Hamlet, como la escribió William Shakespeare (1564-1616) hace unos largos 400 años, la obra del bardo inglés que más ha inspirado a los guionistas de telenovelas, especialmente a la cubana Delia Fiallo y sus hijos putativos por la truculencia de su tragedia, está otra vez en la cartelera. En los últimos 15 años ha sido representada, con mala suerte, en el Ateneo de Caracas y el Teatro Nacional. Esos fueron los postreros trabajos de Daniel López y Horacio Peterson. Ahora hace temporada en la sala del Corp Group con la audaz versión de Orlando Arocha y la producción de su grupo Teatro del Contrajuego.
Cuando destacamos la crueldad del original Hamlet y lo comparamos con todos los mamotretros que se han visto en la televisión, desde teleseries como la gringa Falcon Crest hasta las vernáculas Amantes o Se busca príncipe azul, es porque tal estilo de teatro ya no se escribe, ya nadie reúne en una pieza tantas manifestaciones humanas de duda, venganza, amor, avaricia, ambición, mentira, inteligencia y locura, salvo los teleguionistas que no miran hacia las calles de sus urbes, sino que se copian las obras que otros hicieron bien. Eso no indica que estén al nivel de Shakespeare, sino que es el autor que más calcan de manera salvaje, después de Rómulo Gallegos, dejando afuera la riqueza idiomática, sea del inglés o del castellano, y toda una formulación filosófica que va desde el platonismo hasta un depurado vitalismo, el cual sí pulula en los textos shakespereanos o galleguianos. Esos contemporáneos “teatros” televisivos son huecos y sus personajes, cuando los atrapan, se mueven, o los mueven, para desarrollar una trama, pero sin aportar ninguna enseñanza, salvo una ñoña estupidez.
¿Y por qué estamos escribiendo sobre Hamlet y las torpes telenovelas criollas al mismo tiempo? Para desgracia, esos shows televisivos no son nada “culturales”, sino ofensas a la inteligencia criolla, desgraciados engendros para vender jabones, más nada. Y cuando el teatro venezolano se pone trascendente, gracias a las locuras del príncipe danés y de Arocha, se torna aburrido o plúmbeo. Sí, porque ese Hamlet, el cual tanto dinero le ha costado al grupo -lo deben todo, porque el Conac no les ha dado los churupos del subsidio- tiene esa enfermedad mortal que es el fastidio generado por un espectáculo dilatadamente aburrido y ese desgraciado asombro que aturde tras las cuatro horas que dura la representación y no sucede nada que lo justifique. Nada que altere la historia de la puesta en escena nacional, la cual, desde el mutis de Carlos Giménez, perdió su brújula, para cederle el paso a un teatro más ligero y donde se abordan los temas contemporáneos, especialmente los centrados en el mundo íntimo de las mujeres, esos que las féminas, las que gustan de la farándula teatral, adoran y les sirve para sus catarsis. De cada diez personas en una sala, siete son damas. ¡Hagan los conteos y dense cuenta de por qué las altas audiencias!
¿Pero qué pasó con este Hamlet arochado? Mucho y poco. El director se ciñó al texto original (la traducción) y lo ambientó en una Dinamarca gélida y contemporánea para ahorrarse los trajes de época. Resolvió inteligentemente las escenas de la duda hamletiana, la locura, la muerte y el funeral de Ofelia, y se lució con el grupo de cómicos y su espectáculo “La ratonera”. Se enredó con las apariciones del fantasma y todas las demás escenas, las cuales lucieron “mortales” porque les faltó ritmo, tanto al acto escénico como a los trabajos actorales.
Pero la mayor falla está en el casting. Sí, Ricardo Nortier, que es un buen actor para textos cortos, ahí luce agobiado por sus problemas de dicción, ya que por decir bien suena metálico o neutro y eso no puede ocurrir con su príncipe Hamlet, que se debate entre la locura y la cordura dudosa de un muchacho asustado ante las exigencias existenciales que debe afrontar. Diana Peñalver, que es toda una veterana comedianta, no está en edad ni en tipo para ser la amorosa y juvenil Ofelia. Ni él ni ella convencen.
En resumen, ni el teatro serio ni las telenovelas ayudan en estos tiempos. Las teleseries son esperpentos y el teatro se debate entre el aburrimiento de lo culto mal hecho y lo que no termina por despegar. Así, un maltrecho Hamlet contemporáneo no se justifica en su totalidad, aunque haya momentos exquisitos, como ese fragmento de Nabucco en la pista musical,gracias a Verdi,por supuesto
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