miércoles, diciembre 05, 2018

"Tebas Land" en Caracas

Los actores Elvis Chaveinte y Kevin Jorges con la directora Rosanna  Hernández.


Está terminando la temporada teatral de este estrujante año 2018 y debemos reseñar, para la crónica general de sus meritorios eventos, al espectáculo Tebas Land, pieza avasallante del uruguayo Sergio Blanco (47 años), donde se  hace una curiosa suma conceptual de la tragedia griega Edipo Rey, de Sófocles y se alude a la novela Los hermanos Karamazov,de Fiódor Dostoievski y además se reiteran aquellas temibles formulaciones de Segismundo Freud sobre el porqué los seres humanos buscan, casi siempre, matar a sus progenitores, lo cual no es más que una metáfora sobre ese  momento en que los hijos maduran y se apartan de sus progenitores, con una especie de huida hacia adelante que se debe aceptar siempre.
 Tebas Land, la cual vimos dos veces en la sala Rajatabla, donde hace temporada hasta el próximo 16 de diciembre, se muestra en Caracas gracias a que la agrupación criolla Deus Ex Machina, para festejar sus cinco primeros años de labores artísticas positivas, escogió este texto, ya estrenado, desde el año 2015, con éxito en otras capitales del mundo, y el cual hace temporada venezolana con los magníficos actores Elvis Chaveinte y Kevin Jorges, en asombrosa e inteligente versión escénica de Rossana Hernández.
Esta Tebas Land inicialmente alude a las peripecias de un escritor empeñado en redactar una pieza teatral sobre un parricida, un joven gay prostituto que mato a su papá con 21 golpes certeros de un tenedor, por lo cual está preso y sentenciado, mientras drena su fatalidad jugando basquetbol.
Tebas Land también termina siendo la reseña de un amor homosexual, porque el prisionero, Martín Santos (Kevin Jorges), se enamora del curioso dramaturgo entrevistador y hay una escena que debe estremecer a la audiencia por la fuerza de los intérpretes, quienes hacen posible un enfrentamiento que es como una llamarada del más puro amor en medio de la oscuridad de todo ese relato escénico.
Los espectadores cultos o informados podrán disfrutar de los guiños que el dramaturgo Blanco hace, con los textos ante citados en el discurso de su pieza, y además escuchar fragmentos del Concierto para piano número 21 de Mozart, porque precisamente tan célebre compositor fue atormentado por su padre.
 El colofón del espectáculo es conmovedor y más de un espectador le atragantará la saliva porque es ver como el amor sí puede domar a las fieras o ser una grieta de luz para la recuperación del sentido de la vida misma, como lo plasma el presidiario Martín Santos al leer en una tableta las primeras páginas de Edipo, mientras el dramaturgo huye de sí mismo y no se sabe hasta cuándo, porque todo ha terminado con el estreno de la pieza que ha escrito y estrenado.
El espectáculo, que dura unos 150 minutos escénicos, en un solo acto, no cansa ni agota, sino que además lleva al público hacia una reflexión sobre el temible bullying, ese acoso irracional que se presenta en las escuelas y hasta en los mismos hogares, o en los mismos sitios de trabajo, con todos aquellos que son diferentes o no están dentro de las normas o convenciones de una sociedad machista y por ende autoritaria.
Para algunos críticos, en este texto Tebas Land se asoma a la temible metateatralidad ya que revela el curso de los mecanismos creativos y perfila así un panorama de laberintos psicológicos; todo un sugestivo trabajo, compuesto por sutilísimos y significativos planos interconectados, en el que están en permanente tensión lo trágico, lo ético y lo poético. Buen trabajo de la directora Hernández que sus actores materializan.
 O tal vez, como aseguran otros analistas, es una obra compleja y de una claridad cegadora al tiempo. O para decirlo, con nuestras palabras, es una maravillosa obra, arriesgada, bastante original, atractiva y bien construida que hemos podido ver y disfrutar, aquí en Caracas durante las últimas temporadas. Y donde se materializa, para que el público se deje capturar por una modesta cancha para el basquetbol carcelario, donde el protagonista pretende matar el tedio de su soledad interna y externa.
 A buena hora Rossana, Elvis y Kevin han presentado esta pieza en Venezuela, donde hay un público ávido de ver montajes de tales características, que, aunque puedan lucir viejos por sus temáticas, son muy apetecidos porque abordan temas eternos o porque están vigentes en este ahora.
EL AUTOR
El uruguayo Sergio Blanco se dedica a las artes escénicas desde los 18 años, edad en que decidió montar una puesta de teatro. Vive en Francia desde 1993, año en que ganó el premio Florencio Revelación y cuando fue becado para estudiar en la Comédie Française.
En estos días, mientras visitaba Montevideo, dictó un seminario de dramaturgia para actores y estaba preparando el estreno de Tebas Land, en el teatro Solís. Ahí admitió que su regreso era todo un viaje, porque “es reencontrarme con un Uruguay que yo dejé atrás hace 15 años, y es muy interesante, porque se ve que en estos años han pasado muchas cosas”.
 “Para mí, el teatro, como cualquier arte, revela más desde el dominio de lo sensible que desde lo racional. Trabajar en el Solís es una maravilla, sobre todo con este proyecto. Atahualpa del Cioppo, Taco Larreta y Nelly Goitiño fueron mis grandes maestros. Empecé de una forma autodidacta, cuando a los 18 años decidí dirigir Ricardo III en el Castillo del Parque Rodó, con un grupo de personas que estábamos empezando. Después me acerqué a distintas personas y maestros, y me pregunté por qué no elegir a mis propios maestros. Empecé con Aderbal Freire-Filho, siendo asistente en su puesta de Las fenicias, espectáculo de Molière que dirigió aquí. Con Nelly Goitiño trabajé como asistente de cátedra en la Escuela Municipal de Arte Dramático y con Atahualpa del Cioppo tuvimos un encuentro muy bello durante su último año de vida en 1993, año en el que yo estaba ensayando La gaviota y él me propuso hacer la asistencia. Ésta era una forma que me permitía encontrarme cada dos o tres tardes con Atahualpa”. “Él decía que era mi asistente, pero en verdad fue un aprendizaje muy grande para mí, no sólo de Chéjov, Stanislavski y del teatro ruso, sino también de lo que es el acontecer teatral. Quizá mi experiencia más intensa fue con Atahualpa, porque ya era mayor y estaba cerrando su vida; cuando lo acompañé a tomarse su vuelo rumbo a La Habana, falleció una semana después. Él sabía que estaba enfermo, creo que le gustó encontrar a alguien de 19 años, con toda su fuerza y que recién empezaba. Quizás lo más lindo de esos encuentros era lo periférico al teatro. Tengo el recuerdo de largas charlas en las que a veces no hablábamos de teatro, sino de lo que era la vida para alguien que estaba empezando a vivirla, frente a alguien que sabía que la estaba terminando”.

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