, investigaba para ulteriores publicaciones siempre sobre autores hispanoamericanos entonces poco conocidos en España, como el venezolano César Rengifo, la chilena Isidora Aguirre, el colombiano Gustavo Andrade, el peruano Enrique Solari Swayne, el cubano Virgilio Piñera, el boliviano Guillermo Francovih, entre otros. Viajó extensamente por América Latina y Estados Unidos, donde también extendió su labor difusora del teatro español contemporáneo. A su labor de director teatral unió la de investigador. Entre la veintena de libros que publicó sobresalen: Teatro Hispanoamericano contemporáneo (1971), El teatro barroco hispanoamericano (1981), El teatro neoclásico y costumbrista hispanoamericano (1984) y El teatro romántico hispanoamericano (1992). También era poeta y novelista. Sus últimos años los dedicó a recoger sus memorias en una serie de cuatro volúmenes. Su último libro estuvo dedicado a la capital española (Por qué me enamoré de Madrid, 2000), ciudad de la que se sentía ya tan hijo como de La Habana. En el año 2000, la Comunidad de Madrid, las universidades Autónoma de Madrid, de Las Palmas de Gran Canaria, de Sevilla y de Cádiz, entre otras instituciones, le rindieron homenaje por su 80 cumpleaños. Falleció a los 83 años, en Madrid, el 18 de abril del 2002. Sus restos fueron incinerados y depositados en el cementerio de La Almudena.¿Quién cuidará de su vasto legado cultural? No lo sabemos.Por ahora, bienvenido sea el libro de Sarraín