Murió vivo y gracias a su legado teatral genera múltiples reflexiones. Sus piezas (16, por ahora), compiladas y publicadas en dos tomos (Obra dramática) , gracias al crítico Leonardo Azpárren Jiménez y al soporte de una institución financiera, conjuntamente con la editorial Equinoccio de la Universidad Simon Bolívar, deben atraer la atención de sus familiares y amigos, para que nadie más abuse de su ausencia y dañe con torpezas su literatura dramática, con lo cual pueden negar, por ignorancia o perversión, lo predicado sobre Venezuela, a la que amó entrañablemente. Nos referimos, pues, al más lúcido y comprometido intelectual del siglo XX, José Ignacio Cabrujas (Caracas, 17 de julio de 1937/ Porlamar, 21 de octubre de 1995).
Parafraseando al compilador Azpárren Jiménez podemos afirmar que el teatro de Cabrujas se desplaza sobre dos patinetas: la gente, o los diferentes conglomerados criollos a través de los siglos XIX y XX, y la saga nacional, esa suma de sucesos vividos por ganadores y perdedores. Todo eso lo utilizó el dramaturgo para crear situaciones y personajes criollos, como los que muestra en Profundo (1971), considerada la mejor de su producción dramatúrgica.
Cabrujas bien conocía costumbres y tradiciones de su pueblo. Y en Profundo plasma a una familia pobre, campesina e ignorante, empeñada en salir de abajo con la búsqueda del tesoro de un difunto sacerdote en el patio de la casa donde moran. Los atrae la riqueza, aunque no sepan lo que harán con ella, y son manipulados por una sacerdotisa que les monta un tinglado para conjurar fuerzas mágicas que les entregarán un arcón con morrocotas. Pero todo es una superchería y al final llega el desencanto ante el fracaso, pero estos no pierden la esperanza del día siguiente.
Hay ahí una obvia crítica a la sociedad venezolana y sus mandatarios que han desgobernado al acentuar la ignorancia utilizando la religión y sus mitos como mecanismos de dominación sobre los menos culturizados, los más pobres. Se enseña como sólo el trabajo puede crear riqueza y que lo oculto hay que descubrirlo primero y saberlo gerenciar después, porque cuando se agote vienen los dolores de cabeza que conocen muy bien los pobres. Es una metáfora sobre el petróleo y sus nefastas consecuencias para el desarrollo coherente de una nación.
Pero si a Profundo se le amputan diálogos y acciones, especialmente cuando cavan en el patio de la casucha, y se le minimizan sus símbolos críticos políticos, se le convierte en un elemental sainete para ridiculizar al auto sacramental del Nacimiento de Jesús de Nazaret, al cual representan para festejar el ánima del cura que les dejó el supuesto tesoro. Todo eso agudiza la burla a la religión, como si fuese el único problema de esos seres, y se soslaya el abuso del Poder (clases económicas y políticas), que ahí ha subrayado Cabrujas, y por eso viven en ese estadio de semisalvajismo prehistórico. Para nadie es un secreto que las religiones son el brazo ideológico de todos los que detentan o son el Poder desde que comenzó la historia, aunque en ocasiones los poderosos terrenales entra en conflicto con ese poder “divino” y aparecen jefes ateos y demás profetas disfrazados de materialistas. ¡Aquí, el humor es otro perverso trapo rojo para distraer a la audiencia!
Esas amputaciones y otras cosas más se ponderaron en el desangelado montaje de Profundo, dirigido por Francisco Salazar, exhibido en la sala Anna Julia Rojas de Unearte para graduar a un puñado de nuevos profesionales del teatro, como son Ana González, Steven Rosas, Anriannys Acevedo, Ángel Chávez, María José Mata, Esteven Rosas, César Augusto Roa, Miguel Ángel Díaz, Yeliana Flores y Eileen Flores. Todos ellos tendrán ahora que buscar diversos trabajos artísticos, por supuesto; es ahora que comienzan la dura brega de ganar prestigio como teatreros.
Aquí, por supuesto, hay que admitir que los directores de teatro o puestistas son los amos y señores de los espectáculos, quienes, apuntalados en la libertad de creación, que en ocasiones son sinónimo de libertinaje, para desvirtuar lo que otros hicieron bien, pueden mejorar o empeorar los textos que caen sus manos. Salazar, de quien tenemos una óptima referencia después de haberle visto el montaje que hizo de Príncipe Azul, de Eduardo Griffiero, se excedió con el ausente Cabrujas y le quitó a Profundo toda una serie de situaciones y diálogos críticos, ademas le agregó música operática y hasta una narración en off del mismo autor.
Profundo es criollo de principio a fin, es Venezuela, pues, y no requiere de exquisiteces foráneas, únicamente exige autenticidad, como lo sugirió su autor, quien no dejó manuales de cómo montar sus textos, por la misma sencillez de sus estructuras y la diafanidad de sus textos, fáciles de comprender, tanto por tirios como troyanos, pero muy delicados, porque cuando se les borra algo, es como quitarle el minutero a un fino Rolex de pulsera.
Este montaje lo vimos en su estreno y en el reestreno, con un intervalo de no más de ocho días, porque desencadenó una reyerta de malentendidos, de tales proporciones, que ni Albert Camus la hubiese orquestado tan bien, pero al final se resolvió, salomónicamente, con un espectáculo más maquillado, con muchas luces impactantes y multicoloridas, y, como es obvio, con más seguridad por parte sus actores en sus roles.
Gracias al inesperado estira y encoje con el destino escénico de Profundo, fue que pudimos revisar el texto que legó Cabrujas y al compararlo con todo lo que nos llegó desde la escena, hemos tenido que reconocer que no tiene profundidad ideológica tal espectáculo, al cual puede calificársele como divertido, sazonado picarescamente con un gratuito personaje travestido, como cualquier comedia comercial, esas donde se banalizan los temas y los argumentos, además del uso de interpretes destacados en la televisión y, por supuesto, y cobran las entradas.
Pero ese no es el texto Profundo que pasó a la historia en sus montajes de 1971 y 1997. Un texto político, que no es lo mismo que politiquero, como recuerda, Álvaro Mata, “estrenado en la época de la bonanza petrolera y el despilfarro, del disfrute hoy y pague (bien caro) mañana. En esos años, el petróleo generaba el 80% de los ingresos del país; el precio de litro de gasolina era el más bajo del mundo; y la pacificación a la fuerza, nueva forma de hacer política, recordaba una época ya vivida”.
Conclusión, Cabrujas, a 15 años de su muerte, suscita pasiones, aunque se quiera hacer comedia con lo que escribió. ¡Sigue vivo...coño!
Parafraseando al compilador Azpárren Jiménez podemos afirmar que el teatro de Cabrujas se desplaza sobre dos patinetas: la gente, o los diferentes conglomerados criollos a través de los siglos XIX y XX, y la saga nacional, esa suma de sucesos vividos por ganadores y perdedores. Todo eso lo utilizó el dramaturgo para crear situaciones y personajes criollos, como los que muestra en Profundo (1971), considerada la mejor de su producción dramatúrgica.
Cabrujas bien conocía costumbres y tradiciones de su pueblo. Y en Profundo plasma a una familia pobre, campesina e ignorante, empeñada en salir de abajo con la búsqueda del tesoro de un difunto sacerdote en el patio de la casa donde moran. Los atrae la riqueza, aunque no sepan lo que harán con ella, y son manipulados por una sacerdotisa que les monta un tinglado para conjurar fuerzas mágicas que les entregarán un arcón con morrocotas. Pero todo es una superchería y al final llega el desencanto ante el fracaso, pero estos no pierden la esperanza del día siguiente.
Hay ahí una obvia crítica a la sociedad venezolana y sus mandatarios que han desgobernado al acentuar la ignorancia utilizando la religión y sus mitos como mecanismos de dominación sobre los menos culturizados, los más pobres. Se enseña como sólo el trabajo puede crear riqueza y que lo oculto hay que descubrirlo primero y saberlo gerenciar después, porque cuando se agote vienen los dolores de cabeza que conocen muy bien los pobres. Es una metáfora sobre el petróleo y sus nefastas consecuencias para el desarrollo coherente de una nación.
Pero si a Profundo se le amputan diálogos y acciones, especialmente cuando cavan en el patio de la casucha, y se le minimizan sus símbolos críticos políticos, se le convierte en un elemental sainete para ridiculizar al auto sacramental del Nacimiento de Jesús de Nazaret, al cual representan para festejar el ánima del cura que les dejó el supuesto tesoro. Todo eso agudiza la burla a la religión, como si fuese el único problema de esos seres, y se soslaya el abuso del Poder (clases económicas y políticas), que ahí ha subrayado Cabrujas, y por eso viven en ese estadio de semisalvajismo prehistórico. Para nadie es un secreto que las religiones son el brazo ideológico de todos los que detentan o son el Poder desde que comenzó la historia, aunque en ocasiones los poderosos terrenales entra en conflicto con ese poder “divino” y aparecen jefes ateos y demás profetas disfrazados de materialistas. ¡Aquí, el humor es otro perverso trapo rojo para distraer a la audiencia!
Esas amputaciones y otras cosas más se ponderaron en el desangelado montaje de Profundo, dirigido por Francisco Salazar, exhibido en la sala Anna Julia Rojas de Unearte para graduar a un puñado de nuevos profesionales del teatro, como son Ana González, Steven Rosas, Anriannys Acevedo, Ángel Chávez, María José Mata, Esteven Rosas, César Augusto Roa, Miguel Ángel Díaz, Yeliana Flores y Eileen Flores. Todos ellos tendrán ahora que buscar diversos trabajos artísticos, por supuesto; es ahora que comienzan la dura brega de ganar prestigio como teatreros.
Aquí, por supuesto, hay que admitir que los directores de teatro o puestistas son los amos y señores de los espectáculos, quienes, apuntalados en la libertad de creación, que en ocasiones son sinónimo de libertinaje, para desvirtuar lo que otros hicieron bien, pueden mejorar o empeorar los textos que caen sus manos. Salazar, de quien tenemos una óptima referencia después de haberle visto el montaje que hizo de Príncipe Azul, de Eduardo Griffiero, se excedió con el ausente Cabrujas y le quitó a Profundo toda una serie de situaciones y diálogos críticos, ademas le agregó música operática y hasta una narración en off del mismo autor.
Profundo es criollo de principio a fin, es Venezuela, pues, y no requiere de exquisiteces foráneas, únicamente exige autenticidad, como lo sugirió su autor, quien no dejó manuales de cómo montar sus textos, por la misma sencillez de sus estructuras y la diafanidad de sus textos, fáciles de comprender, tanto por tirios como troyanos, pero muy delicados, porque cuando se les borra algo, es como quitarle el minutero a un fino Rolex de pulsera.
Este montaje lo vimos en su estreno y en el reestreno, con un intervalo de no más de ocho días, porque desencadenó una reyerta de malentendidos, de tales proporciones, que ni Albert Camus la hubiese orquestado tan bien, pero al final se resolvió, salomónicamente, con un espectáculo más maquillado, con muchas luces impactantes y multicoloridas, y, como es obvio, con más seguridad por parte sus actores en sus roles.
Gracias al inesperado estira y encoje con el destino escénico de Profundo, fue que pudimos revisar el texto que legó Cabrujas y al compararlo con todo lo que nos llegó desde la escena, hemos tenido que reconocer que no tiene profundidad ideológica tal espectáculo, al cual puede calificársele como divertido, sazonado picarescamente con un gratuito personaje travestido, como cualquier comedia comercial, esas donde se banalizan los temas y los argumentos, además del uso de interpretes destacados en la televisión y, por supuesto, y cobran las entradas.
Pero ese no es el texto Profundo que pasó a la historia en sus montajes de 1971 y 1997. Un texto político, que no es lo mismo que politiquero, como recuerda, Álvaro Mata, “estrenado en la época de la bonanza petrolera y el despilfarro, del disfrute hoy y pague (bien caro) mañana. En esos años, el petróleo generaba el 80% de los ingresos del país; el precio de litro de gasolina era el más bajo del mundo; y la pacificación a la fuerza, nueva forma de hacer política, recordaba una época ya vivida”.
Conclusión, Cabrujas, a 15 años de su muerte, suscita pasiones, aunque se quiera hacer comedia con lo que escribió. ¡Sigue vivo...coño!
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