La realidad o la historia, o la verdad, es superior o más descarnada que la ficción o la imaginación; pero ésta, la ficción, o la loca de la casa, siempre será mejor o más placentera que la saga. Usamos este concepto, inspirados en la lectura de un artículo periodístico de Mario Vargas Llosa, tras haber visto, con placer, el espectáculo teatral Simón, el cual ahora hace temporada en el Teatro Trasnocho, bajo la dirección de César Bolívar y con las precisas caracterizaciones de César Román Bolívar Romero y Rafael Romero.
Ahí se escenifica lo que pudo haber sido el encuentro entre un joven y rico mantuano y su revolucionario y docto maestro de la infancia, y las consecuencias de las decisiones existenciales que ambos tomaron para la historia de las americanas colonias españolas, las cuales lucharon, y siguen luchando, para ser independientes y soberanas.
Este Simón, que ha subido a escena para homenajear a su autor, Isaac Chocrón (Maracay, 25 de septiembre de 1930), porque así lo decidieron los miembros de su agradecida “familia adquirida”, no es más que el encuentro de Simón Bolívar (22 años) y Simón Rodríguez (33 años) en la Europa de 1805 y su epílogo con un legendario juramento en el romano Monte Sacro, aquel 5 de agosto. De esa saga, negada por unos, ratificada por otros, el dramaturgo venezolano hizo un enternecedor cuento teatral, que es el que estamos disfrutando desde los años 80.
Chocrón, que está muy lejos de ser un oportunista dramaturgo ni pretender tampoco colocarse ahora una boína roja, cuenta que escribió Simón, hacia 1982, después de haber recibido “un doble regalo de mi amigo José Ignacio Cabrujas (1937-1995): el libro El libertador, de Augusto Mijares, ‘para que ial fin!, te enteres de quién fue y qué hizo’, y un disco con la Eroica de Beethoven, ‘para que te acompañe en tu lectura. La buena música abre el entendimiento'. El resultado, que llenó de asombro a Cabrujas, fue que escribí Simón. En febrero del 83 la estrenamos en El Nuevo Grupo bajo su dirección, y con Flavio Caballero y Fausto Verdial en los roles, logrando un éxito rotundo. Los 22 años de vida de esta pieza han sido muy felices, con montajes sucediéndose en muchas partes, algunos tan memorables como el de Lima, que duró más de un año en cartelera, y el de Río de Janeiro, donde su público desconocía prácticamente a los personajes históricos, pero interpretaba la pieza como la relación ideal entre un maestro y su alumno”.
Vimos ese primer montaje logrado por Cabrujas-Caballero-Verdial y no se nos ha borrado por la monumental simpleza de la anécdota y las actuaciones. Después hubo otra puesta en escena, más lujosa, a cargo de Javier Vidal y con Héctor Moreno Guzmán y Juan Carlos Gardié Martínez, en el Teatro Nacional (2000). Y ahora hemos visto complacidos el sobrio espectáculo logrado por César Bolívar, reconocido director de cine y televisión, que escogió esta pieza para homenajear al autor en ocasión de sus 75 años, con el respaldo de la gerencia artística del Teatro Trasnocho.
En este nuevo montaje caraqueño, logrado en difíciles circunstancias, hay que destacar que debuta César Román, o al menos es la primera vez que lo vemos sobre un escenario, el unigénito de Pilar Romero, la mujer que más poder tuvo en el teatro criollo, la histórica primera actriz de Rajatabla; a este talentoso joven (24 años), procreado con César Bolívar, ya conocido por sus diversos roles en la televisión, le tocó asumir al jovenzuelo Simón cuando ha quedado viudo y no sabe qué hacer con su vida, hasta que se consigue con el otro Simón, encarnado por Rafael Romero. Complejos los personajes, pero no imposibles de materializar. Es muy digno el trabajo de ambos, aunque siempre esos roles son inabarcables por su grandeza histórica, ya que se compiten con el mito.El montaje, que no supera los 90 minutos, tiene buen ritmo y logra una atmósfera intimista y enternecedora, porque están ahí dos seres atrapados por la telaraña de la historia, tratando de cambiar sus vidas o descubrir nuevos mundos, sin saber que al día siguiente todo cambiaría y tendrían que sacrificar mundanas comodidades para convertirse en héroes o maestros de unas naciones perennemente irredentas. Una producción discreta, pero bien conducida por César Bolívar, quien a buen momento ha reaparecido.
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