La historia, sea de ganadores o de perdedores, es una magnifica cantera para el mejor teatro político, ese que, cuando está bien elaborado, obliga a reflexionar sobre orígenes y balances de autocracias, anarquías y democracias como modelos de gobiernos de supuestas naciones civilizadas. Y para educar, desde un decantado análisis cultural, sobre tan delicados y oportunos temas, Bertolt Brecht (Augsburgo, 10 de febrero de 1898/ Berlín, 14 de agosto de 1956) dejó, entre su inmenso legado, la pieza teatral Un hombre es un hombre.
Ahí, un modesto hombre es despojado de su identidad y transformado por obra y gracia de la disciplina militar en una maquina para matar. Hacia 1926, mientras en Alemania ya avanzaba incontenible Adolfo Hitler con su proyecto totalitario del nazismo, los teatreros desafiaron al crispado contexto germano y mostraron precisamente la saga del desafortunado Galy Gay cuando, enrolado por las imperiales tropas inglesas, que controlaban a La India, termina por ser transformado en feroz y sanguinario capitán.
Toda una didáctica metáfora escénica sobre la estupidez de las guerras y como los seres humanos no nacen sino que los hacen o son determinados por su contexto sociopolítico, cuando los manipulan con el carisma y la obediencia hacia líderes políticos o religiosos. ¡La libertad para escoger lo mejor o lo que convenga, es otra utopia que se compra, se vende o se pierde como el amor!
Galy Gay vigente
Y hemos recurrido a las enseñanzas que emanan de Un hombre es un hombre porque en Caracas se exhibe al espectáculo teatral La Ola.Está basado en la película alemana, creada a partir de la novela homónima de Morton Rhue (1981) e inspirada en un siniestro y antiético experimento de control social, adelantado por un profesor del Cubberley High School de Palo Alto, California (1967). Ahí se logró demostrar que sí es posible crear una autocracia similar, o peor, que la instaurada por Adolfo Hitler, entre 1933 y 1945. Y eso se logra si a una sociedad se le manipula por intermedio de la disciplina, el culto al líder y otros artificios para controlar sus ambiciones o gustos o depurar sus culpas. Una especie de monstruosa transformación como le hicieron a Galy Gay, pero extendida a un país entero. ¿Quién quiere pasar del teatro a la realidad o ya está en camino algo similar?
La Ola venezolana, según la inteligente versión que firma y protagoniza Basilio Álvarez, transcurre en un instituto de bachillerato, donde al profesor Zelko Rainer (el mismo Basilio) se le ocurre materializar un práctico experimento para explicar, con hechos, a sus alumnos como nacen y funcionan los gobiernos totalitarios. Comienza así un juego, altamente pedagógico, sobre la razón y la sin razón de la autocracia, el cual culmina con resultados trágicos. En apenas unos días, lo que se inició como una serie de ideas inocuas que taladran el cerebro de los adolescentes y quienes, por la disciplina y el sentimiento de comunidad que les inculcan, se convierten en protagonistas de un movimiento juvenil, cual si fuese una pandilla de rockeros o reguetoneros, que les cambia sus conductas sociales. Al tercer día, esas humanas cobayas comienzan a aislarse y amenazarse entre sí. Cuando el conflicto finalmente degenera en violencia, el profesor decide no proseguir con la experimentación, pero es demasiado tarde: La Ola, como ellos denominan a su extraña secta, se ha descontrolado y las armas hacen su letal labor, para demostrar, una vez más, que los seres humanos son fáciles de manipular y hasta divertidos para hacerlos jugar como títeres o a la guerra entre ellos o con los vecinos. Y ahí está la historia para buscar o comparar situaciones similares. Pero lo mejor de esta obra es que no cayó en el panfleto, cuando era facilísimo hacerlo, y además manipular al público para que sacara en hombros a todo el elenco.
El texto que el director Armando Álvarez convierte en desopilante espectáculo –donde lo audiovisual tiene su parte aleatoria- gana verdaderos kilates, en fuerza y en verdad escénica, gracias al desenfado juego actoral de esa pandilla ahí convocada, donde interpretes como Alejandro Díaz, Rogers Lombano, Teo Gutiérrez, Josette Vidal y Alexandra Malavé, nos hicieron evocar montajes memorables como Tu país está feliz (1971), el tren escénico que Levy Rossell está montando desde los años 70, y Contratando, espectáculo argentino que se vio en el otrora Ateneo de Caracas. Pero en esta ocasión hay en la escena del Espacio Plural del Trasnocho Cultural otra maravillosa generación de comediantes aptos para el siglo XXI.
Ficha técnica
Ahí, un modesto hombre es despojado de su identidad y transformado por obra y gracia de la disciplina militar en una maquina para matar. Hacia 1926, mientras en Alemania ya avanzaba incontenible Adolfo Hitler con su proyecto totalitario del nazismo, los teatreros desafiaron al crispado contexto germano y mostraron precisamente la saga del desafortunado Galy Gay cuando, enrolado por las imperiales tropas inglesas, que controlaban a La India, termina por ser transformado en feroz y sanguinario capitán.
Toda una didáctica metáfora escénica sobre la estupidez de las guerras y como los seres humanos no nacen sino que los hacen o son determinados por su contexto sociopolítico, cuando los manipulan con el carisma y la obediencia hacia líderes políticos o religiosos. ¡La libertad para escoger lo mejor o lo que convenga, es otra utopia que se compra, se vende o se pierde como el amor!
Galy Gay vigente
Y hemos recurrido a las enseñanzas que emanan de Un hombre es un hombre porque en Caracas se exhibe al espectáculo teatral La Ola.Está basado en la película alemana, creada a partir de la novela homónima de Morton Rhue (1981) e inspirada en un siniestro y antiético experimento de control social, adelantado por un profesor del Cubberley High School de Palo Alto, California (1967). Ahí se logró demostrar que sí es posible crear una autocracia similar, o peor, que la instaurada por Adolfo Hitler, entre 1933 y 1945. Y eso se logra si a una sociedad se le manipula por intermedio de la disciplina, el culto al líder y otros artificios para controlar sus ambiciones o gustos o depurar sus culpas. Una especie de monstruosa transformación como le hicieron a Galy Gay, pero extendida a un país entero. ¿Quién quiere pasar del teatro a la realidad o ya está en camino algo similar?
La Ola venezolana, según la inteligente versión que firma y protagoniza Basilio Álvarez, transcurre en un instituto de bachillerato, donde al profesor Zelko Rainer (el mismo Basilio) se le ocurre materializar un práctico experimento para explicar, con hechos, a sus alumnos como nacen y funcionan los gobiernos totalitarios. Comienza así un juego, altamente pedagógico, sobre la razón y la sin razón de la autocracia, el cual culmina con resultados trágicos. En apenas unos días, lo que se inició como una serie de ideas inocuas que taladran el cerebro de los adolescentes y quienes, por la disciplina y el sentimiento de comunidad que les inculcan, se convierten en protagonistas de un movimiento juvenil, cual si fuese una pandilla de rockeros o reguetoneros, que les cambia sus conductas sociales. Al tercer día, esas humanas cobayas comienzan a aislarse y amenazarse entre sí. Cuando el conflicto finalmente degenera en violencia, el profesor decide no proseguir con la experimentación, pero es demasiado tarde: La Ola, como ellos denominan a su extraña secta, se ha descontrolado y las armas hacen su letal labor, para demostrar, una vez más, que los seres humanos son fáciles de manipular y hasta divertidos para hacerlos jugar como títeres o a la guerra entre ellos o con los vecinos. Y ahí está la historia para buscar o comparar situaciones similares. Pero lo mejor de esta obra es que no cayó en el panfleto, cuando era facilísimo hacerlo, y además manipular al público para que sacara en hombros a todo el elenco.
El texto que el director Armando Álvarez convierte en desopilante espectáculo –donde lo audiovisual tiene su parte aleatoria- gana verdaderos kilates, en fuerza y en verdad escénica, gracias al desenfado juego actoral de esa pandilla ahí convocada, donde interpretes como Alejandro Díaz, Rogers Lombano, Teo Gutiérrez, Josette Vidal y Alexandra Malavé, nos hicieron evocar montajes memorables como Tu país está feliz (1971), el tren escénico que Levy Rossell está montando desde los años 70, y Contratando, espectáculo argentino que se vio en el otrora Ateneo de Caracas. Pero en esta ocasión hay en la escena del Espacio Plural del Trasnocho Cultural otra maravillosa generación de comediantes aptos para el siglo XXI.
Ficha técnica
Obra: La Ola. Versión: Basilio Álvarez sobre el guión que elaboraron Dennis Gansel y Peter Thorwarth para el filme La Ola de Dennis Gansel. Dirección general: Armando Álvarez. Elenco: Basilio Álvarez, Catherina Cardozo, Juan Carlos Ogando y actúa el elenco de jóvenes del Grupo Skena: Alejandro Díaz, Alexandra Malavé, Andrés Prypchan, Claudio Laya, Claudio Ramírez, Jesús Nunes, Jan Vidal, Josette Vidal, Julián Izquierdo, Juan Morantes, Naia Urresti, Rogers Lombardo, Ricardo Sánchez, Teo Gutiérrez, Victoria Salomón y Valentina Rizo. En videos de apoyo tienen participación: Martha Estrada, Iván Tamayo, Julie Restifo, Antonio Delli y Christian Pérez. Diseño gráfico y escenografía: Carlos Agell. Vestuario: Vladimir Sánchez. Iluminación: Víctor Villavicencio. Dirección audiovisual: Daniel Dannery. Asistencia de dirección: Sara López. Producción: Inmarilé Quintero para el Grupo Skena. Musicalización: Nana Cadavieco y Gabriel Figueira.
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