Hay cuatro sorprendentes espectáculos en sendos teatros caraqueños: Brujas de Santiago Moncada y Confesiones de mujeres de 30 de Domingos de Oliveira, que vienen de la temporada 2010, prosiguen en Premium; Acto cultural de José Ignacio Cabrujas y Baraka de María Goos, recién debutaron y se muestran en Trasnocho.
Ese cuarteto, cada uno con diversas claves de comedia y laboriosas performances de sus comediantes, fue versionado y dirigido por el incansable artista Héctor Manrique (1963). “El zar del teatro” asumió el compromiso de llevar a escena las atormentadas cuitas de esos 18 personajes y divertir así más espectadores y advertirles que ese ancho y ajeno mundo de metáforas anida en ese caballero o en una delicada dama o dentro de nosotros mismos y no nos hemos enterado todavía. En fin: el teatro cambia al espectador y este no lo sabrá sino más tarde y cuando menos lo espere, cuando desde el espejo de su baño lo ayudara a digerir amores o desengaños e impulsarse hacia otra aventura existencial, porque no hay teatro banal, sino mal hecho y aún así deja interrogantes para resolver.
De los tres primeros montajes ya publicamos sus reseñas: piezas existenciales de desgarradas temáticas, actuadas con precisa calidad. Y ahora nos corresponde Baraka, o Cloaca, de María Goos (Holanda, 1956) comedia negra, o tragicomedia según se le mire, la cual revela como la amistad, y también el amor, cuando se somete a una prueba de lealtad puede desengañar y generar cosas peores para las relaciones humanas. ¿Vale la pena hacer esa prueba o es mejor soportar la angustia de una preocupación?
Baraka es la saga de cuatro amigos de toda una vida que se reúnen para auxiliar a uno de ellos. No tienen éxito y el suicidio revela cómo, cuando los intereses personales son puestos por delante de todo, no hay relación de amistad, o de amor, que se salve del fracaso. Ahí se plantea un intenso vínculo entre: Juan (Carlos Cruz), político ambicioso que persigue un ministerio y al final atrapa el de Cultura; Martín (Héctor Manrique), decadente director de teatro; Tom (Iván Tamayo), abogado bohemio con problemas psíquicos, y Pedro (Javier Vidal), homosexual, mediocre empleado municipal que se apropió de pinturas de propiedad pública para resolver penurias económicas. La crisis estalla cuando un funcionario superior dictamina que Pedro debe devolver lo birlado. Ninguno hace nada y el ladronzuelo se quita la vida… y la amistad de los sobrevivientes se rompe.
Baraka no da consejos por parte de la autora ni del director y versionista. Eso queda al criterio del público, donde abundan las divergencias y casi todas recriminan al mediocre político. En la vida real pululan situaciones similares que se resuelven con el silencio cómplice o el ostracismo del implicado en un delito de tales proporciones.
Baraka, donde la amistad entre cuatro prototipos de hombres es analizada en una situación limite, nos remite necesariamente a otro texto y su respectivo espectáculo, Brujas, donde también se abordan los conflictos de la amistad pero entre las mujeres. Ambas piezas muestran a los seres humanos, sin distinción de sexo y sus conductas sexuales, empeñados en tener dinero, poder y buena reputación, aunque tengan que vender el alma al diablo.
Brujas y Baraka son odas al individualismo salvaje, esa amenaza que todos los seres humanos sabemos que existe y al cual le huimos para no nos alcance…pero lo llevamos por dentro y puede sorprendernos de vez en cuando.
Baraka, eso si, se puede disfrutar de performances esplendidas por parte de Vidal y Tamayo en sus complejos roles, aunque Manrique se desenvuelve como pez en el agua y sale airoso, pero a Cruz le faltó ordinariez en su personaje, para hacerlo creíble.
Y como es un espectáculo que deja un toque en el corazón, les recomiendo reflexionar sobre estas dos sentencias de Cicerón, que creemos adecuadas para el momento: Vivir sin amigos no es vivir. El amigo verdadero demuestra su autenticidad en las horas adversas.
Ese cuarteto, cada uno con diversas claves de comedia y laboriosas performances de sus comediantes, fue versionado y dirigido por el incansable artista Héctor Manrique (1963). “El zar del teatro” asumió el compromiso de llevar a escena las atormentadas cuitas de esos 18 personajes y divertir así más espectadores y advertirles que ese ancho y ajeno mundo de metáforas anida en ese caballero o en una delicada dama o dentro de nosotros mismos y no nos hemos enterado todavía. En fin: el teatro cambia al espectador y este no lo sabrá sino más tarde y cuando menos lo espere, cuando desde el espejo de su baño lo ayudara a digerir amores o desengaños e impulsarse hacia otra aventura existencial, porque no hay teatro banal, sino mal hecho y aún así deja interrogantes para resolver.
De los tres primeros montajes ya publicamos sus reseñas: piezas existenciales de desgarradas temáticas, actuadas con precisa calidad. Y ahora nos corresponde Baraka, o Cloaca, de María Goos (Holanda, 1956) comedia negra, o tragicomedia según se le mire, la cual revela como la amistad, y también el amor, cuando se somete a una prueba de lealtad puede desengañar y generar cosas peores para las relaciones humanas. ¿Vale la pena hacer esa prueba o es mejor soportar la angustia de una preocupación?
Baraka es la saga de cuatro amigos de toda una vida que se reúnen para auxiliar a uno de ellos. No tienen éxito y el suicidio revela cómo, cuando los intereses personales son puestos por delante de todo, no hay relación de amistad, o de amor, que se salve del fracaso. Ahí se plantea un intenso vínculo entre: Juan (Carlos Cruz), político ambicioso que persigue un ministerio y al final atrapa el de Cultura; Martín (Héctor Manrique), decadente director de teatro; Tom (Iván Tamayo), abogado bohemio con problemas psíquicos, y Pedro (Javier Vidal), homosexual, mediocre empleado municipal que se apropió de pinturas de propiedad pública para resolver penurias económicas. La crisis estalla cuando un funcionario superior dictamina que Pedro debe devolver lo birlado. Ninguno hace nada y el ladronzuelo se quita la vida… y la amistad de los sobrevivientes se rompe.
Baraka no da consejos por parte de la autora ni del director y versionista. Eso queda al criterio del público, donde abundan las divergencias y casi todas recriminan al mediocre político. En la vida real pululan situaciones similares que se resuelven con el silencio cómplice o el ostracismo del implicado en un delito de tales proporciones.
Baraka, donde la amistad entre cuatro prototipos de hombres es analizada en una situación limite, nos remite necesariamente a otro texto y su respectivo espectáculo, Brujas, donde también se abordan los conflictos de la amistad pero entre las mujeres. Ambas piezas muestran a los seres humanos, sin distinción de sexo y sus conductas sexuales, empeñados en tener dinero, poder y buena reputación, aunque tengan que vender el alma al diablo.
Brujas y Baraka son odas al individualismo salvaje, esa amenaza que todos los seres humanos sabemos que existe y al cual le huimos para no nos alcance…pero lo llevamos por dentro y puede sorprendernos de vez en cuando.
Baraka, eso si, se puede disfrutar de performances esplendidas por parte de Vidal y Tamayo en sus complejos roles, aunque Manrique se desenvuelve como pez en el agua y sale airoso, pero a Cruz le faltó ordinariez en su personaje, para hacerlo creíble.
Y como es un espectáculo que deja un toque en el corazón, les recomiendo reflexionar sobre estas dos sentencias de Cicerón, que creemos adecuadas para el momento: Vivir sin amigos no es vivir. El amigo verdadero demuestra su autenticidad en las horas adversas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario