Por ahora, el grupo teatral Rajatabla ha sobrevivido 18 años a la desaparición de su director-fundador Carlos Giménez y resiste dando ejemplo desde la escena. Y para inaugurar sus “fiestas patronales”, con motivo de sus cuatro décadas en los escenarios, la institución ha repuesto Trastos viejos, conmovedora obra dramática de Javier Vidal, cuyo tema central es la amistad, la que fue, es y será siempre, a pesar de los pesares, el más noble de los sentimientos de los seres humanos.
La temporada 2011 es en el teatro Escena 8, con las ponderadas actuaciones de Germán Mendieta (Coro, 1960), Francisco Alfaro (Madrid, 1950) y la magnifica performance de Derwin Campos (Caracas, 1983), correctamente iluminados y sonorizados por David Blanco y Eduardo Bolívar. José Domínguez, quien firma la dirección y la puesta en escena, merece nuestro aplauso por su profesionalismo. Gerardo Luongo es el productor artístico. La minimalista escenografía y el decantado vestuario son de Silvia Inés Vallejo.
Obra
Para meterle los dientes del cerebro a Trastos viejos hay que conocer lo que significó el horror de la Guerra Civil Española (1936-1939), con un millón de victimas, sin contar los que perecieron en los campos de concentración nazis, además de los amargos años de la posguerra o de la victoria y el incipiente desarrollo que impuso la dictadura hasta que “el Caudillo de España por la gracia de Dios” se fue “de cacería” en 1975, dejando las cosas del Estado muy bien atadas, con rey y descendientes como para que no haya duda alguna. De toda ese valleinclanesco drama hispano se lograron salvar, entre otros, Floreal y Eusebio, patéticos personajes que el catalán y caraqueño Javier Vidal (Barcelona, 1953) ha regalado al público venezolano como un pícaro espejo de hojalata para que se mire y se dé cuenta para donde van las cosas o cómo es que se vive ahora.
Sí, eso es lo que nosotros deducimos del fragor de Trastos viejos, texto que rememora las peripecias existenciales de los hispanos Floreal y Eusebio, quienes, tras ser carne de cañón en la guerra cainítica de republicanos y nacionalistas, se salvaron de las garras de los alemanes y al emigrar a Venezuela pudieron trabajar, formar sus familias y hasta envejecer en medio de una paupérrima soledad, mientras les llegaba la muerte.
Trastos viejos, creado a partir de sagas de hechos reales, plasma el último día en las vidas de Floreal (Alfaro) y Eusebio (Mendieta), viudos y acompañados con sus recuerdos, luchando con una nueva guerra, con otro campo de concentración que los obliga a seguir sobreviviendo. Pero un tercer personaje entra inesperadamente en escena: Wilmer (Campos), hijo ilegítimo de Floreal con una cocinera negra, cuya adición a las drogas obliga a su progenitor a tomar una drástica decisión, tras lo cual irrumpe el final, no tan insospechado, sino más bien obvio, diríamos nosotros.
Sórdida viñeta
A Trastos viejos le hemos seguido la huella desde el siglo pasado. Creemos que valió la pena que Rajatabla la produjera y la escenificara durante la temporada 2006 y la repusiera ahora, con decantada producción artística. En este inicio de década hay que reconocer que la pieza maduró y se hizo más contemporánea o sea que se contextualizó, se materializó en medio de este clima de inseguridad que azota a Venezuela.
Hemos estado viendo a Trastos viejos desde su estreno y ahora el degustarla de nuevo, damos fe como el tiempo añeja y mejora no solo al vino sino también al buen teatro. Sigue siendo una pieza atormentadora y de mucha vigencia, pero ahora eriza la piel porque sus actuaciones hacen vivir la tragedia de tres seres humanos: dos ancianos que nunca esperaron tanta crueldad y de un joven victima de esa microguerra civil urbana donde las drogas y los sicarios son formas de exterminio al parecer incontenible.
Trastos viejos es una sórdida viñeta sobre una comunidad de venezolanos e inmigrantes que siempre llevan consigo la nostalgia de sus paises. Vemos en esta pieza, gracias al trabajo de los actores y demás involucrados, un alerta sobre la microguerra civil que azota a Venezuela. ¡Otros se quedaran en el disfrute de la anécdota, porque el público es libre hasta de engañarse, como los avestruces! ¡Nunca una pieza teatral fue tan precisa y tan oportuna como esta!
Fantasmas y demonios
Javier Vidal, a quien sus padres lo trajeron a Caracas al año siguiente de su nacimiento, es un teatrero destacado en la actuación, la dirección y la dramaturgia, además de haber sido docente. Como autor tiene no menos de 20 piezas, casi todas escenificadas y sometidas al rigor del aplauso o el rechazo del “crítico de las mil cabezas”. Escribió Trastos viejos para montarla con el Theja, pero como allá no había actores mayores, se la ofreció a Rajatabla, por recomendación de José Domínguez, quien la puso en escena desde la temporada 2006. Escribe “porque es mi mejor forma para exorcisar a fantasmas y demonios que de vez en cuando me asaltan”.
La temporada 2011 es en el teatro Escena 8, con las ponderadas actuaciones de Germán Mendieta (Coro, 1960), Francisco Alfaro (Madrid, 1950) y la magnifica performance de Derwin Campos (Caracas, 1983), correctamente iluminados y sonorizados por David Blanco y Eduardo Bolívar. José Domínguez, quien firma la dirección y la puesta en escena, merece nuestro aplauso por su profesionalismo. Gerardo Luongo es el productor artístico. La minimalista escenografía y el decantado vestuario son de Silvia Inés Vallejo.
Obra
Para meterle los dientes del cerebro a Trastos viejos hay que conocer lo que significó el horror de la Guerra Civil Española (1936-1939), con un millón de victimas, sin contar los que perecieron en los campos de concentración nazis, además de los amargos años de la posguerra o de la victoria y el incipiente desarrollo que impuso la dictadura hasta que “el Caudillo de España por la gracia de Dios” se fue “de cacería” en 1975, dejando las cosas del Estado muy bien atadas, con rey y descendientes como para que no haya duda alguna. De toda ese valleinclanesco drama hispano se lograron salvar, entre otros, Floreal y Eusebio, patéticos personajes que el catalán y caraqueño Javier Vidal (Barcelona, 1953) ha regalado al público venezolano como un pícaro espejo de hojalata para que se mire y se dé cuenta para donde van las cosas o cómo es que se vive ahora.
Sí, eso es lo que nosotros deducimos del fragor de Trastos viejos, texto que rememora las peripecias existenciales de los hispanos Floreal y Eusebio, quienes, tras ser carne de cañón en la guerra cainítica de republicanos y nacionalistas, se salvaron de las garras de los alemanes y al emigrar a Venezuela pudieron trabajar, formar sus familias y hasta envejecer en medio de una paupérrima soledad, mientras les llegaba la muerte.
Trastos viejos, creado a partir de sagas de hechos reales, plasma el último día en las vidas de Floreal (Alfaro) y Eusebio (Mendieta), viudos y acompañados con sus recuerdos, luchando con una nueva guerra, con otro campo de concentración que los obliga a seguir sobreviviendo. Pero un tercer personaje entra inesperadamente en escena: Wilmer (Campos), hijo ilegítimo de Floreal con una cocinera negra, cuya adición a las drogas obliga a su progenitor a tomar una drástica decisión, tras lo cual irrumpe el final, no tan insospechado, sino más bien obvio, diríamos nosotros.
Sórdida viñeta
A Trastos viejos le hemos seguido la huella desde el siglo pasado. Creemos que valió la pena que Rajatabla la produjera y la escenificara durante la temporada 2006 y la repusiera ahora, con decantada producción artística. En este inicio de década hay que reconocer que la pieza maduró y se hizo más contemporánea o sea que se contextualizó, se materializó en medio de este clima de inseguridad que azota a Venezuela.
Hemos estado viendo a Trastos viejos desde su estreno y ahora el degustarla de nuevo, damos fe como el tiempo añeja y mejora no solo al vino sino también al buen teatro. Sigue siendo una pieza atormentadora y de mucha vigencia, pero ahora eriza la piel porque sus actuaciones hacen vivir la tragedia de tres seres humanos: dos ancianos que nunca esperaron tanta crueldad y de un joven victima de esa microguerra civil urbana donde las drogas y los sicarios son formas de exterminio al parecer incontenible.
Trastos viejos es una sórdida viñeta sobre una comunidad de venezolanos e inmigrantes que siempre llevan consigo la nostalgia de sus paises. Vemos en esta pieza, gracias al trabajo de los actores y demás involucrados, un alerta sobre la microguerra civil que azota a Venezuela. ¡Otros se quedaran en el disfrute de la anécdota, porque el público es libre hasta de engañarse, como los avestruces! ¡Nunca una pieza teatral fue tan precisa y tan oportuna como esta!
Fantasmas y demonios
Javier Vidal, a quien sus padres lo trajeron a Caracas al año siguiente de su nacimiento, es un teatrero destacado en la actuación, la dirección y la dramaturgia, además de haber sido docente. Como autor tiene no menos de 20 piezas, casi todas escenificadas y sometidas al rigor del aplauso o el rechazo del “crítico de las mil cabezas”. Escribió Trastos viejos para montarla con el Theja, pero como allá no había actores mayores, se la ofreció a Rajatabla, por recomendación de José Domínguez, quien la puso en escena desde la temporada 2006. Escribe “porque es mi mejor forma para exorcisar a fantasmas y demonios que de vez en cuando me asaltan”.
De esos malos ratos, como lo confiesa sin amarguras, nació Trastos viejos, porque debía escribir sobre esas familias trasterradas que emigraron al continente americano por problemas políticos y económicos. “Me inspiré en Eusebio Pérez para uno de los personajes, un valenciano y además republicano, vecino de mis padres, quien salió vivo de un campo de concentración nazi. Floreal es un invento mío. Mi obra es la historia de dos viejos y un joven, que a su vez son tres extranjeros, tres exiliados que luchan para sobrevivir en la Caracas violenta donde han vivido sus últimos años. Ahí está lo escrito, desde muy adentro, sobre mis dos patrias”.
40 años
Carlos Giménez (Rosario, Argentina, 1946/Caracas, 1993) inventó a Rajatabla como un taller teatral para el Ateneo de Caracas y lo hizo debutar el 28 de febrero de 1971 con el espectáculo poeticomusical Tu país está feliz, basado en el poemario homónimo del brasileño Antonio Miranda y con lamúsica de Xulio Formoso. La institución se transformó en fundación independiente hacia 1984 y gracias a la sapiencia y la habilidad gerencial de su director-fundador, además de la entrega de sus miembros, se convirtió en la organización teatral más importante de Venezuela y en la plataforma para la realización de los Festivales Internacionales de Teatro de Caracas, durante sus primeros 22 años.
40 años
Carlos Giménez (Rosario, Argentina, 1946/Caracas, 1993) inventó a Rajatabla como un taller teatral para el Ateneo de Caracas y lo hizo debutar el 28 de febrero de 1971 con el espectáculo poeticomusical Tu país está feliz, basado en el poemario homónimo del brasileño Antonio Miranda y con lamúsica de Xulio Formoso. La institución se transformó en fundación independiente hacia 1984 y gracias a la sapiencia y la habilidad gerencial de su director-fundador, además de la entrega de sus miembros, se convirtió en la organización teatral más importante de Venezuela y en la plataforma para la realización de los Festivales Internacionales de Teatro de Caracas, durante sus primeros 22 años.
Rajatabla pudo haber desaparecido tras la muerte de Giménez, pero gracias a la habilidad de Francisco Alfaro ha sobrevivido 18 años y ahora para demostrar que no se rinden y que siguen buscando más autores y otros públicos, anuncian además de la reposición de Trastos viejos , otro remontaje de Tu país está feliz que exhibirán el 28 de febrero, pero antes, el 17 de febrero, estrenan de la pieza Mi vida por un sueño… una cuerda tensa a punto de romperse de José Antonio Barrios, dirigida por Costa Palamides, que es la producción número 118 del colectivo en sus 40 años de ininterrumpido quehacer teatral.
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