Vimos en la noche del 1 de noviembre de 1976, en la Sala Rajatabla, al espectáculo teatral El señor y los pobres. Nuestra memoria se ha encargado de no dejarnos olvidar el buen rato físico y mental que constituyó ponderar aquel extraño trabajo artístico, especie de ceremonia litúrgica cristiana al estilo de las catacumbas romanas, el cual había sido logrado por unos desconocidos criollos y extranjeros, quienes la trajeron, desde Altos de Santa Fe, un poblado ubicado en las cercanías de Cumana.
Al frente de ellos estaba -y aún sigue ahí- Juan Carlos De Petre, para ese entonces un cuarentón argentino que se negó a escenificar las piezas teatrales convencionales, no quería hacer lo mismo que sus colegas y se opuso a trabajar con métodos carcomidos por el tiempo. Quería inventar algo. Y creemos que la persistencia en sus ideas y el trabajo inclemente han dado su fruto: 30 años más tarde tiene un estilo o una técnica original, por así denominarla, que lo distingue de los otros artistas, al mismo tiempo que ha formado actores y hasta seguidores de su método. No ha sido egoísta con sus discípulos y les ha dado la semilla para que aprendan a cultivarla y así logren difundir el producto en los años venideros. Él es un extraño anacoreta de las artes escénicas criollas que ha encontrado seguidores y hasta conseguido recursos porque algo de verdad o de sabiduría ha propalado, al tiempo que se ha dedicado a formar comediantes, pero antes de fomentar valores dentro de esas ánimas, no los ha dejado convertirse precisamente en maquinas para la diversión ajena. Es, por supuesto, un creador respetable entre los críticos y un sector de los teatreros.
PERIPLO Ese grupo, al que bautizaron Altosf, contracción del nombre de aquel poblado sucrense, para no olvidar sus orígenes y perpetuar así sus relaciones con la naturaleza y el mundo, se vino al Distrito Capital y fijó su sede en la Colonia Tovar, durante la década de los 80, para ahí sobrevivir con la agricultura y la ebanistería –artesanos y artistas unidos-, además de proseguir investigaciones teóricas y practicas sobre eso que ya iban perfilando como “teatro desconocido”. Pero siguió creando y desde entonces no se ha detenido y por eso tiene ahora toda una impresionante serie de montajes novedosos y por ende originales, que es una de sus características más resaltantes.
Porque el grupo Altosf no se ha preocupado en sus 30 años de labores de crear y exhibir un teatro bien hecho o mal hecho, nada de teatro de arte o teatro comercial, nada de teatro con rótulos. Simplemente ha logrado y mostrado un “teatro desconocido”, como desconocido es todo lo que brota de una auténtica experimentación o una búsqueda. Un teatro que persigue no sólo un final, sino más bien un camino, una huella o una senda para proseguir una marcha que solo culmina con el mutis final. Ya que sus espectáculos provocan, casi siempre, una reflexión sobre el sin sentido de la vida misma, que no es más que indagar sobre el origen y el destino del hombre y su única obligación: vivir y procurar dejar una huella para los que vienen atrás a proseguir en lo mismo.
TEORÍA Y PRÁCTICA ¿Eso que hace el grupo Altosf es jipismo o cristianismo primitivo o un singular sincretismo con las teorías orientalistas o una versión latinoamericana de la new age? No sabemos e invitamos a que otros lo identifiquen y le pongan etiquetas, pero siempre a partir de sus experimentos teatrales, de sus maneras de hacer las cosas dentro de sus técnicas o procedimientos, donde el trabajo interior del actor, como punto fundamental, es lo màs importante. Después viene lo exterior y la elaboración, colectiva, del borrador de un texto que será la guía del trabajo que se asuma, un texto no exento de poesía y hasta de fe.
Es, pues, Altosf una especie de comuna que predica desde el escenario y en estas semanas de julio y agosto de 2006 lo ha logrado con sendos espectáculos: Meridiano de Greenwich y Show. Uno de alto contenido metafísico y muy dentro de la onda cristiana o religiosa en general, y otro jugado hacia el trabajo actoral en un especie de vodevil grotesco.
Ana Emilia Lyon, Augusto Marcano y José Gregorio Magdaleno concibieron y montaron en la sede del Altofs –sotano1 del edificio San Martín de Parque Central- un juego, por así llamarlo, con una pareja angelical que baja a la Tierra para buscar a un hombre, un tal Leonardo con una conciencia diferente a la del común, un ser que a pesar de las derrotas y otras tantas frustraciones tiene todavía la esperanza de reiniciar su camino al día siguiente. La metáfora de los ángeles que descienden para salvar a los terrestres o darles buenas o malas noticias, tiene sus polivalentes lecturas religiosas, aunque se llame, cabalísticamente, Meridiano de Greenwich, el cual se desarrolla sin elementos escenografitos en una cámara oscura y con luces bien utilizadas y apuntalado con una especial música y efectos incidentales. La Sala Altofs resulta perfecta para esta práctica de investigación.
Lo mejor de este trabajo es la composición de los personajes, a cargo de Marcano y Lyon, apoyados en los consejos de Magdaleno. Habrá que verlos màs adelante en otros ejercicios escénicos y con la respectiva propuesta ideología del nuevo espectáculo, que ojala no sea tan metafísica.
Show es en apariencia un teatro básico, de ese que se consigue en cualquier ciudad de este convulso planeta, pero que se diferencia de todos ellos porque ahí sus comediantes no pretender agradar ni exhibir sus dotes hiperdesarrolladas tras especiales adiestramientos. No nada de eso. Buscan todo lo contrario y además pretenden conmocionar al público. Buscan incomodar al espectador, porque materializan a cómicos frustrados o decadentes o carentes de gracia y hasta de técnicas. Es como ver a un trapecista estrella que ni siquiera puede agarrar bien los arneses para sus acrobacias aéreas y termina estrellándose. Y eso, aunque pueda parecer patético, tiene su sentido. Para otros puede ser una burla a tanto teatro burgués que se vende y que lo único que pretende es impactar al público haciéndole creer que es “arte”.
Este Show, que se exhibe en la Sala Horacio Peterson del Ateneo de Caracas, se realiza en un espacio teatral que combina a unas 13 mesitas, con lamparitas y licor para unas 36 personas, y un mínimo escenario. Ahí participan, bajo la dirección de Juan Carlos De Petre: Daniela Pérez, Maruma Rodríguez, Leticia Dávila y José Luis Rosales, además de José Gutiérrez.
En síntesis: dos muestras del ya treintañero Altosf dirigidas a un auditorio que podrá aplaudirlas o repudiarlas, o encontrar en ellas cosas que nunca antes vio y por lo tanto hasta llegar a convertirse en un devoto o un fanático de esa organización cultural. No hay que olvidar que el teatro, sea como sea, requiere de una audiencia para que exista. Y eso lo saben muy bien en Altosf.
Al frente de ellos estaba -y aún sigue ahí- Juan Carlos De Petre, para ese entonces un cuarentón argentino que se negó a escenificar las piezas teatrales convencionales, no quería hacer lo mismo que sus colegas y se opuso a trabajar con métodos carcomidos por el tiempo. Quería inventar algo. Y creemos que la persistencia en sus ideas y el trabajo inclemente han dado su fruto: 30 años más tarde tiene un estilo o una técnica original, por así denominarla, que lo distingue de los otros artistas, al mismo tiempo que ha formado actores y hasta seguidores de su método. No ha sido egoísta con sus discípulos y les ha dado la semilla para que aprendan a cultivarla y así logren difundir el producto en los años venideros. Él es un extraño anacoreta de las artes escénicas criollas que ha encontrado seguidores y hasta conseguido recursos porque algo de verdad o de sabiduría ha propalado, al tiempo que se ha dedicado a formar comediantes, pero antes de fomentar valores dentro de esas ánimas, no los ha dejado convertirse precisamente en maquinas para la diversión ajena. Es, por supuesto, un creador respetable entre los críticos y un sector de los teatreros.
PERIPLO Ese grupo, al que bautizaron Altosf, contracción del nombre de aquel poblado sucrense, para no olvidar sus orígenes y perpetuar así sus relaciones con la naturaleza y el mundo, se vino al Distrito Capital y fijó su sede en la Colonia Tovar, durante la década de los 80, para ahí sobrevivir con la agricultura y la ebanistería –artesanos y artistas unidos-, además de proseguir investigaciones teóricas y practicas sobre eso que ya iban perfilando como “teatro desconocido”. Pero siguió creando y desde entonces no se ha detenido y por eso tiene ahora toda una impresionante serie de montajes novedosos y por ende originales, que es una de sus características más resaltantes.
Porque el grupo Altosf no se ha preocupado en sus 30 años de labores de crear y exhibir un teatro bien hecho o mal hecho, nada de teatro de arte o teatro comercial, nada de teatro con rótulos. Simplemente ha logrado y mostrado un “teatro desconocido”, como desconocido es todo lo que brota de una auténtica experimentación o una búsqueda. Un teatro que persigue no sólo un final, sino más bien un camino, una huella o una senda para proseguir una marcha que solo culmina con el mutis final. Ya que sus espectáculos provocan, casi siempre, una reflexión sobre el sin sentido de la vida misma, que no es más que indagar sobre el origen y el destino del hombre y su única obligación: vivir y procurar dejar una huella para los que vienen atrás a proseguir en lo mismo.
TEORÍA Y PRÁCTICA ¿Eso que hace el grupo Altosf es jipismo o cristianismo primitivo o un singular sincretismo con las teorías orientalistas o una versión latinoamericana de la new age? No sabemos e invitamos a que otros lo identifiquen y le pongan etiquetas, pero siempre a partir de sus experimentos teatrales, de sus maneras de hacer las cosas dentro de sus técnicas o procedimientos, donde el trabajo interior del actor, como punto fundamental, es lo màs importante. Después viene lo exterior y la elaboración, colectiva, del borrador de un texto que será la guía del trabajo que se asuma, un texto no exento de poesía y hasta de fe.
Es, pues, Altosf una especie de comuna que predica desde el escenario y en estas semanas de julio y agosto de 2006 lo ha logrado con sendos espectáculos: Meridiano de Greenwich y Show. Uno de alto contenido metafísico y muy dentro de la onda cristiana o religiosa en general, y otro jugado hacia el trabajo actoral en un especie de vodevil grotesco.
Ana Emilia Lyon, Augusto Marcano y José Gregorio Magdaleno concibieron y montaron en la sede del Altofs –sotano1 del edificio San Martín de Parque Central- un juego, por así llamarlo, con una pareja angelical que baja a la Tierra para buscar a un hombre, un tal Leonardo con una conciencia diferente a la del común, un ser que a pesar de las derrotas y otras tantas frustraciones tiene todavía la esperanza de reiniciar su camino al día siguiente. La metáfora de los ángeles que descienden para salvar a los terrestres o darles buenas o malas noticias, tiene sus polivalentes lecturas religiosas, aunque se llame, cabalísticamente, Meridiano de Greenwich, el cual se desarrolla sin elementos escenografitos en una cámara oscura y con luces bien utilizadas y apuntalado con una especial música y efectos incidentales. La Sala Altofs resulta perfecta para esta práctica de investigación.
Lo mejor de este trabajo es la composición de los personajes, a cargo de Marcano y Lyon, apoyados en los consejos de Magdaleno. Habrá que verlos màs adelante en otros ejercicios escénicos y con la respectiva propuesta ideología del nuevo espectáculo, que ojala no sea tan metafísica.
Show es en apariencia un teatro básico, de ese que se consigue en cualquier ciudad de este convulso planeta, pero que se diferencia de todos ellos porque ahí sus comediantes no pretender agradar ni exhibir sus dotes hiperdesarrolladas tras especiales adiestramientos. No nada de eso. Buscan todo lo contrario y además pretenden conmocionar al público. Buscan incomodar al espectador, porque materializan a cómicos frustrados o decadentes o carentes de gracia y hasta de técnicas. Es como ver a un trapecista estrella que ni siquiera puede agarrar bien los arneses para sus acrobacias aéreas y termina estrellándose. Y eso, aunque pueda parecer patético, tiene su sentido. Para otros puede ser una burla a tanto teatro burgués que se vende y que lo único que pretende es impactar al público haciéndole creer que es “arte”.
Este Show, que se exhibe en la Sala Horacio Peterson del Ateneo de Caracas, se realiza en un espacio teatral que combina a unas 13 mesitas, con lamparitas y licor para unas 36 personas, y un mínimo escenario. Ahí participan, bajo la dirección de Juan Carlos De Petre: Daniela Pérez, Maruma Rodríguez, Leticia Dávila y José Luis Rosales, además de José Gutiérrez.
En síntesis: dos muestras del ya treintañero Altosf dirigidas a un auditorio que podrá aplaudirlas o repudiarlas, o encontrar en ellas cosas que nunca antes vio y por lo tanto hasta llegar a convertirse en un devoto o un fanático de esa organización cultural. No hay que olvidar que el teatro, sea como sea, requiere de una audiencia para que exista. Y eso lo saben muy bien en Altosf.
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