No es fácil producir espectáculos teatrales en una ciudad del interior de Venezuela y después exhibirlos en Caracas, la capital. Las múltiples razones que impiden que exista un coherente circuito nacional para la circulación de dichos trabajos artísticos por toda la geografía física del país, podrán ser superadas cuando existan reglamentaciones o regulaciones o leyes que sí apuntalen la exhibición o difusión de todos los hechos artísticos. Mientras esas pautas no sean propuestas, aprobadas y aplicadas, el teatro, la danza, la música, el circo, etcétera, estarán restringidos y no podrán ser conocidos de todos los venezolanos y solamente llegaran a sus primeros o naturales circuitos de exhibición. Está, pues, el Estado en deuda con la comunidad artística y con el público, porque de nada sirve que se gasten o inviertan cifras millardarias de bolívares en el sector cultural sino no existen los mecanismos para que funcione una especie de auténtico “tren de la cultura” o “caravana de las artes” unido además a un eficaz sistema de promoción presente en todos los medios de comunicación. Estamos seguros que se trata de una tarea hercúlea que llevará varios años para ponerla en marcha, pero cuando se realice -y damos fe de los planes y los esfuerzos que actualmente se realizan- terminará de cambiar para siempre el mapa cultural venezolano y dejará de ser un amargo archipiélago.
Pero mientras llegan esas leyes y reglamentaciones que pondrán orden en la plataforma artística del país entero, hay que reseñar la proeza realizada, por así llamarla, para que el espectáculo Dollwrist, del escritor y critico teatral Juan Martins (46 años) haya llegado desde Maracay a la sala de la Fundacion Rajatabla, donde permaneció durante varios fines de semana con su humanista prédica, encarnada por los comediantes Mirla Campos y Luís Enrique Torres, dirigidos por José Sánchez.¡No pregunten lo invertido, sino lo ganado como logro artístico y por su aporte a la audiencia caraqueña que la disfrutó y de eso damos fe!
Juan Martins, que sí es un destacado teatrero de su natal Maracay, gracias a su honesto y persistente trabajo intelectual, por el cual ha sido merecedor de premios por sus piezas teatrales, tales como Dollwrist y Caperucita ríe a medianoche, entre otras, advierte en el programa de mano de su espectáculo, que se trata de una pieza en la cual se podrá captar o detectar cierta estilística, o “algunas costuras” para decirlo en el lenguaje de nuestro argot crítico, que puede evocar el espectador de textos como El animador, La farra y Encuentro en el parque peligroso, del laureado dramaturgo Rodolfo Santana ( Caracas,1944) .Y nosotros añadiríamos que también hay un tanto de la escuela del cèlebre maestro italiano Luigi Pirandello y particularmente su histórico texto Seis personajes en busca de autor. Él, Martins, como autor no esconde tales influencias, por el contrario, las muestra abiertamente en una pieza que bien se aproxima a un teatro del absurdo y de lo extraño como postura estética que se impone desde sus personajes, una pareja que puede llegar a desagradar, pero que se comprende porque han existido o existen seres así, creados por una serie de conductas anómalas no solo en la sociedad venezolana sino en el mundo entero. Siempre la ficción estará en deuda con la realidad. Y de eso no queda duda alguna.
La argumentación de Dollwrist se reduce a presentar a un hombre y una mujer confinados en lo que puede ser el vestuario de un teatro o una empresa de televisión. Están ahí para hacer un teatro dentro del teatro: Aura (Mirla Campos), una actriz que ha venido a menos o está en marcha hacia el proceloso camino de los envejecientes, que cual araña tejedora espera a su victima, Exequiel (Luis Enrique Torres), joven con ambiciones de escritor que trabaja en esa televisora de “office boy”. Lo que pasa después es predecible y está vendido de entrada. Es el archiconocido juego del dominador y el dominado. Es la pugna de los instintos animales manipulada por otros falsos valores de la sociedad burguesa. Ella desea sexualmente al joven y por eso hacen todo un juego de seducción, utilizando un tercer personaje que es un maniquí o muñeco o dollwrist, hasta que todo culmina de forma abrupta. Exequiel es asesinado por Aura .Y es ahí cuando una voz en of advierte que todo ha sido logrado muy bien, de forma satisfactoria y que por ello será grabado, pues se trata de una actuación para unas càmaras, màs nada. Una tragedia humana convertida una vez más en espectáculo para una audiencia mediática.
¿Qué paso? ¿Qué fue eso? Se preguntará el espectador sorprendido por haber presenciado una aparatosa seducción, toda una artificiosa compra y venta de sexo y placeres, la cual concluye en un vulgar asesinato. Y es seguro que buscará hechos reales cercanos, que tratará de interpretar y comparar la metáfora teatral con algunos sucesos reales como esos que a menudo reseña la prensa, donde el rol del dollwrist lo hace una droga, como la burundanga, o donde el superobjetivo o la jusficaciòn para todo ese teatro en la vida real es simplemente un bajo de billetes.
Él autor, como crítico que es, explica que su Dollwrist no es màs que una metáfora sobre la violencia que se vive la sociedad de consumo, representada en el fenómeno de la televisión como una de sus máximas de expresión, y que además todo esto responde de alguna manera a un teatro político, cuyos personajes están derrotados por no haber evolucionado como individuos íntegros y de perfil humano. “El público se encontrará con un desenlace el cual se le aparentará cotidiano y comprometedor”, puntualiza.
Para nosotros, el espectáculo resultó placentero y un tanto erotizante. En otro país, los actores se habrían desnudado y aceptado unos cuantos rituales sexuales, pero aquí en Caracas algunas pautas sociales y legales han creado obstáculos para ver y disfrutar de algo que es muy corriente y hasta frecuente en otros escenarios donde el teatro no es sólo representación. Lo mostrado es más que satisfactorio y ha permitido ponderar las innegables condiciones de los histriones ahí involucrados. Y, por supuesto, hay un autor muy feliz por haber podido mostrar su obra a más espectadores que sacarán sus rotundas conclusiones.¡Se hace camino al andar, canta el poeta!
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