El pueblo egipcio desde las calles y las plazas públicas sacó de su palacio al dictador que lo había subyugado durante largos 30 años. Tan trascendental suceso político fue logrado con mucha sangre inocente y rocambolescos cambios de caretas de los auténticos poderes geopolíticos mundiales. Y es por eso que en la noche del histórico viernes 11 de febrero de 2011, en el Espacio Plural del Trasnocho Cultural de Caracas, se festejó con el estreno del espectáculo teatral La muerte y la doncella de Ariel Dorfman, correctamente versionado y dirigido por Moisés Guevara y apuntalado en la ejemplar entrega actoral de Antonio Delli, Claudia Nieto y Gonzalo Velutini.
Ahora, mientras la nación egipcia avanza en su proceloso camino hacia una democracia, se conocerán los excesos del derrocado Hosni Mubarak, donde las torturas y las desapariciones de “los delincuentes políticos”, superan la capacidad de asombro de unas comunidades que llevan siglos viviendo bajo los dictados de una religión monoteísta que no permite divergencias y exige sumisión total ante quienes detentan el poder político, económico, militar y además religioso. Se trata, pues, de un proceso revolucionario popular, al cual, como lo analiza Mario Vargas Llosa, el Occidente liberal y democrático debería celebrar como “una extraordinaria confirmación de la vigencia universal de los valores que representa la cultura de la libertad y volcar todo su apoyo hacia los pueblos árabes en este momento de su lucha contra los tiranos. No sólo sería un acto de justicia sino también una manera de asegurar la amistad y la colaboración con un futuro Oriente Próximo libre y democrático”.
Y es precisamente en ese contexto de la opinión mundial globalizada, donde América Latina tiene sus roles importantes y en especial Venezuela, y como para prepararle “el paladar” a los caraqueños es que hacen la temporada de La muerte y la doncella, el cual no es un panfleto teatral sino toda una seria reflexión sobre las represiones y las torturas para los “delincuentes políticos” y las consecuencias de la mismas, que van desde la desaparición de los detenidos hasta la enfermedad mental de los sobrevivientes. Una realidad que se ha vivido en Egipto y que dejó huellas en España, Argentina y Chile… y otros países que mejor no nombramos, ya que las torturas, sean fisicas o psicológicas, son armas “secretas” de los Estados sin distinciones ideológicas.
La obra
En un innombrado país que comienza a sentir los rigores de la democracia tras largos años perdidos de una dictadura siniestra, se contextualiza La muerte y la doncella, una reflexión sobre la tortura y los derechos humanos. La acción dramática duramente realista transcurre en una casa de playa de una ciudad, latinoamericana o española, donde lentamente gestan un proceso de transición política, para lo cual se plasma la saga de Paulina Salas, esposa del abogado Gerardo Escobar, quien tiene la nada fácil tarea de formar parte de la comisión que investigará hechos de violencia del régimen anterior. Durante una noche, un accidente obliga a su marido a traer a casa a un desconocido, el médico Roberto Miranda; ella cree que es uno de los torturadores, del cual ella fue víctima; en su memoria permanecen el aroma, el sonido de sus voces y la música que utilizaban cuando la torturaban: La muerte y la doncella, de Franz Schubert. Paulina lo aprisiona para descubrir la verdad, mientras se debate entre su represión psicológica y su memoria; Gerardo pendula entre su esposa y la ley, y Roberto Miranda se ve forzado a un duro cautiverio, mientras los esposos tratan de reconstruir el pasado y esos amargos momentos que los marcaron y que ahora están de nuevo en su casa, la cual a su vez es una metáfora del país que está iniciando una transición, una nación donde tienen que convivir asesinos y torturadores con víctimas de la violencia política, los que la sufrieron directamente y en sus carnes en las cárceles y centros policiales, y los que la padecieron en sus vidas cotidianas, escondidos, excluidos de sus trabajos, amenazados, acallados por el miedo.
El epílogo surge cuando la víctima descubre definitivamente a su verdugo y decide tomarse la justicia por su propia mano sometiendo al torturador a un secuestro y obligándole a confesar sus crímenes bajo amenaza de muerte.
Montaje y actuaciones
No es un texto fácil, porque sus personajes no son seres precisamente aplomados. Los tres viven con sus fantasmas que no han podido exorcisar o enterrar. Y todo estalla cuando el presente se hace pasado lacerante y comienzan las venganzas y las retaliaciones, impera la ley del talión, y al final la solución... la tiene el público.
Nosotros disfrutamos del realismo del espectáculo, muy cuidado por el director Guevara, el cual se realiza en 90 minutos, o sea una noche y una mañana teatrales, pero suficientes para gozar de la performance extraordinaria de la vengativa Claudia Nieto, bien secundada por un versátil Antonio Delli y un torvo Gonzalo Velutini, quien logra mostrar al siniestro personaje del médico Miranda, todo un torturador culto y amante de la música clásica.
Ahora, mientras la nación egipcia avanza en su proceloso camino hacia una democracia, se conocerán los excesos del derrocado Hosni Mubarak, donde las torturas y las desapariciones de “los delincuentes políticos”, superan la capacidad de asombro de unas comunidades que llevan siglos viviendo bajo los dictados de una religión monoteísta que no permite divergencias y exige sumisión total ante quienes detentan el poder político, económico, militar y además religioso. Se trata, pues, de un proceso revolucionario popular, al cual, como lo analiza Mario Vargas Llosa, el Occidente liberal y democrático debería celebrar como “una extraordinaria confirmación de la vigencia universal de los valores que representa la cultura de la libertad y volcar todo su apoyo hacia los pueblos árabes en este momento de su lucha contra los tiranos. No sólo sería un acto de justicia sino también una manera de asegurar la amistad y la colaboración con un futuro Oriente Próximo libre y democrático”.
Y es precisamente en ese contexto de la opinión mundial globalizada, donde América Latina tiene sus roles importantes y en especial Venezuela, y como para prepararle “el paladar” a los caraqueños es que hacen la temporada de La muerte y la doncella, el cual no es un panfleto teatral sino toda una seria reflexión sobre las represiones y las torturas para los “delincuentes políticos” y las consecuencias de la mismas, que van desde la desaparición de los detenidos hasta la enfermedad mental de los sobrevivientes. Una realidad que se ha vivido en Egipto y que dejó huellas en España, Argentina y Chile… y otros países que mejor no nombramos, ya que las torturas, sean fisicas o psicológicas, son armas “secretas” de los Estados sin distinciones ideológicas.
La obra
En un innombrado país que comienza a sentir los rigores de la democracia tras largos años perdidos de una dictadura siniestra, se contextualiza La muerte y la doncella, una reflexión sobre la tortura y los derechos humanos. La acción dramática duramente realista transcurre en una casa de playa de una ciudad, latinoamericana o española, donde lentamente gestan un proceso de transición política, para lo cual se plasma la saga de Paulina Salas, esposa del abogado Gerardo Escobar, quien tiene la nada fácil tarea de formar parte de la comisión que investigará hechos de violencia del régimen anterior. Durante una noche, un accidente obliga a su marido a traer a casa a un desconocido, el médico Roberto Miranda; ella cree que es uno de los torturadores, del cual ella fue víctima; en su memoria permanecen el aroma, el sonido de sus voces y la música que utilizaban cuando la torturaban: La muerte y la doncella, de Franz Schubert. Paulina lo aprisiona para descubrir la verdad, mientras se debate entre su represión psicológica y su memoria; Gerardo pendula entre su esposa y la ley, y Roberto Miranda se ve forzado a un duro cautiverio, mientras los esposos tratan de reconstruir el pasado y esos amargos momentos que los marcaron y que ahora están de nuevo en su casa, la cual a su vez es una metáfora del país que está iniciando una transición, una nación donde tienen que convivir asesinos y torturadores con víctimas de la violencia política, los que la sufrieron directamente y en sus carnes en las cárceles y centros policiales, y los que la padecieron en sus vidas cotidianas, escondidos, excluidos de sus trabajos, amenazados, acallados por el miedo.
El epílogo surge cuando la víctima descubre definitivamente a su verdugo y decide tomarse la justicia por su propia mano sometiendo al torturador a un secuestro y obligándole a confesar sus crímenes bajo amenaza de muerte.
Montaje y actuaciones
No es un texto fácil, porque sus personajes no son seres precisamente aplomados. Los tres viven con sus fantasmas que no han podido exorcisar o enterrar. Y todo estalla cuando el presente se hace pasado lacerante y comienzan las venganzas y las retaliaciones, impera la ley del talión, y al final la solución... la tiene el público.
Nosotros disfrutamos del realismo del espectáculo, muy cuidado por el director Guevara, el cual se realiza en 90 minutos, o sea una noche y una mañana teatrales, pero suficientes para gozar de la performance extraordinaria de la vengativa Claudia Nieto, bien secundada por un versátil Antonio Delli y un torvo Gonzalo Velutini, quien logra mostrar al siniestro personaje del médico Miranda, todo un torturador culto y amante de la música clásica.
El espectáculo es algo más que un sobrio evento teatral,es una invitacion a pensar en la debilidad de las democracias y en la espada de Damocles que pende sobre las naciones del Tercer Mundo,especialmente, aunque en el Primer Mundo los golpes y las represiones pululan pero con guantes de seda.
Intelectual combativo
Ariel Dorfman (Buenos Aires, 1942), es poeta, dramaturgo, novelista y ensayista, además comprometido activista de los derechos humanos. Pasó parte de su infancia en Estados Unidos, estableciéndose en Chile en 1954; en 1965 obtuvo una licenciatura en Literatura Comparada y en 1967 adoptó la ciudadanía chilena. Colaboró con el gobierno de Salvador Allende y después del golpe de Estado de Augusto Pinochet se exilió en Francia y posteriormente en Estados Unidos. Pero su mayor actividad ha sido como ensayista. Se ha destacado en su análisis de la cultura popular, en particular por su visión crítica de la ideología subyacente en algunas historietas. También ha abordado el análisis de la mentalidad artística latinoamericana. También ha escrito teatro y su obra más famosa es La muerte y la doncella, publicada en 1991, la cual tuvo un fracasado estreno en 1990 en Chile. Se presentó el 22 de diciembre de 1991 en Nueva York y al año siguiente en Broadway, donde mereció un gran elenco: Glenn Close, Richard Dreyfuus y Gene Hackman. Fue llevada al cine en 1994, con el mismo título, por el director Román Polanski y con las actuaciones de Sigourney Weaver, Ben Kingsley y Stuart Wilson. Desde hace 11 años estaba entre los proyectos artísticos del director venezolano Moisés Guevara y es ahora cuando lo ha logrado mostrar, acompañado en la producción por Eduardo Fermín. Se hace camino al andar, como canta el poeta.
Intelectual combativo
Ariel Dorfman (Buenos Aires, 1942), es poeta, dramaturgo, novelista y ensayista, además comprometido activista de los derechos humanos. Pasó parte de su infancia en Estados Unidos, estableciéndose en Chile en 1954; en 1965 obtuvo una licenciatura en Literatura Comparada y en 1967 adoptó la ciudadanía chilena. Colaboró con el gobierno de Salvador Allende y después del golpe de Estado de Augusto Pinochet se exilió en Francia y posteriormente en Estados Unidos. Pero su mayor actividad ha sido como ensayista. Se ha destacado en su análisis de la cultura popular, en particular por su visión crítica de la ideología subyacente en algunas historietas. También ha abordado el análisis de la mentalidad artística latinoamericana. También ha escrito teatro y su obra más famosa es La muerte y la doncella, publicada en 1991, la cual tuvo un fracasado estreno en 1990 en Chile. Se presentó el 22 de diciembre de 1991 en Nueva York y al año siguiente en Broadway, donde mereció un gran elenco: Glenn Close, Richard Dreyfuus y Gene Hackman. Fue llevada al cine en 1994, con el mismo título, por el director Román Polanski y con las actuaciones de Sigourney Weaver, Ben Kingsley y Stuart Wilson. Desde hace 11 años estaba entre los proyectos artísticos del director venezolano Moisés Guevara y es ahora cuando lo ha logrado mostrar, acompañado en la producción por Eduardo Fermín. Se hace camino al andar, como canta el poeta.
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