El teatro comercial vive de la taquilla. La calidad de lo exhibido depende de los artistas o de los productores, quienes además deben atraer espectadores para contabilizar un ingreso generoso que beneficiará a todos.
La receta más aplicada en los teatros comerciales para agotar los boletos es la del rating, que es utilizar intérpretes destacados en la televisión o el cine quienes ahora deben convocar al público. Eso funciona en un elevado porcentaje y deja pingües ganancias, pero en ocasiones no sirve por no sé por qué razones o sin razones, tales como: “está fuera de pantalla”,”envejeció” o “ya no lo conoce nadie”.
Tal formula, que nació al calor del cine y se acentuó con el desarrollo de la plataforma audiovisual, repotenciada por la irrupción de la Web, da una pícara atmosfera de aventura al teatro comercial, porque pueden ganar millones o perder hasta la camisa o la blusa.
Pero en ocasiones, los teatros comerciales, en el caso venezolano, aceptan mostrar montajes sin aplicar la receta del rating, no se sabe si es para comprobar la efectividad de la misma o no depender siempre de los gustos o disgustos de comediantes afamados. Y ahí es cuando comienzan a correr las agujas del reloj de la fatalidad, las cuales indicarán, después de cuatro fines de semana, si al espectáculo de marras lo bajan de escena y montan otro con el susodicho rating, o prosigue en tal cacería de audiencia.
Y es por eso que el caraqueño Trasnocho Cultural ahora presenta Bolívar vs. San Martín/La revancha, cuyos actores Arnaldo Mendoza e Ignacio Márquez, profesionales, desconocidos porque no hacen televisión, caracterizan a los generales en el ring side de cualquier barriada latinoamericana, donde se entregan a un enfrentamiento boxístico.
Es un imaginario match entre el venezolano Bolívar y el argentino San Martín, creado a partir del encuentro que mantuvieron ambos Libertadores, entre el 24 y el 27 de julio de 1822, en Guayaquil, para discernir el futuro de sus incipientes repúblicas ante el acoso de los imperios del siglo XIX. Lo novedoso es como lo muestran: una divertida propuesta que se vale de la metáfora boxística, para representar el enfrentamiento de los militares en busca de la gloria, sin usar espadas ni cañones.
Esta propuesta, escrita, dirigida y actuada por Ignacio Márquez, se logra dentro de situaciones anacrónicas. Se materializa de manera lúdica, popular y no exenta de una pegajosa atmósfera desacralizadora con la pareja de guerreros suramericanos cruzando sus guantes cual curtidos boxeadores en un cuadrilátero, y cuyo ritmo lo determina el narrador y comentarista de la pelea para una radio alternativa que nadie sintoniza.
Arnaldo e Ignacio dan vida a Bolívar y San Martín, respectivamente, así como a diez personajes más que acompañan al Libertador y al Emancipador de América, tratando de dialogar y convencerse a punta de guantazos.
¿Podrán superar las 12 funciones que exige el Trasnocho Cultural para que sigan peleando esos héroes? Hay que esperar la decisión final del público. El riesgo luce interesante y puede, queremos nosotros, beneficiar a las nuevas generaciones de teatreros. Hay que esperar que aquel reloj marque el tiempo estipulado, y ojalá que gane el teatro de los venezolanos.
La receta más aplicada en los teatros comerciales para agotar los boletos es la del rating, que es utilizar intérpretes destacados en la televisión o el cine quienes ahora deben convocar al público. Eso funciona en un elevado porcentaje y deja pingües ganancias, pero en ocasiones no sirve por no sé por qué razones o sin razones, tales como: “está fuera de pantalla”,”envejeció” o “ya no lo conoce nadie”.
Tal formula, que nació al calor del cine y se acentuó con el desarrollo de la plataforma audiovisual, repotenciada por la irrupción de la Web, da una pícara atmosfera de aventura al teatro comercial, porque pueden ganar millones o perder hasta la camisa o la blusa.
Pero en ocasiones, los teatros comerciales, en el caso venezolano, aceptan mostrar montajes sin aplicar la receta del rating, no se sabe si es para comprobar la efectividad de la misma o no depender siempre de los gustos o disgustos de comediantes afamados. Y ahí es cuando comienzan a correr las agujas del reloj de la fatalidad, las cuales indicarán, después de cuatro fines de semana, si al espectáculo de marras lo bajan de escena y montan otro con el susodicho rating, o prosigue en tal cacería de audiencia.
Y es por eso que el caraqueño Trasnocho Cultural ahora presenta Bolívar vs. San Martín/La revancha, cuyos actores Arnaldo Mendoza e Ignacio Márquez, profesionales, desconocidos porque no hacen televisión, caracterizan a los generales en el ring side de cualquier barriada latinoamericana, donde se entregan a un enfrentamiento boxístico.
Es un imaginario match entre el venezolano Bolívar y el argentino San Martín, creado a partir del encuentro que mantuvieron ambos Libertadores, entre el 24 y el 27 de julio de 1822, en Guayaquil, para discernir el futuro de sus incipientes repúblicas ante el acoso de los imperios del siglo XIX. Lo novedoso es como lo muestran: una divertida propuesta que se vale de la metáfora boxística, para representar el enfrentamiento de los militares en busca de la gloria, sin usar espadas ni cañones.
Esta propuesta, escrita, dirigida y actuada por Ignacio Márquez, se logra dentro de situaciones anacrónicas. Se materializa de manera lúdica, popular y no exenta de una pegajosa atmósfera desacralizadora con la pareja de guerreros suramericanos cruzando sus guantes cual curtidos boxeadores en un cuadrilátero, y cuyo ritmo lo determina el narrador y comentarista de la pelea para una radio alternativa que nadie sintoniza.
Arnaldo e Ignacio dan vida a Bolívar y San Martín, respectivamente, así como a diez personajes más que acompañan al Libertador y al Emancipador de América, tratando de dialogar y convencerse a punta de guantazos.
¿Podrán superar las 12 funciones que exige el Trasnocho Cultural para que sigan peleando esos héroes? Hay que esperar la decisión final del público. El riesgo luce interesante y puede, queremos nosotros, beneficiar a las nuevas generaciones de teatreros. Hay que esperar que aquel reloj marque el tiempo estipulado, y ojalá que gane el teatro de los venezolanos.
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