Sin mucho aspaviento se estrenó en el Teatro Trasnocho la excelente y ejemplar comedia dramática El método Grönholm, del célebre dramaturgo español Jordi Galcerán (Barcelona, 1964), el mismo de Palabras encadenadas, bajo la correcta dirección de Daniel Uribe Osío y con las destacadas actuaciones de Miguel Ferrari, Marcos Moreno y Vicente Tepedino, además del entusiasta debut de Viviana Gibelli. Se trata de un espectáculo de gran vigencia, precisamente para los venezolanos, que vivimos los actuales tiempos bolivarianos, donde se entrecruzan las manifestaciones de las sociedades neoliberales y las socialistas primitivas, pero ninguna de las cuales le resuelve a hombres y mujeres el difícil problema de conseguir empleo y mantenerlo. Sí, porque en la obra no se debate en la miserable duda hamletiana de ser o no ser, sino que muestra cómo los seres humanos somos peores que los lobos cuando lo que está por delante es la sobrevivencia, cuando lo que hay que obtener es un empleo o trabajo y con esto, todo lo que ello representa.
En esta pieza que ahora asombra a los caraqueños, Jordi Galcerán -quien ya ha logrado por la calidad e importancia contemporánea de Palabras encadenadas y El método Grönholm que sus obras sean versionadas y convertidas en exitosas películas- no hace otra cosa que plasmar en la escena la cruel realidad de las relaciones laborales, especialmente en el inicio de la cadena: la selección de personal. El argumento fue hecho sobre la base en unos documentos abandonados en un basurero de su natal Barcelona, donde un funcionario de una empresa de supermercados anotó sus impresiones sobre las aspirantes a un puesto de cajera, y quien se asumía con el derecho de calificar, cual si fuese un dios, las miserias de las necesitadas mujeres.
El método Grönholm exhibe a cuatro aspirantes a un cargo ejecutivo en una empresa transnacional de diseño de interiores. Tres hombres y una mujer, quienes en medio de una atmósfera de ironía y del peor humor negro juegan a destruirse entre sí, mucho más cuando se enteran de que uno de ellos es falso, o sea que pertenece a la empresa empleadora y está ahí para ser testigo fiel de todo lo que ocurre. Pero eso es parte de la trampa maldita que la empresa le ha puesto a los aspirantes o el único que de verdad no está buscando el empleo. ¡Un verdadero crucigrama de la muerte!
Esta pieza, que es puro teatro de palabras y cero espectacularidad, atrapa al más difícil de los espectadores por la crudeza o la vulgaridad del lenguaje utilizado, además de los lugares comunes de las conversaciones, y en especial por las situaciones donde están involucrados. Pero se agudiza la expectativa cuando se ven obligados a juzgar las peculiares historias íntimas de cada uno de los que ahí participan, desde el caballero que ha decidido cambiarse el sexo hasta el caballero que pretende conseguir el empleo para resolver una serie de problemas de su hogar, pero comportándose como el campeón de los desalmados.
Es pues un realista teatro cotidiano, con personajes reales o verdaderos que están sometidos como conejillos de laboratorio a una experimentación con técnicas psicológicas aplicadas a la selección de personal. Ahí todo está calculado o previsto, porque, como lo dicen al final, se busca “no a una buena persona que trate de parecer un hijo’eputa, sino a un hijo’eputa que parezca una buena persona”.
Esa conclusión lingüista va acorde con la solución escénica o el colofón de la pieza, el cual no revelamos a los lectores o eventuales espectadores, porque la obra no es nada sentimentaloide, sino todo lo contrario; Ahí están abolidos los más mínimos rasgos de humanidad y reemplazados por el afán de lucro de los aspirantes al cargo, quienes terminan por ser meras marionetas en manos de la empresa, que se burla de todos ellos.
Al finalizar este espectáculo, sobre algo tan estrujante e importante como es la búsqueda de empleo, nadie podrá aceptar que el neoliberalismo sea la mejor política económica para el mundo contemporáneo, donde los seres humanos somos cosas o mercancías, más nada.
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