jueves, septiembre 08, 2005

Violentísimo

Jesús Mandingo (José Manuel Suárez) tenía 15 años. Ahora yace en la morgue y dentro de unas cuantas horas irá al último sector del cementerio. Su único deseo vital era poder volar un papagayo y conocer además la felicidad y el amor. Así lo aprendió de su adorada abuela (Myriam Pareja), quien le repetía: “El amor es lo único verdadero de esta vida. Si no lo sientes por nadie, si nadie lo siente por ti, estás muerto. Si no lo tienes dentro de tu corazón, no vale la pena ni respirar”. Ese parlamento, poético además, remite al espectador a ese popular verso de Walt Whitman, que repetía, cual letanía, Carlos Giménez: “Quien camina una legua sin amor/camina amortajado a su propia sepultura”.
Al adolescente Mandingo lo mataron unos desconocidos a tiros en las escaleras de su humilde e infrahumana barriada. Algunos suponen que fue gente de su mismo barrio, porque tenía conflictos o unas cuantas “culebras”; pero otros, más avezados, comentan que lo hizo un equipo de exterminadores o personas interesadas “en la profilaxia social, para así evitarse mayores problemas cuando esa niñez descarriada crezca”. ¿Fascismo?
¿Pero quién es ese Jesús Mandigo que todos sabemos que existe, pero que nadie hace algo para rescatarlo y salvarlo? Es el protagonista del espectáculo Violento, creado por Aníbal Grunn a partir del texto original de Ana Teresa Sosa (Caracas, 1956), una sobria y artística producción de Benjamín Cohen que se exhibe en la Sala Rajatabla y donde intervienen, entre otros, Flor Elena González, Saúl Marín, José Manuel Suárez, Aileen Celeste, Marco Alcalá, Guillermo García y Myriam Pareja, entre otros.
Violento presenta otra cruda y recurrente situación de miseria humana en una anónima urbanización popular de una desconocida urbe. Puede ser Sao Paulo, Medellín o Caracas, o alguna otra ciudad latinoamericana, donde niños y niñas se crían en las calles, conocen todos los vicios a tempranas edades, los hacen adictos a los narcóticos o a la pega de zapatos, los prostituyen o los usan para asaltos o asesinatos, tras adiestrarlos como eficaces sicarios. ¡Colombia no es la única!
Esa temática que Sosa ha llevado ahora al teatro no es nada nueva ni original, pero si resulta creativa la forma como escribió el texto y la poesía que emanan de sus personajes, como los resueltos por el niño Suárez y la veterana actriz Pareja. El teatro venezolano del siglo XX está rebosante con esos prototipos de la marginalidad urbana, según como fueron creados por autores de la talla de César Rengifo, Román Chalbaud y hasta el mismo Rodolfo Santana. Lo que ocurre es que en los albores del siglo XXI lo exhibido por Violento es mucho más estremecedor porque ahora pululan o abundan más esos niños delincuentes y porque la descomposición social está más agudizada que en las décadas anteriores. Y no hay que echarle la culpa a una de las tantas gerencias políticas del Estado, sino que hay que cambiar al mismo Estado y adelantar una reingeniería social donde el éxito no será fácil ni inmediato, ni está garantizado.
Debemos aclarar que Violento no transcurre únicamente en Caracas, sucede en cualquier ciudad latinoamericana donde los índices de pobreza solamente se conocen en los medios de comunicación y en los batiburrillos políticos donde se usan para alcanzar presupuestos que nunca llegan a su destino. Cosas como las que dicen Sosa y exhibe Grunn son reflejadas constantemente en periódicos y televisoras, a sabiendas de que la muerte y la violencia son temas banales, cotidianos, y compiten por la situación más escabrosa o la mayor cantidad de víctimas.
Es imposible ver a Violento o el filme Secuestro Express, y quedarse impávido. Ha tenido que ser el trío Sosa-Grunn-Cohen el que se haya atrevido a recordarle a los caraqueños lo que pasa en este continente, donde abundan los recursos naturales y los económicos pero faltan los gerentes políticos adecuados, para emprender las profundas reformas sociales que se requieren y que los sabios han recomendado.
El espectáculo, sin ser novedoso en sus planteamientos, es ágil y práctico, además utiliza de gran manera a la Sala Rajatabla, donde se han exhibido montajes trascendentes del teatro criollo durante varias temporadas. Hay un elenco bien adiestrado, que dice bien sus textos, como tiene que hacerse cuando se interpreta una pieza coral del talante de Violento. ¡Bravo!

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