No comenzó ayer la historia del teatro comercial en Venezuela o en Caracas específicamente. Durante la segunda parte del siglo XX fueron muchos los quijotes que trataron de crear un sólido movimiento teatral alternativo independiente de las arcas del Estado y financiado íntegramente por los espectadores o por algún mecenas deseoso de pasar a la historia como el gran benefactor o el aupador de un Broadway criollo.
Juana Sujo, Horacio Peterson, Carlos Gimènez, Enzo Morera, Conchita Obach, Jorge Palacios, Guillermo González y Jorge Bulgaris, sin contar la empresa Mercateatro, son algunos de los artistas, productores y empresarios que invirtieron centenares de millones de bolívares, o de dólares cuando el cambio de las divisas era libre, en ambiciosos y costosos proyectos destinados a fortalacer un movimiento con textos importados y avalados, casi siempre, por sus rumbosos éxitos en lejanos escenarios y ante diferentes audiencias. No les satisfacía la “incipiente dramaturgia criolla” y la moda era todo lo del Norte o de Europa, aunque sus temáticas y personajes fuesen antípodas de los venezolanos. No todos fracasaron ni salieron con las tablas en la cabeza. Recuperaron las inversiones, pero no insistieron màs, entre otras cosas, porque “el público no acudía en masa” a las representaciones que eran de miércoles a domingo, o el juego de pelota les afectaba las representaciones durante el último trimestre de cada año. En fin, cundieron las explicaciones para no continuar en un negocio que era “altamente riesgoso” por los costos y porque la mayorìa de ellos no eran dueños de sus espacios teatrales y los pocos que se utilizaban para ese negocio tenían menos de 350 o 400 butacas. La verdad es que creyeron que era un mal negocio porque no obtenìan el 500 o el 1.000 por ciento de beneficios. Nunca entendieron la metáfora de la ardillita ni pensaron en los beneficios de la inversión cultural, que es muy diferente a la financiera.
De esa época dorada del teatro comercial, entre los años 60 y 90, quedan muchas “enseñanzas”, las cuales propalamos aquí, tras escuchárselas a un empresario ya retirado: es básico tener en los elencos a comediantes que tengan prestigio en la televisiòn; hay que pagar muy pocos derechos de autor, o ignorarlos al utilizar versiones chimbas; hay que usar las salas del Estado cedidas en comodato a instituciones culturales o publicas y privadas, y gastar muy pocos bolívares en promociones publicitarias, dejando ese rubro a la gratuidad informativa de las paginas de farándula o de cultura. En síntesis: le dejaron el camino libre al supuesto teatro de arte, ese que financia el Estado. Ese donde la inversión es a “fondos perdidos”, por así decirlo, pero donde el único que gana es el regente de la sala, que cobra siempre el 40 o el 60 por ciento de la taquilla.
Recordamos esa etapa del susodicho teatro comercial, ya que el siglo XXI se ha caracterizado, hasta ahora, por un vigoroso renacer de esa tendencia, utilizando los mismos mètodos y sus tendencias, y además sin mayores gastos promocionales, pero confiando en que el publico ira al teatro porque quieren ver en escena a la cómica o al cómico que esta de moda en la televisiòn. Y hasta ahora les ha ido muy bien, incluso algunos “empresarios”, cual aprendices de brujo, se han gastado las “subvenciones estatales” en sus montajes, y han recuperado y hasta ganado unos cuantos milloncejos.
Pero el gran avance en esta centuria es que el sector privado si ha invertido y puesto en marcha una especie de burbuja donde el teatro es uno de los grandes atractivos. Nos referimos al Centro Cultural Trasnocho. Ahí una sala, con menos de las 400 butacas, que trabaja, en doble tanta, de viernes a domingo. Cuando un espectáculo recibe la aprobación del crítico de las mil cabezas, o sea el público, durante tres o cuatro meses en cartelera, económicamente el negocio ha funcionado tanto para los artistas como para los regentes del local. Además, hay que hacerlo notar, se atreven a mostrar a ciertos autores criollos, como Javier Vidal e Isaac Chocrón, entre otros. Es el sitio de moda y todos quieren presentarse ahí: es el Ateneo del Siglo XXI.
Lo mas reciente que hemos visto en ese espacio teatral es el show cómico Entiéndeme tu a mí, del autor español Eloy Arenas, con Karl Hoffmann y Carlos Montilla
Este Hoffmann, que además es director y productor adjunto, al lado de la reconocida Jorgita Rodríguez, explica que este espectáculo, copiando a la vida misma, esta destinado a recordarle al público que la vida es posible si hay o si se apoya básicamente en tres conceptos: la reproducción, la nutrición y la relación. “Nos nutrimos con gusto, nos reproducimos con placer, pero nos relacionamos con fricción. Los prejuicios, el egoísmo y los nacionalismos interiores, nos impiden ver una realidad objetiva y no hacemos nada por entender a los demás, quizás no por maldad sino por ignorancia”. Y reitera que se trata de una sátira que explota la incomunicación en un mundo donde la única alternativa de relación es el pacto. Todos sus personajes están condenados a entenderse, y se desarrolla en un acto de cinco escenas en las que se exhiben y convencen diez personajes.
Sì, se trata de un espectáculo divertido, con unas gotas muy fuertes de ingenuidad, pero que se soporta por la entrega de Hoffmann y Montilla, quienes vienen a ser una revelación por la versatilidad de sus roles. Ojala que todos los espectáculos comerciales fuesen así: bajos en costos de producción y respetuosos de la teatralidad y por consiguiente de los espectadores que pagan por pasar un buen rato…sin herniarse las meninges.
Carlos Giménez decía que toda ciudad culta debía tener un menú teatral variado para que el público pudiera escoger entre un astracán o un vodevil o una tragedia griega o un melodrama contemporáneo. Caracas, por supuesto, va cojeando por ese camino...pero avanza
Juana Sujo, Horacio Peterson, Carlos Gimènez, Enzo Morera, Conchita Obach, Jorge Palacios, Guillermo González y Jorge Bulgaris, sin contar la empresa Mercateatro, son algunos de los artistas, productores y empresarios que invirtieron centenares de millones de bolívares, o de dólares cuando el cambio de las divisas era libre, en ambiciosos y costosos proyectos destinados a fortalacer un movimiento con textos importados y avalados, casi siempre, por sus rumbosos éxitos en lejanos escenarios y ante diferentes audiencias. No les satisfacía la “incipiente dramaturgia criolla” y la moda era todo lo del Norte o de Europa, aunque sus temáticas y personajes fuesen antípodas de los venezolanos. No todos fracasaron ni salieron con las tablas en la cabeza. Recuperaron las inversiones, pero no insistieron màs, entre otras cosas, porque “el público no acudía en masa” a las representaciones que eran de miércoles a domingo, o el juego de pelota les afectaba las representaciones durante el último trimestre de cada año. En fin, cundieron las explicaciones para no continuar en un negocio que era “altamente riesgoso” por los costos y porque la mayorìa de ellos no eran dueños de sus espacios teatrales y los pocos que se utilizaban para ese negocio tenían menos de 350 o 400 butacas. La verdad es que creyeron que era un mal negocio porque no obtenìan el 500 o el 1.000 por ciento de beneficios. Nunca entendieron la metáfora de la ardillita ni pensaron en los beneficios de la inversión cultural, que es muy diferente a la financiera.
De esa época dorada del teatro comercial, entre los años 60 y 90, quedan muchas “enseñanzas”, las cuales propalamos aquí, tras escuchárselas a un empresario ya retirado: es básico tener en los elencos a comediantes que tengan prestigio en la televisiòn; hay que pagar muy pocos derechos de autor, o ignorarlos al utilizar versiones chimbas; hay que usar las salas del Estado cedidas en comodato a instituciones culturales o publicas y privadas, y gastar muy pocos bolívares en promociones publicitarias, dejando ese rubro a la gratuidad informativa de las paginas de farándula o de cultura. En síntesis: le dejaron el camino libre al supuesto teatro de arte, ese que financia el Estado. Ese donde la inversión es a “fondos perdidos”, por así decirlo, pero donde el único que gana es el regente de la sala, que cobra siempre el 40 o el 60 por ciento de la taquilla.
Recordamos esa etapa del susodicho teatro comercial, ya que el siglo XXI se ha caracterizado, hasta ahora, por un vigoroso renacer de esa tendencia, utilizando los mismos mètodos y sus tendencias, y además sin mayores gastos promocionales, pero confiando en que el publico ira al teatro porque quieren ver en escena a la cómica o al cómico que esta de moda en la televisiòn. Y hasta ahora les ha ido muy bien, incluso algunos “empresarios”, cual aprendices de brujo, se han gastado las “subvenciones estatales” en sus montajes, y han recuperado y hasta ganado unos cuantos milloncejos.
Pero el gran avance en esta centuria es que el sector privado si ha invertido y puesto en marcha una especie de burbuja donde el teatro es uno de los grandes atractivos. Nos referimos al Centro Cultural Trasnocho. Ahí una sala, con menos de las 400 butacas, que trabaja, en doble tanta, de viernes a domingo. Cuando un espectáculo recibe la aprobación del crítico de las mil cabezas, o sea el público, durante tres o cuatro meses en cartelera, económicamente el negocio ha funcionado tanto para los artistas como para los regentes del local. Además, hay que hacerlo notar, se atreven a mostrar a ciertos autores criollos, como Javier Vidal e Isaac Chocrón, entre otros. Es el sitio de moda y todos quieren presentarse ahí: es el Ateneo del Siglo XXI.
Lo mas reciente que hemos visto en ese espacio teatral es el show cómico Entiéndeme tu a mí, del autor español Eloy Arenas, con Karl Hoffmann y Carlos Montilla
Este Hoffmann, que además es director y productor adjunto, al lado de la reconocida Jorgita Rodríguez, explica que este espectáculo, copiando a la vida misma, esta destinado a recordarle al público que la vida es posible si hay o si se apoya básicamente en tres conceptos: la reproducción, la nutrición y la relación. “Nos nutrimos con gusto, nos reproducimos con placer, pero nos relacionamos con fricción. Los prejuicios, el egoísmo y los nacionalismos interiores, nos impiden ver una realidad objetiva y no hacemos nada por entender a los demás, quizás no por maldad sino por ignorancia”. Y reitera que se trata de una sátira que explota la incomunicación en un mundo donde la única alternativa de relación es el pacto. Todos sus personajes están condenados a entenderse, y se desarrolla en un acto de cinco escenas en las que se exhiben y convencen diez personajes.
Sì, se trata de un espectáculo divertido, con unas gotas muy fuertes de ingenuidad, pero que se soporta por la entrega de Hoffmann y Montilla, quienes vienen a ser una revelación por la versatilidad de sus roles. Ojala que todos los espectáculos comerciales fuesen así: bajos en costos de producción y respetuosos de la teatralidad y por consiguiente de los espectadores que pagan por pasar un buen rato…sin herniarse las meninges.
Carlos Giménez decía que toda ciudad culta debía tener un menú teatral variado para que el público pudiera escoger entre un astracán o un vodevil o una tragedia griega o un melodrama contemporáneo. Caracas, por supuesto, va cojeando por ese camino...pero avanza
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