Si quiere aprender mecánica automotriz puede intentarlo de inmediato. Abundan escuelas que enseñan los rudimentos y hasta unas cuantas especialidades. Pero si pretende dominar el abecé de la escritura teatral encontrará complejos obstáculos. No hay institutos con sólidos programas dedicados a esa labor, salvo algunos avezados dramaturgos que reparten sus conocimientos a quienes acepten sus métodos. ¿Y ellos donde aprendieron? Lo que si pululan son cursillos sobre escrituras de telenovelas o guiones de cine, por lo que los interesados en la dramaturgia terminan sumergidos en otras complejidades y al final el teatro sale perdiendo, como tal.
Pero el teatro criollo avanza a pesar de su larga lista de problemas y el inexplicable desinterés de grupos, productores y directores para mostrar textos de sus compatriotas, salvo cuando los interesados financian sus montajes o ganan premios internacionales. Algunos exhiben sólo obras de sus amigos y gerentes y hasta una que otra pieza foránea para guardar apariencias. Son versiones, al revés, de El Nuevo Grupo, el “portaaviones” más importante del teatro criollo durante el siglo XX.
Esta introducción busca ambientar y festejar el estreno y la temporada, por ahora en el Celarg, de Nueve huecos, de Javier Moreno (Caracas, 12 de diciembre de 1960), dirigido y producido por su hermana Xiomara Moreno, con el profesional respaldo de Frank Silva y Mayte Parias. El autor, con 21 obras estrenadas, y el espectáculo demuestran como cuando hay talento, se quiere y además se cuenta con un poco de ayuda de sus amigos y de la familia, sí se puede exhibir una útil comedia dramática sobre la contemporaneidad venezolana y hasta permitir que un dueto de interpretes demuestren que tienen condiciones y puedan avanzar en el difícil camino de las actuaciones convincentes.
Nueve huecos es una inesperada comedia contemporánea que pendula entre la jocosidad erótica y la intensidad de una eventual rivalidad sexual. Es una saga, como lo precisa la directora Moreno, sobre la convivencia entre una mujer depredadora y un hombre manipulador. Una oportuna obra sobre el exacerbado materialismo y el interés individual que se combinan para hacer naufragar la necesaria o terapéutica relación de la pareja, más allá de las conductas sexuales.
Esa es la lectura escénica que hemos hecho del enfrentamiento entre Dalia (Mayte Parias) y Raúl (Frank Silva). Ella es una arribista que en ciertas circunstancias debe pedir alojamiento a él, un escritor de medio pelo y empleado de ministerio, en su alquilado apartamento. La forzada relación de pareja que surge va acrecentando las respectivas capacidades y las ambiciones de salirse cada uno con lo suyo: Dalia pretende asegurarse un medio material de supervivencia a costillas del otro. Raúl busca granjearse la satisfacción sexual y la comodidad de una relación abierta aunque jerárquica. Como sería lógico esperar la acción se desenvuelve hacia el terreno de las fricciones, de los malestares y la antipatía. La obra está armada en nueve cuadros que representan respectivamente cada una de las cavidades del cuerpo humano y a la vez los escalones que desciende la relación de pareja, en medio de un enfrentamiento de diálogos y acciones de fino humor y alta comedia, hasta el plano de la vergüenza o la mutilación.
A pesar que no creemos que las obras de arte dtengan que ser explicadas por sus creadores, destacamos el hecho de que el programa de mano revelan que el titulo Nueve huecos está inspirado en una frase de Johannes Von Tepl que aparece en su obra Labrador de Bohemia: “Cada hombre perfectamente creado posee nueve huecos por donde corren las inmundicias mas repulsivas”. Y, por si fuera poco, además agregan que “con esta premisa preséntanos las dificultades de la convivencia, la aceptación del otro y de uno mismo como ser diverso, y el materialismo exacerbado como temas de siempre”.
La verdad es que esas instrucciones o guías para degustar a Nueve huecos están de más, porque el producto artístico es bastante explícito y hasta un tanto didáctico. El espectador podrá concluir, entre otras cosas, que hoy por hoy Nueve huecos es un conflicto de heterosexuales, pero también es de homosexuales o lesbianas, porque lo que ahí se advierte es la gravedad de una relación disfuncional, del nefasto acoplamiento por intereses materiales, del animal acompañamiento para matar el tiempo, de la ausencia de amor que se transforma en una agresión diaria como arma de lucha y que no se sacia hasta la aniquilación total del contrario. Es aceptar dormir con el enemigo para acompañar la soledad. Ya el dramaturgo Moreno denunciaba esa terrible situación en el unipersonal La golpista.
Es buen teatro comprometido con la actualidad y corre como agua fría por la garganta del sediento, gracias a la pulcra dirección, las placenteras y conmovedoras actuaciones y la minimalista producción. Y reiteramos que ha servido de gran manera para relanzar a esa pareja de histriones valiosos, Frank Silva y Mayte Parias, porque son los cuerpos y las almas de esos contemporáneos Dalia y Raúl, modelos de angustiados seres destruidos por una sociedad que no permite la utopia del amor y que sí exige el pingüe negocio con las más elementales relaciones humanas.
Y no podíamos olvidarnos de la tenacidad de Xiomara Moreno con su paciente trabajo de directora general y en especial por la conducción de los actores. Un trabajo perfecto, donde está además el gran soporte de la música creada por Laden Horvat.
Pero el teatro criollo avanza a pesar de su larga lista de problemas y el inexplicable desinterés de grupos, productores y directores para mostrar textos de sus compatriotas, salvo cuando los interesados financian sus montajes o ganan premios internacionales. Algunos exhiben sólo obras de sus amigos y gerentes y hasta una que otra pieza foránea para guardar apariencias. Son versiones, al revés, de El Nuevo Grupo, el “portaaviones” más importante del teatro criollo durante el siglo XX.
Esta introducción busca ambientar y festejar el estreno y la temporada, por ahora en el Celarg, de Nueve huecos, de Javier Moreno (Caracas, 12 de diciembre de 1960), dirigido y producido por su hermana Xiomara Moreno, con el profesional respaldo de Frank Silva y Mayte Parias. El autor, con 21 obras estrenadas, y el espectáculo demuestran como cuando hay talento, se quiere y además se cuenta con un poco de ayuda de sus amigos y de la familia, sí se puede exhibir una útil comedia dramática sobre la contemporaneidad venezolana y hasta permitir que un dueto de interpretes demuestren que tienen condiciones y puedan avanzar en el difícil camino de las actuaciones convincentes.
Nueve huecos es una inesperada comedia contemporánea que pendula entre la jocosidad erótica y la intensidad de una eventual rivalidad sexual. Es una saga, como lo precisa la directora Moreno, sobre la convivencia entre una mujer depredadora y un hombre manipulador. Una oportuna obra sobre el exacerbado materialismo y el interés individual que se combinan para hacer naufragar la necesaria o terapéutica relación de la pareja, más allá de las conductas sexuales.
Esa es la lectura escénica que hemos hecho del enfrentamiento entre Dalia (Mayte Parias) y Raúl (Frank Silva). Ella es una arribista que en ciertas circunstancias debe pedir alojamiento a él, un escritor de medio pelo y empleado de ministerio, en su alquilado apartamento. La forzada relación de pareja que surge va acrecentando las respectivas capacidades y las ambiciones de salirse cada uno con lo suyo: Dalia pretende asegurarse un medio material de supervivencia a costillas del otro. Raúl busca granjearse la satisfacción sexual y la comodidad de una relación abierta aunque jerárquica. Como sería lógico esperar la acción se desenvuelve hacia el terreno de las fricciones, de los malestares y la antipatía. La obra está armada en nueve cuadros que representan respectivamente cada una de las cavidades del cuerpo humano y a la vez los escalones que desciende la relación de pareja, en medio de un enfrentamiento de diálogos y acciones de fino humor y alta comedia, hasta el plano de la vergüenza o la mutilación.
A pesar que no creemos que las obras de arte dtengan que ser explicadas por sus creadores, destacamos el hecho de que el programa de mano revelan que el titulo Nueve huecos está inspirado en una frase de Johannes Von Tepl que aparece en su obra Labrador de Bohemia: “Cada hombre perfectamente creado posee nueve huecos por donde corren las inmundicias mas repulsivas”. Y, por si fuera poco, además agregan que “con esta premisa preséntanos las dificultades de la convivencia, la aceptación del otro y de uno mismo como ser diverso, y el materialismo exacerbado como temas de siempre”.
La verdad es que esas instrucciones o guías para degustar a Nueve huecos están de más, porque el producto artístico es bastante explícito y hasta un tanto didáctico. El espectador podrá concluir, entre otras cosas, que hoy por hoy Nueve huecos es un conflicto de heterosexuales, pero también es de homosexuales o lesbianas, porque lo que ahí se advierte es la gravedad de una relación disfuncional, del nefasto acoplamiento por intereses materiales, del animal acompañamiento para matar el tiempo, de la ausencia de amor que se transforma en una agresión diaria como arma de lucha y que no se sacia hasta la aniquilación total del contrario. Es aceptar dormir con el enemigo para acompañar la soledad. Ya el dramaturgo Moreno denunciaba esa terrible situación en el unipersonal La golpista.
Es buen teatro comprometido con la actualidad y corre como agua fría por la garganta del sediento, gracias a la pulcra dirección, las placenteras y conmovedoras actuaciones y la minimalista producción. Y reiteramos que ha servido de gran manera para relanzar a esa pareja de histriones valiosos, Frank Silva y Mayte Parias, porque son los cuerpos y las almas de esos contemporáneos Dalia y Raúl, modelos de angustiados seres destruidos por una sociedad que no permite la utopia del amor y que sí exige el pingüe negocio con las más elementales relaciones humanas.
Y no podíamos olvidarnos de la tenacidad de Xiomara Moreno con su paciente trabajo de directora general y en especial por la conducción de los actores. Un trabajo perfecto, donde está además el gran soporte de la música creada por Laden Horvat.
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