Los actores Elvis Chaveinte y Kevin Jorges con la directora Rosanna Hernández. |
Está terminando la temporada teatral de este
estrujante año 2018 y debemos reseñar, para la crónica general de sus meritorios
eventos, al espectáculo Tebas Land, pieza
avasallante del uruguayo Sergio Blanco (47 años), donde se hace una curiosa suma conceptual de la
tragedia griega Edipo Rey, de Sófocles
y se alude a la novela Los hermanos Karamazov,de
Fiódor Dostoievski y además se reiteran aquellas temibles formulaciones
de Segismundo Freud sobre el porqué los seres humanos buscan, casi siempre,
matar a sus progenitores, lo cual no es más que una metáfora sobre ese momento en que los hijos maduran y se apartan
de sus progenitores, con una especie de huida hacia adelante que se debe
aceptar siempre.
Tebas Land, la cual vimos dos veces en
la sala Rajatabla, donde hace temporada hasta el próximo 16 de diciembre, se muestra
en Caracas gracias a que la agrupación criolla Deus Ex Machina, para festejar sus cinco primeros años de
labores artísticas positivas, escogió este texto, ya estrenado, desde el año
2015, con éxito en otras capitales del mundo, y el cual hace temporada
venezolana con los magníficos actores Elvis Chaveinte y Kevin Jorges, en asombrosa
e inteligente versión escénica de Rossana Hernández.
Esta Tebas Land
inicialmente alude a las peripecias de un escritor empeñado en redactar una
pieza teatral sobre un parricida, un joven gay prostituto que mato a su papá
con 21 golpes certeros de un tenedor, por lo cual está preso y sentenciado,
mientras drena su fatalidad jugando basquetbol.
Tebas Land también termina siendo la reseña de un amor homosexual, porque
el prisionero, Martín Santos (Kevin Jorges), se enamora del curioso dramaturgo entrevistador
y hay una escena que debe estremecer a la audiencia por la fuerza de los intérpretes,
quienes hacen posible un enfrentamiento que es como una llamarada del más puro
amor en medio de la oscuridad de todo ese relato escénico.
Los espectadores cultos o informados podrán disfrutar de los guiños que
el dramaturgo Blanco hace, con los textos ante citados en el discurso de su
pieza, y además escuchar fragmentos del Concierto
para piano número 21 de Mozart, porque precisamente tan célebre compositor
fue atormentado por su padre.
El espectáculo, que dura unos 150 minutos escénicos, en un solo acto, no
cansa ni agota, sino que además lleva al público hacia una reflexión sobre el
temible bullying, ese acoso irracional que se presenta en las escuelas y hasta en
los mismos hogares, o en los mismos sitios de trabajo, con todos aquellos que
son diferentes o no están dentro de las normas o convenciones de una sociedad
machista y por ende autoritaria.
Para algunos críticos, en este texto Tebas
Land se asoma a la temible metateatralidad ya que revela el curso de los
mecanismos creativos y perfila así un panorama de laberintos psicológicos; todo
un sugestivo trabajo, compuesto por sutilísimos y significativos planos
interconectados, en el que están en permanente tensión lo trágico, lo ético y
lo poético. Buen trabajo de la directora Hernández que sus actores
materializan.
O tal vez, como aseguran otros
analistas, es una obra compleja y de una claridad cegadora al tiempo. O para
decirlo, con nuestras palabras, es una maravillosa obra, arriesgada, bastante original,
atractiva y bien construida que hemos podido ver y disfrutar, aquí en Caracas
durante las últimas temporadas. Y donde se materializa, para que el público se
deje capturar por una modesta cancha para el basquetbol carcelario, donde el
protagonista pretende matar el tedio de su soledad interna y externa.
A buena hora Rossana, Elvis y Kevin
han presentado esta pieza en Venezuela, donde hay un público ávido de ver
montajes de tales características, que, aunque puedan lucir viejos por sus temáticas,
son muy apetecidos porque abordan temas eternos o porque están vigentes en este
ahora.
EL AUTOR
El uruguayo Sergio
Blanco se dedica a las artes escénicas desde los 18 años, edad en que decidió
montar una puesta de teatro. Vive en Francia desde 1993, año en que ganó el
premio Florencio Revelación y cuando fue becado para estudiar en la Comédie
Française.
En estos días,
mientras visitaba Montevideo, dictó un seminario de dramaturgia para actores y estaba
preparando el estreno de Tebas Land,
en el teatro Solís. Ahí admitió que su regreso era todo un viaje, porque “es
reencontrarme con un Uruguay que yo dejé atrás hace 15 años, y es muy
interesante, porque se ve que en estos años han pasado muchas cosas”.
“Para mí, el teatro, como cualquier arte,
revela más desde el dominio de lo sensible que desde lo racional. Trabajar en
el Solís es una maravilla, sobre todo con este proyecto. Atahualpa del Cioppo, Taco Larreta y Nelly
Goitiño fueron mis grandes maestros. Empecé de una forma autodidacta,
cuando a los 18 años decidí dirigir Ricardo
III en el Castillo del Parque Rodó, con un grupo de personas que estábamos
empezando. Después me acerqué a distintas personas y maestros, y me pregunté
por qué no elegir a mis propios maestros. Empecé con Aderbal Freire-Filho,
siendo asistente en su puesta de Las
fenicias, espectáculo de Molière que dirigió aquí. Con Nelly Goitiño
trabajé como asistente de cátedra en la Escuela Municipal de Arte Dramático y
con Atahualpa del Cioppo tuvimos un encuentro muy bello durante su último año
de vida en 1993, año en el que yo estaba ensayando La gaviota y él me propuso hacer la asistencia. Ésta era una forma
que me permitía encontrarme cada dos o tres tardes con Atahualpa”. “Él decía
que era mi asistente, pero en verdad fue un aprendizaje muy grande para mí, no
sólo de Chéjov, Stanislavski y del teatro ruso, sino también de lo que es el
acontecer teatral. Quizá mi experiencia más intensa fue con Atahualpa, porque
ya era mayor y estaba cerrando su vida; cuando lo acompañé a tomarse su vuelo
rumbo a La Habana, falleció una semana después. Él sabía que estaba enfermo,
creo que le gustó encontrar a alguien de 19 años, con toda su fuerza y que
recién empezaba. Quizás lo más lindo de esos encuentros era lo periférico al
teatro. Tengo el recuerdo de largas charlas en las que a veces no hablábamos de
teatro, sino de lo que era la vida para alguien que estaba empezando a vivirla,
frente a alguien que sabía que la estaba terminando”.
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