Durante los últimos 36 años de producciones teatrales caraqueñas, nadie se había atrevido a tanto: Esteban Trapiello y su empresa invirtieron 175 millones de bolívares para producir una monumental revista musical, cuyos contenidos oscilan entre la comedia sexual costumbrista, con algo de erotismo y unos sesudos miniensayos sobre los comportamientos sexuales. Ahí fueron utilizados 12 actrices y actores, quienes, además de desnudarse y exhibirse por 150 minutos, lograron dar vida a siete textos teatrales y siete entremeses. Mención especial merece el director, quien sí fabricó imágenes, les dio ritmos y obtuvo manifestaciones de sensualidad, sexualidad y erotismo innegables.
Cosas importantes ponderamos en ese experimento escénico rotulado ¡Oh, Caracas!/El otro lado de tu cama. Pero antes de evaluar tan respetable trabajo escénico se debe recordar que el sexo de los humanos está regulado por universales normas biológicas para funcionamiento y aplicaciones, además de diversas pautas sociales. Pero no sucede lo mismo con el erotismo, o la imaginación sensual, los cuales son eminentemente culturales y por lo tanto tienen notables diferencias según las sociedades. El erotismo nos diferencia de los animales, pero no es igual en todos los seres humanos y hay niveles de disfrute.
¡Oh, Caracas! es un aceptable montaje visual y cultural para los pacientes espectadores venezolanos, quienes han soportado, durante este año, para no citar lo visto desde finales del siglo XX, todo un conjunto de montajes depresivos o delirantes y nada estimulantes para la vida misma. Sirve bastante para reír y a veces, como consecuencia de la calidad de la pieza literaria y su desarrollo escénico, hasta permite que la sangre hierva y con fantástica velocidad organice una revolución al sur del ombligo, ya que esa es la prueba única de que lo exhibido o escuchado sí logra sacar de su ligero sueño a la imaginación, sin la cual el sexo no es más que una mera reacción animal o fisiológica.
Hay en ¡Oh, Caracas! suficiente erotismo, no sólo verbal sino visual, para que la mente de los espectadores planifique o busque con quién desahogarse. Los desnudos, discretos y nada agresivos (en playas o en piscinas se ven más carnes y mayores volúmenes, además que están más a la mano), son el justo ingrediente para que el espectáculo sea placentero. ¡Hay que estar muerto para rechazar cuerpos y palabras que exalten esos placeres. Y en la Sala Anna Julia Rojas lo que había era vida y deseos de seguirla disfrutando.
Claro está, para nuestro criterio, que todavía esos escritores de teatro, a excepción del novelista y cuentista Armando José Sequera y el polivalente artista Javier Vidal, tienen miedo a desnudarse en escena con sus textos. Se camuflan o hacen de camaleones. Lucen pacatos, consecuencia de la moral judeocristiana, y revelan atrasos culturales detectados por manifestaciones de misoginia y homofobia en sus textos, que lucen hasta ridículos. Los chistes sobre los indefinidos o gays son resabios más de los años 60 que de este siglo donde la sexualidad y el erotismo no tienen cortapisas, salvo normas sanitarias y legislaciones de protección a la infancia y la procreación.
Pero los autores no están solos. El público también mora con su atraso erótico y sólo la oscuridad de la sala podrá incitarlo a que su erotismo se desborde de ahí en adelante y salte esa brecha cultural en que lo ha mantenido el subdesarrollo. También le queda, a quien intente desarrollar su erotismo, un tanto de intuición y curiosidad, sendas herramientas que sacaron a Adán y Eva del Paraíso.
El gran triunfador es Rodolfo Drago, artista de bajo perfil, que ahora, apuntalado por Jorge Spiteri y el coreógrafo Henry Landa, ha logrado materializar esa “bomba de tiempo” que es ¡Oh, Caracas! Creó las didascalias e hizo de alfarero con actrices y actores. En funciones posteriores habrá logrado el tiempo escénico y el ritmo actoral adecuados para disminuir la duración del espectáculo. Todos los intérpretes involucrados fueron valientes, pero merecen ser recordados por sus performances: José Luis Montero, Maribel Zambrano, Karlos Palomino y Daniel Ramírez. ¡El soberano dirá, como siempre, la última palabra!
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