El teatro ha sido siempre el arte de ilusionar y el desnudo humano forma también parte de esa ilusión, como pudieran formar parte Dios o los dioses, enseñan los teóricos argentinos. Sin embargo, el teatro venezolano, con sus cuatro largas centurias de su crispada historia, comenzó a mostrar actores y actrices totalmente desnudos a mediados de la segunda mitad del siglo XX por exigencias del libreto o el guión.
Y eso se aplaudió, o repudió, porque algunos empresarios caraqueños no quisieron quedarse atrás con las modas que venían de Nueva York, París, Londres o el nostálgico Madrid. Por afanes crematísticos, no exentos de curiosidad intelectual, compraron, a lo largo de la década de los ochenta, los derechos para exhibir aquí, en el teatro Los Cedros, las adaptaciones de las estadounidenses ¡Oh Calcuta! de Kenett Tyman y Camisetas, de Patrick Sheridan, libérrima versión que firmó Miguel Ponce, y la argentina Lección de anatomía de Carlos Mathus, en el Teatro Las Palmas.
Mientras tanto, en los cerebros de los autores criollos estaban germinando dos piezas, lo cual se constató en el siglo XXI. Eso ocurrió a finales de los años 2005 y 2009 con los espectáculos ¡Oh, Caracas!, musical con textos de Armando Sequera, Javier Vidal, Atamaica Nazoa, José Gabriel Núñez, Johnny Gavloski, Rubén Monasterios y Carlos Omobono y Al natural, la opera prima de José Vicente Díaz Rojas.
Erotismo escénico
¡Oh, Caracas! era un aceptable montaje visual y cultural, para reír y a veces, como consecuencia de la calidad de la pieza literaria y su desarrollo escénico, permitía que la sangre hirviera y organizara una revolución al sur del ombligo, ya que esa es la prueba única de que lo exhibido o escuchado logra sacar de su ligero sueño a la imaginación, sin la cual el sexo no es más que una mera reacción animal o fisiológica.
¡Oh, Caracas! tenía suficiente erotismo, no sólo verbal sino también visual, para que la mente de los espectadores planificara o buscara con quién desahogarse. Los desnudos, discretos y nada agresivos era el justo ingrediente para que el espectáculo fuera placentero.
Estas obras venezolanas, permitieron comprobar las dificultades de nuestros dramaturgos para componer sketchs o minipiezas con dosis eróticas, pues tienen que superar los atavismos judeocristianos de sus basamentos culturales, ya que no son sajones ni nórdicos. Subrayamos esto porque el erotismo exhibido es light y recargado, inocentemente diríamos nosotros, de misoginia y homofobia, de chistes y/o situaciones que buscan la risa fácil del público, pero nunca una reflexión profunda sobre algo tan básico en la vida de los seres humanos como son el erotismo y sexo. Un texto erótico para el siglo XXI tiene que tener algo novedoso u original y llevar un equilibrio entre la información de las conductas sexuales y los juegos o escarceos amorosos o románticos, dejando por fuera lo obvio y lo vulgar.
También destacamos que en su larga historia, el teatro venezolano, mejor dicho, los productores y los artistas, no había trabajado con eróticas revistas musicales, salvo unos shows mínimos en bares o discotecas o los socorridos montajes exhibidos por la televisión, desprovistos de maldad, por supuesto.
Las dos perlas
Hasta ahora, pues, lo más visto del teatro erótico criollo, han sido ¡Oh, Caracas! y Al natural. La primera dejó pingües ganancias y estuvo seis meses, entre diciembre de 2005 y mayo de 2006, en la sala Anna Julia Rojas.Y la segunda se quedó también seis meses en las carteleras de Teatrex y Escena 8 y, por si fuera poco, compraron los derechos en Colombia y ahora se muestra en Bogota hasta finales de agosto. ¡Oh, Caracas! fue producida por Esteban Trapiello, el empresario que en los años ochenta hiciera posible ¡Oh Calcuta!, dirigida por Daniel Clavero y protagonizada por Rodolfo Drago, el mismo que en el 2005 y 2006 se encargó de coordinar a la pieza de los siete autores venezolanos. Al natural, dirigida por José “Pepe” Domínguez, se mostró durante la Navidad del 2009 en la sala Escena 8 y se despidió de Caracas, por ahora. La opera prima de Vicente Díaz Rojas aborda con irreverencia y en clave de comedia de enredos, el polémico tema del nudismo y la complicada relación del ser humano con su cuerpo sin ropas. Ahí los hermanos Alí y Renato tienen ideas opuestas sobre el destino que se le debe dar a un caserón que heredaron de su padre, situado en la paradisíaca Playa Cristal. En el lugar coinciden los más variados e insólitos personajes; pero todos deben cumplir una condición: despojarse totalmente de sus trajes o vestidos para poder entrar. Este requisito pondrá a prueba los valores y prejuicios de cada uno de los involucrados. Equívocos y sorpresas matizan la entretenida historia. Para crear esta obra, tanto el autor como el elenco y el director investigaron sobre la disciplina del nudismo-naturismo, lo cual otorga veracidad a la divertida puesta en escena.
La posmodernidad
El teatro de Occidente cuando se inventó, hace por lo menos cuatro mil años , no se hizo para desnudar a los actores, al menos así ocurrió en la Grecia antigua, aunque la exhibición al natural del cuerpo era cosa frecuente en diversos rituales. Es durante la decadencia del imperio romano que se le aceptó sin ambages en las comedias atelanas. La desnudez actoral fue proscrita durante el Medioevo y la Modernidad. Antes de 1967 o 68, no era “teatral” y “de buen gusto” que se mostraran desnudos a los actores y actrices, hasta que unos estudiantes de la Universidad de Yale se atrevieron con la revista musical Hair (1967) para desafiar al puritano ambiente estadounidense e imponer así el teatro de la posmodernidad, como opina Francisco Nieva. Llegó ¡Oh Calcuta! (1976) y desde entonces el teatro occidental no ha cesado de exhibir desnudos en obras, de mayor o menor entidad significativa. “Lo pide el guión”, comenzó a decirse en los primeros tiempos de “destape” en la España de la transición.
Y eso se aplaudió, o repudió, porque algunos empresarios caraqueños no quisieron quedarse atrás con las modas que venían de Nueva York, París, Londres o el nostálgico Madrid. Por afanes crematísticos, no exentos de curiosidad intelectual, compraron, a lo largo de la década de los ochenta, los derechos para exhibir aquí, en el teatro Los Cedros, las adaptaciones de las estadounidenses ¡Oh Calcuta! de Kenett Tyman y Camisetas, de Patrick Sheridan, libérrima versión que firmó Miguel Ponce, y la argentina Lección de anatomía de Carlos Mathus, en el Teatro Las Palmas.
Mientras tanto, en los cerebros de los autores criollos estaban germinando dos piezas, lo cual se constató en el siglo XXI. Eso ocurrió a finales de los años 2005 y 2009 con los espectáculos ¡Oh, Caracas!, musical con textos de Armando Sequera, Javier Vidal, Atamaica Nazoa, José Gabriel Núñez, Johnny Gavloski, Rubén Monasterios y Carlos Omobono y Al natural, la opera prima de José Vicente Díaz Rojas.
Erotismo escénico
¡Oh, Caracas! era un aceptable montaje visual y cultural, para reír y a veces, como consecuencia de la calidad de la pieza literaria y su desarrollo escénico, permitía que la sangre hirviera y organizara una revolución al sur del ombligo, ya que esa es la prueba única de que lo exhibido o escuchado logra sacar de su ligero sueño a la imaginación, sin la cual el sexo no es más que una mera reacción animal o fisiológica.
¡Oh, Caracas! tenía suficiente erotismo, no sólo verbal sino también visual, para que la mente de los espectadores planificara o buscara con quién desahogarse. Los desnudos, discretos y nada agresivos era el justo ingrediente para que el espectáculo fuera placentero.
Estas obras venezolanas, permitieron comprobar las dificultades de nuestros dramaturgos para componer sketchs o minipiezas con dosis eróticas, pues tienen que superar los atavismos judeocristianos de sus basamentos culturales, ya que no son sajones ni nórdicos. Subrayamos esto porque el erotismo exhibido es light y recargado, inocentemente diríamos nosotros, de misoginia y homofobia, de chistes y/o situaciones que buscan la risa fácil del público, pero nunca una reflexión profunda sobre algo tan básico en la vida de los seres humanos como son el erotismo y sexo. Un texto erótico para el siglo XXI tiene que tener algo novedoso u original y llevar un equilibrio entre la información de las conductas sexuales y los juegos o escarceos amorosos o románticos, dejando por fuera lo obvio y lo vulgar.
También destacamos que en su larga historia, el teatro venezolano, mejor dicho, los productores y los artistas, no había trabajado con eróticas revistas musicales, salvo unos shows mínimos en bares o discotecas o los socorridos montajes exhibidos por la televisión, desprovistos de maldad, por supuesto.
Las dos perlas
Hasta ahora, pues, lo más visto del teatro erótico criollo, han sido ¡Oh, Caracas! y Al natural. La primera dejó pingües ganancias y estuvo seis meses, entre diciembre de 2005 y mayo de 2006, en la sala Anna Julia Rojas.Y la segunda se quedó también seis meses en las carteleras de Teatrex y Escena 8 y, por si fuera poco, compraron los derechos en Colombia y ahora se muestra en Bogota hasta finales de agosto. ¡Oh, Caracas! fue producida por Esteban Trapiello, el empresario que en los años ochenta hiciera posible ¡Oh Calcuta!, dirigida por Daniel Clavero y protagonizada por Rodolfo Drago, el mismo que en el 2005 y 2006 se encargó de coordinar a la pieza de los siete autores venezolanos. Al natural, dirigida por José “Pepe” Domínguez, se mostró durante la Navidad del 2009 en la sala Escena 8 y se despidió de Caracas, por ahora. La opera prima de Vicente Díaz Rojas aborda con irreverencia y en clave de comedia de enredos, el polémico tema del nudismo y la complicada relación del ser humano con su cuerpo sin ropas. Ahí los hermanos Alí y Renato tienen ideas opuestas sobre el destino que se le debe dar a un caserón que heredaron de su padre, situado en la paradisíaca Playa Cristal. En el lugar coinciden los más variados e insólitos personajes; pero todos deben cumplir una condición: despojarse totalmente de sus trajes o vestidos para poder entrar. Este requisito pondrá a prueba los valores y prejuicios de cada uno de los involucrados. Equívocos y sorpresas matizan la entretenida historia. Para crear esta obra, tanto el autor como el elenco y el director investigaron sobre la disciplina del nudismo-naturismo, lo cual otorga veracidad a la divertida puesta en escena.
La posmodernidad
El teatro de Occidente cuando se inventó, hace por lo menos cuatro mil años , no se hizo para desnudar a los actores, al menos así ocurrió en la Grecia antigua, aunque la exhibición al natural del cuerpo era cosa frecuente en diversos rituales. Es durante la decadencia del imperio romano que se le aceptó sin ambages en las comedias atelanas. La desnudez actoral fue proscrita durante el Medioevo y la Modernidad. Antes de 1967 o 68, no era “teatral” y “de buen gusto” que se mostraran desnudos a los actores y actrices, hasta que unos estudiantes de la Universidad de Yale se atrevieron con la revista musical Hair (1967) para desafiar al puritano ambiente estadounidense e imponer así el teatro de la posmodernidad, como opina Francisco Nieva. Llegó ¡Oh Calcuta! (1976) y desde entonces el teatro occidental no ha cesado de exhibir desnudos en obras, de mayor o menor entidad significativa. “Lo pide el guión”, comenzó a decirse en los primeros tiempos de “destape” en la España de la transición.
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