Algunos teatreros argentinos y venezolanos son del tamaño del reto que se les presente. Desafían lo imposible y perecen antes de fracasar. Han sido, son y serán felices porque crean estructuras y salen adelante sin dañar a nadie y sin faltarse a ellos mismos, pero sí dejan huella para que otros aprehendan. Nuestro oficio nos ha permitido acompañarlos en sus rutas existenciales y ponderarlos a lo largo de varias décadas y poder afirmar que tienen un ahora que obliga y compromete porque son artistas trascendentales y además provienen del más puro origen popular.
Todavía las peculiares sagas de esos artistas no han sido llevadas al teatro, pero mientras tanto llenan la escena con algo urticante que predica un poco de moral para estos tiempos revueltos y por eso Aníbal Grunn, fungiendo magistralmente como dramaturgista y director, ha tomado el original texto de Luigi Pirandello (Italia, 1867-1936), El gorro de cascabeles (1917), lo ha adaptado o transformado a la realidad de la Carora de 1942 y plasmado así las vicisitudes de una mujer celosa que buscando vengarse de otra hembra que se encama con su millonario macho, urde una cómica jugarreta para atraparlos en su pecado, pero esa victoria le hace perder la cabeza, cruza la raya amarilla y cae al abismo de la locura…donde ricos y pobres son iguales en el absurdo de sus vaguedades.
Hasta ahora ese novedoso y estremecedor espectáculo ha sido exhibido en la sala “Alberto Ravara” del Centro Teatral de Occidente Herman Lejter, en Guanare, gracias a la producción de la Compañía Regional de Teatro de Portuguesa, y es posible que venga a Caracas para la temporada 2011. Fue estrenado durante el pasado 30 de septiembre y ahora ha inaugurado el XXVIII Festival de Teatro de Occidente, el cual llega también a las comunidades de Yaracuy y Barinas.
Celos, malditos celos
Grunn y los teatreros portugueseños escenificaron El gorro de cascabeles porque querían un título universal, divertido y que hiciera pensar al espectador por la vigencia de la predica de Pirandello. Al leerla, sintieron perfectamente que el argumento podía ser venezolano, hicieron una investigación profunda en relación a los temas que aborda: machismo, feminismo, discriminación social, poder económico y poder social. Es una pieza sobre infidelidades y peripecias para maquillar todo, para disimularlo todo, donde la hipocresía de una clase social dominante triunfa…y no ha pasado nada, salvo que una mujer enloquece y le deja el camino libre a la otra, para jolgorio del macho. La ubicaron en Carora porque la historia nacional se los mostró clarísimo.
En la versión que suscribe Grunn, donde hay cinco personajes únicamente, los celos son la clave, porque ¿quien no ha celado cuando ha amado? Los celos desencadenan una historia terrible, dolorosa e indetenible. Ahí, Beatriz, joven esposa, sabe que su marido es infiel y desata una tormenta que culmina con el encarcelamiento de él y de la amante. Pero ella cae en su propia trampa al decir la verdad públicamente, porque…hay cosas que se pueden hacer, pero no se pueden decir. Hembra herida en lo social y en el afecto, tenía que quedarse callada ante la loca imprudencia cometida…nada menos que revelar el vicio del marido todopoderoso que usa o abusa de la mujer del prójimo, un ser humilde, viejo, pobre y feo, que no tiene más armas para defenderse que obligarla a ponerse el gorro de la locura y así permitirle decir toda la verdad sin más perjuicios que hacer creer que es una mujer que ha perdido la razón. ¡Al menos en el teatro hay una recompensa!
Esa drástica versión de El gorro de cascabeles que algunos pueden rechazar por “misógina” resulta que no es así. Es revolucionaria porque demuestra la falsa moral, la doble cara o el atormentado mundo en que viven muchos sectores de la burguesía y los sectores dominantes aquí en esta América balcanizada. Abofetea a la sociedad que utiliza mujeres como objetos o puntas de lanzas para herir a sus rivales de clase y organizar hasta un singular circo para ellos y el populacho adocenado. Pirandello no era precisamente comunista pero sabía de las filosofías marxista y hegeliana como pocos, y navegaba hacia un humanismo existencialista al estilo de Heidegger y con guiños al absurdo que impulsaría Sartre años después.
Puesta en escena
El conocimiento exhaustivo del texto de El gorro de cascabeles llevó al director Grunn a un montaje minimalista, compuesto de tres sillas, dos mesas y tres telones traslucidos y cinco actores bien jugados en comedia cuasicostumbrista para caracterizar seres que simbolizan o representan las clases sociales de una Venezuela del siglo XX: la burguesía, atendida por empleados y servida por obreros caseros, además de la policía en representación del Poder. Ellos son Carlos Arroyo, Edilsa Montilla, Wilfredo Peraza, Jesús Plaza y Elizabeth Prato.
Con esos cinco actores, Grunn desarrolla un espectáculo ágil, con texto parco en palabras pero preciso en conceptos y expresiones, nada de cháchara cómica, sino todo lo contrario: texto duro y hasta chocante por la maldad de las intenciones de los personajes. La acción escénica es como una gandola sin control, por la insania de su conductora (Beatriz, creada por una fría y calculadora Montilla) que rueda en una autopista hasta estrellarse. No hay piedad para ninguno de los ahí involucrados, salvo para el pobre empleado Sánchez (un asombroso Arroyo), cuya esposa es victima de los celos de la poderosa señora. La dirección hace un distanciamiento brechtiano con el uso de telones transparentes y suscita la risa cómplice del público, quien desde un principio descubre la maldad de la encopetada dama, que además esta embarazada e irritable como es natural. Todo ahí demuestra que nadie es de una sola manera: uno es como los demás te ven, como quieres que te vean y como realmente eres.
Regresó Arroyo
Se le conoce como gerente y organizador de agrupaciones teatrales y coordinador de festivales, pero Carlos Arroyo (Chabasquén, 1964) teatralmente hablando ha sido actor y parte activa del teatro desde niño. Vino a Caracas y en la Universidad Santa María (1981) hizo su primer montaje como director de El hombre de la rata de Gilberto Pinto, con el grupo Braga. Ahí también inicia su experiencia como diseñador y técnico de iluminación, pero en la Escuela de Teatro Porfirio Rodríguez, de Petare, del 1983 al 1985, aprendió definitivamente el abecé teatral. Volvió a Portuguesa y con Alberto Ravara fundan el Teatro Experimental de Chabasquén (1986). Conjuntamente con Ravara inicia el Teatro Estable de Portuguesa (1987). En Guanare ha dirigido más de 30 montajes. Ha construido el Complejo Teatral Herman Lejter. Desde 1988 lidera del Festival de Teatro de Portuguesa y lo ha transformado en el Festival de Teatro de Occidente (1993), pero antes en 1992 creó la Compañía Regional de Teatro de Portuguesa.
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