Lo conocimos durante una breve pasantía que realizamos en la Escuela de Arte Escénico Juana Sujo, durante los años 1977 y 1978. Él es Carmelo Castro (Caracas, 6 de diciembre de 1954), actor, director, dramaturgo, guionista de televisión y productor, además el cofundador, junto a José Manuel Ascensao, del grupo Thalía (18 de septiembre de 1982), importante agrupación de espectáculos para niños y persistente productora de montajes destinados a los adultos, siempre con intenciones didácticas, la cual a su vez ha sido cantera de comediantes. O sea que nuestro ex compañero de estudios sí logró caminar en la ruta de los 30 años de labores continúas y de perenne crecimiento o capacitación. ¡Tremenda tarea lograda!
Hacemos toda esta presentación porque al cabo de tantos años de conocer a Carmelo y de observar y evaluar su carrera profesional, nos ha sorprendido gratamente con un espectáculo donde se atreve a versionar y montar, con una estética màs contemporánea, El enfermo imaginario, la ultima obra de Moliere (Jean Baptiste Poquelin); precisamente la pieza que estrenó siete días antes de morir en escena, mientras encarnaba al protagonista Argán, el 17 de febrero de 1673, a los 52 años, en aquel París de reyes consagrados por la divinidad, esa ciudad-luz que germinaba una revolución que terminaría por cambiar a Europa e incendiar desde entonces a la colonial América.
Carmelo -cuyo tío abuelo era el general Cipriano Castro-no le ha sido fácil pergeñar su currículo. No se ha doblegado y sigue trabajando en pos de una obra o de un montaje que lo consagre, al mismo tiempo que ahora se sacrifica para obtener un pregrado en el Instituto Universitario de Teatro. Creemos que su mayor crecimiento artístico se cerca, especialmente ahora que ha decantado El enfermo imaginario y lo ha dejado en su esencia: una diatriba contra la manipulación descarada de aquellos médicos, inventores de enfermedades con tal de sacarle el dinero a sus ignorantes pacientes.
Como lo comenta el mismo Carmelo, en esta pieza, especie de testamento, Moliére expone más que en ninguna otra su posición ante la medicina de su tiempo a la que llegó a considerar y con toda razón, como una ciencia falsa, peligrosa y ridícula. Pero El enfermo imaginario es algo más que una diatriba contra los médicos, que aquí los utiliza más bien como un pretexto. Es una crítica a los que no aceptan la finitud de la vida, a lo que son capaces de pactar con el diablo para ser eternos y jovenes. Es, pues, una crítica feroz que Moliere hace a sus contemporáneos, desde el rey hasta el mas humilde siervo, pero es todavía una frasca metáfora para los que vivimos los actuales tiempos bolivarianos... con tantos inmortales juntos!
Hay que recordar que en El enfermo imaginario todo comienza en París, a finales del siglo XVII, en la residencia de Argán (Salomón Adames), que pretende desposar a su hija Angélica (Erika Medina) con Tomás (Luis Serrano), hijo de su médico, Diafoirus (Roberto Castro). Pero la muchacha está enamorada de Cleanto (Juan Carlos Martínez), amigo de su profesor de música, a quien suplanta. Angélica se lo presenta a su padre, y le revela que ha tenido un sueño en el que un caballero exactamente igual a Cleanto la sacaba de un apuro tras haberle pedido auxilio.
A Argán le cae en gracia el sustituto del profesor de música, y aprovecha para invitarle a que conozca a sus consuegros, los Diafoirus, pues el hijo de estos, el pedante Tomás, va a casarse con Angélica. Para amenizar la reunión, Cleanto inventa un entretenimiento para declararse mutuamente su amor. Argán se da cuenta y manda callar a Cleanto. A continuación insiste en que se acelere el matrimonio de Tomás con Angélica, y ante la resistencia de esta, la amenaza con encerrarla en un convento. Aquí aparece el lado hipocondríaco de Argán, que consulta con los Diafoirus, padre e hijo, sus malestares físicos, y acaba haciendo patente que si desea el matrimonio de Angélica con Tomás es para tener a los médicos metidos en casa. Por otro lado su segunda esposa, la madrastra Belisa (Flor Elena González) estimula al máximo las imaginarias dolencias de su marido, porque espera heredar lo antes posible su considerable fortuna.
Interviene Toñita (Norma Monasterios), la sirvienta, quien trama con el hermano de Argán, Beraldo (José Manuel Ascensao), otra treta para evitar el matrimonio de Angélica con Tomás. A los doctores Diafoirus y Purgón (Robert Castro) que diagnostican graves dolencias al aprensivo Argán, se une ahora otro doctor desconocido, que no es otro que Toñita disfrazada. Critica a Purgón. De vez en cuando Toñita, para evitar que Argán desconfié, cambia su disfraz por su vestimenta habitual. En un momento que es Toñita, le dice a su amo que se tumbe en su sofá y se haga el muerto, para que vea cual es la reacción de su mujer.
Belisa entra y al escuchar que su marido ha muerto, celebra y hace planes para apropiarse de ciertos papeles y una suma de dinero. Al oír esto, Argán revive y reniega ásperamente la reacción de su mujer. Toñita le pide repetir la experiencia con su hija Angélica. Esta se conduele sinceramente de la muerte de su padre, y llora. En ese momento entra Cleanto, quien lamenta no haber podido pedirle a Argán, cuando aun vivía, que le permitiera casarse con su hija. Este conmovido “resucita” de nuevo y abraza a su hija, quien, junto con Cleanto, se arrodilla a sus pies para suplicarle que consienta su matrimonio, a lo que responde Argán que lo consentirá siempre y cuando Cleanto se haga medico. Y está dispuesto a aceptar, pero Beraldo (Ascensao), el hermano de Argán, le convence de que es mejor que el enfermo se haga médico y así podrá cuidar de si mismo.
En síntesis, el argumento molieresco - resumido para subrayar ese estilo genial de una época- es exhaustivo no sólo para ser leído sino representado, pero he ahí la sapiencia de Carmelo al “podarlo” y “acelerar” las acciones físicas, para hacer menos aburrida la función ante el estresado publico caraqueño. Buen parte de este trabajo escénico, que debe llegar a unos 90 minutos, sin intermedio, se hace llevadero por el correcto trabajo actoral en general y por los lucimientos de profesionales como Adames y la Monasterios -ella se merece que le escriban un buen monólogo, porque está en su mejor momento-sin desechar las caracterizaciones de los jóvenes y los otros intérpretes ahí presentes. ¡Lograron un fino ambiente de sátira!
En esta producción, Carmelo ha “quemado” varios millones de bolívares para obtener un espectáculo además bien vestido y de impacto estético, pues se apuntaló en la tarea escenográfica - un inmenso módulo que hace de puerta o de muro o de simple adorno- de una súper profesional como Silvia Inés Vallejo, la misma que se cubrió de gloria al lado de Carlos Giménez, y en el preciosista trabajo de Altagracia Martínez para resolver los diseños del vestuario creado también por la Vallejo.
¿Por qué hemos sido tan extensos en esta reseña sobre el montaje de Camelo Castro? Por un puñado de razones: es todo un auténtico y aplomado trabajo profesional, como pocas veces hemos visto en Caracas, logrado gracias al sacrificio, el tesón y el estudio de una gente enamorada de su proyecto, como es el grupo Thalía, y porque además lo ha obtenido uno de nuestros compañeros de estudios, de aquellos ya lejanos años 70. Estas cosas no se deben silenciar jamás, porque es pretender ignorar que sí se ha levantado, un tanto en silencio, una generación de relevo, que sí asumió su rol y que a su vez está capacitando a otra nueva generación. El tiempo, pues no se ha perdido y la historia del teatro criollo avanza, con sus altibajos, pero ahí va. ¡Vendrán otros y otros... pero esto no se detiene jamás!
Hacemos toda esta presentación porque al cabo de tantos años de conocer a Carmelo y de observar y evaluar su carrera profesional, nos ha sorprendido gratamente con un espectáculo donde se atreve a versionar y montar, con una estética màs contemporánea, El enfermo imaginario, la ultima obra de Moliere (Jean Baptiste Poquelin); precisamente la pieza que estrenó siete días antes de morir en escena, mientras encarnaba al protagonista Argán, el 17 de febrero de 1673, a los 52 años, en aquel París de reyes consagrados por la divinidad, esa ciudad-luz que germinaba una revolución que terminaría por cambiar a Europa e incendiar desde entonces a la colonial América.
Carmelo -cuyo tío abuelo era el general Cipriano Castro-no le ha sido fácil pergeñar su currículo. No se ha doblegado y sigue trabajando en pos de una obra o de un montaje que lo consagre, al mismo tiempo que ahora se sacrifica para obtener un pregrado en el Instituto Universitario de Teatro. Creemos que su mayor crecimiento artístico se cerca, especialmente ahora que ha decantado El enfermo imaginario y lo ha dejado en su esencia: una diatriba contra la manipulación descarada de aquellos médicos, inventores de enfermedades con tal de sacarle el dinero a sus ignorantes pacientes.
Como lo comenta el mismo Carmelo, en esta pieza, especie de testamento, Moliére expone más que en ninguna otra su posición ante la medicina de su tiempo a la que llegó a considerar y con toda razón, como una ciencia falsa, peligrosa y ridícula. Pero El enfermo imaginario es algo más que una diatriba contra los médicos, que aquí los utiliza más bien como un pretexto. Es una crítica a los que no aceptan la finitud de la vida, a lo que son capaces de pactar con el diablo para ser eternos y jovenes. Es, pues, una crítica feroz que Moliere hace a sus contemporáneos, desde el rey hasta el mas humilde siervo, pero es todavía una frasca metáfora para los que vivimos los actuales tiempos bolivarianos... con tantos inmortales juntos!
Hay que recordar que en El enfermo imaginario todo comienza en París, a finales del siglo XVII, en la residencia de Argán (Salomón Adames), que pretende desposar a su hija Angélica (Erika Medina) con Tomás (Luis Serrano), hijo de su médico, Diafoirus (Roberto Castro). Pero la muchacha está enamorada de Cleanto (Juan Carlos Martínez), amigo de su profesor de música, a quien suplanta. Angélica se lo presenta a su padre, y le revela que ha tenido un sueño en el que un caballero exactamente igual a Cleanto la sacaba de un apuro tras haberle pedido auxilio.
A Argán le cae en gracia el sustituto del profesor de música, y aprovecha para invitarle a que conozca a sus consuegros, los Diafoirus, pues el hijo de estos, el pedante Tomás, va a casarse con Angélica. Para amenizar la reunión, Cleanto inventa un entretenimiento para declararse mutuamente su amor. Argán se da cuenta y manda callar a Cleanto. A continuación insiste en que se acelere el matrimonio de Tomás con Angélica, y ante la resistencia de esta, la amenaza con encerrarla en un convento. Aquí aparece el lado hipocondríaco de Argán, que consulta con los Diafoirus, padre e hijo, sus malestares físicos, y acaba haciendo patente que si desea el matrimonio de Angélica con Tomás es para tener a los médicos metidos en casa. Por otro lado su segunda esposa, la madrastra Belisa (Flor Elena González) estimula al máximo las imaginarias dolencias de su marido, porque espera heredar lo antes posible su considerable fortuna.
Interviene Toñita (Norma Monasterios), la sirvienta, quien trama con el hermano de Argán, Beraldo (José Manuel Ascensao), otra treta para evitar el matrimonio de Angélica con Tomás. A los doctores Diafoirus y Purgón (Robert Castro) que diagnostican graves dolencias al aprensivo Argán, se une ahora otro doctor desconocido, que no es otro que Toñita disfrazada. Critica a Purgón. De vez en cuando Toñita, para evitar que Argán desconfié, cambia su disfraz por su vestimenta habitual. En un momento que es Toñita, le dice a su amo que se tumbe en su sofá y se haga el muerto, para que vea cual es la reacción de su mujer.
Belisa entra y al escuchar que su marido ha muerto, celebra y hace planes para apropiarse de ciertos papeles y una suma de dinero. Al oír esto, Argán revive y reniega ásperamente la reacción de su mujer. Toñita le pide repetir la experiencia con su hija Angélica. Esta se conduele sinceramente de la muerte de su padre, y llora. En ese momento entra Cleanto, quien lamenta no haber podido pedirle a Argán, cuando aun vivía, que le permitiera casarse con su hija. Este conmovido “resucita” de nuevo y abraza a su hija, quien, junto con Cleanto, se arrodilla a sus pies para suplicarle que consienta su matrimonio, a lo que responde Argán que lo consentirá siempre y cuando Cleanto se haga medico. Y está dispuesto a aceptar, pero Beraldo (Ascensao), el hermano de Argán, le convence de que es mejor que el enfermo se haga médico y así podrá cuidar de si mismo.
En síntesis, el argumento molieresco - resumido para subrayar ese estilo genial de una época- es exhaustivo no sólo para ser leído sino representado, pero he ahí la sapiencia de Carmelo al “podarlo” y “acelerar” las acciones físicas, para hacer menos aburrida la función ante el estresado publico caraqueño. Buen parte de este trabajo escénico, que debe llegar a unos 90 minutos, sin intermedio, se hace llevadero por el correcto trabajo actoral en general y por los lucimientos de profesionales como Adames y la Monasterios -ella se merece que le escriban un buen monólogo, porque está en su mejor momento-sin desechar las caracterizaciones de los jóvenes y los otros intérpretes ahí presentes. ¡Lograron un fino ambiente de sátira!
En esta producción, Carmelo ha “quemado” varios millones de bolívares para obtener un espectáculo además bien vestido y de impacto estético, pues se apuntaló en la tarea escenográfica - un inmenso módulo que hace de puerta o de muro o de simple adorno- de una súper profesional como Silvia Inés Vallejo, la misma que se cubrió de gloria al lado de Carlos Giménez, y en el preciosista trabajo de Altagracia Martínez para resolver los diseños del vestuario creado también por la Vallejo.
¿Por qué hemos sido tan extensos en esta reseña sobre el montaje de Camelo Castro? Por un puñado de razones: es todo un auténtico y aplomado trabajo profesional, como pocas veces hemos visto en Caracas, logrado gracias al sacrificio, el tesón y el estudio de una gente enamorada de su proyecto, como es el grupo Thalía, y porque además lo ha obtenido uno de nuestros compañeros de estudios, de aquellos ya lejanos años 70. Estas cosas no se deben silenciar jamás, porque es pretender ignorar que sí se ha levantado, un tanto en silencio, una generación de relevo, que sí asumió su rol y que a su vez está capacitando a otra nueva generación. El tiempo, pues no se ha perdido y la historia del teatro criollo avanza, con sus altibajos, pero ahí va. ¡Vendrán otros y otros... pero esto no se detiene jamás!
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