Mientras la temporada 2005 del Ateneo de Caracas es clausurada con la revista musical erótica ¡Oh, Caracas!/El otro lado de la cama, una millonaria producción de la empresa que comanda Esteban Trapiello, el grupo Theja cerró el ciclo 31, de su incesante busquedad de una estética propia, con el remontaje de Autorretrato de artista con barba y pumpá. Es una extraña pieza que, como algunos dicen, fue la última que escribió José Ignacio Cabrujas (Caracas, 1937-Porlamar, 1995), escenificada ahora por José Simón Escalona, en el Teatro Alberto de Paz y Mateos.
Esos fueron los dos últimos espectáculos que finiquitaron este año teatral, al cual hemos rotulado “el gran salto de la talanquera”, porque muchos teatreros optaron por independizarse financieramente del Estado y adoptaron la línea comercial, entendiéndose ésta como una busquedad de mayores audiencias, utilizando actores con más raiting (provenientes casi siempre de la televisión), además de temáticas y argumentaciones más ligeras. Aunque el fin último de una expresión artística, escénica en este caso, es llegar a grandes audiencias, es muy apresurado asegurar desde ahora que esta nueva tendencia de la comercialización del teatro tenga desde ya garantizado un gran éxito financiero, porque es el público o el soberano quien dirá la última palabra y dejará en la taquilla su aporte económico.
Mientras eso ocurre, en positivo o en negativo, hay que recordar que el Theja, con 82 espectáculos en su historia, la mayoría financiados por el Estado venezolano, gastó ahora no menos de 44 millones de bolívares para esta reposición de Autorretrato (la había estrenado en 1990). Sin esa inversión, la institución no hubiese podido cumplir su compromiso con el público y además tampoco habría participado en el décimo aniversario cabrujiano, y habría pasado por debajo de la mesa, aunque ya el Grupo Actoral 80 hizo lo suyo con el nuevo montaje de El día que me quieras, excelente trabajo del director argentino Juan Carlos Gené y memorable actuación de Héctor Manrique como el desubicado Pío Miranda.
Sin bolívares no hay teatro posible, ya que el financiamiento de un ctáculo">espectáculo teatral es de por sí toda una pieza tragicómica que muy pocos conocen. Y en el caso del Theja, esa inversión difícilmente fue recuperada por taquilla,pues la sala no tiene más de 180 butacas. Y es en medio de éste incómodo contexto financiero que se ha revivido un fragmento de la historia de Armando Reverón (Caracas,1889-1954), personaje de carne y hueso que inspiró a Cabrujas para convertirse en el protagonista de Autorretrato de artista con barba y pumpá.
Reverón y Cabrujas vivieron y perecieron bajo la incesante férula de la consecución del sustento para la supervivencia, el bolívar para el diario yantar. Ambos fueron hombres de talento, pero las sociedades en las cuales vivieron los explotó hasta la saciedad, los esquilmó hasta llevarlos a la muerte. Uno fallece, enloquecido en un sanatorio y dejando atrás decenas de obras suyas que enriquecieron a sus mecenas, y el otro fenece, infartado y ahogado en la piscina de una residencia donde se recluía para escribir una telenovela con la cual pretendía financiarse él y los suyos. ¡Similitudes no teatrales!
Crueles coincidencias entre Reverón y Cabrujas, pero más terrible porque el escritor se reflejó o se proyectó en ese fantástico pintor de la luz, como antes lo había hecho en sus piezas - Juan Francisco de León, Acto Cultural y El día que me quieras-, ya que él de alguna manera es el gran protagonista de todas ellas, porque él era un venezolano en pos de la historia y en desafío perenne a sus contradicciones existenciales, lamentando haber nacido unos metros más allá de un lugar donde las cosas le habrían sido diferentes. Reiteraba aquello de que los seres humanos no escogemos nacer ni seleccionamos a nuestros progenitores ni el espacio territorial donde iniciamos nuestros caminos; nos toca aceptar tales herencias y hacer un viaje, a veces ventajoso o tortuoso.
Este montaje de Escalona, junto al que hizo Gené, son para nosotros las mejores muestras del mejor teatro posible en Caracas, sin caer en los peligrosos caminos del teatro comercial. El primer actor Javier Vidal, sin tener la edad y el tipo reveroniano, logró una personaje de fantasía, una creación estética sobre el gran pintor de Macuto. Este comediante,cuando ya vive su medio cupón, está en su mejor momento de creación histriónica.
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