Si las instituciones culturales no tienen un marcado crecimiento en cantidad, calidad y espacio están condenadas a desaparecer o quedarse rezagadas con sus vitales servicios a la comunidad, sean privadas o públicas u oficiales, y por ende su desaparición está anunciada o garantizada, ya que los colectivos crecen y crecen y piden o exigen no sólo más sino siempre lo mejor y no aceptan mediocridades. Y eso rige para todas las naciones desarrolladas o para las que van más atrás y pretenden alcanzarlas. El fantasma de que eso pueda llegar a sucederle a la Fundación Trasnocho Cultural no deja dormir a su gerente general Solveig Hoogestejn y por lo tanto ella se las ingenia, cotidianamente, para que esa “burbuja” que mora en los sótanos del Centro Comercial El Paseo Las Mercedes siga en expansión y en función de la demanda de los espectadores y de los artistas que han transformado a dicho espacios en el Ateneo de Caracas del siglo XXI... y no es precisamente una cortesía.Ante esa “sana presión” que desde hace cuatro años están aplicando los teatreros para la creación de otra sala, diferente a la que conoce como Teatro Trasnocho, donde se pueda exhibir un genero de espectáculos alternativos ante los que anidan en la ya tradicional cartelera comercial, ahora sí se está utilizando un “espacio alterno” o "múltiple”, que además sirve para programar conferencias y talleres, como sala provisional de teatro, donde precisamente acabamos de ver el novedoso montaje La cena, texto del destacado artista Giuseppe Manfridi (Roma, 7 de marzo 1956), puesto en escena por Marc Caellas (Barcelona, España, el 14 de septiembre de 1974) y con un elenco de los más capaces y versátiles comediantes venezolanos: Alejo Felipe, Antonio Delli, María Fernanda Ferro e Ignacio Márquez.
La cena, que precisamente, le permitió a Caellas debutar como director, con un elenco de actores cubanos y españoles, en la temporada del 2002 en Miami, ahora lo relanza de Caracas como un sobrio puestista, cuidadoso del trabajo actoral y un buscador de nuevas formas espaciales para la ubicación del público, aunque ya antes había remontado, a partir de la puesta en escena de Elizabeth Albahaca, en la temporada del 2006, el unipersonal La noche de Molly Bloom, con la participación de la Ferro, en los espacios del Centro de Creación del TET, allá en el sótano de la Iglesia San Pedro, en Los Chaguaramos.Manfridi ha escrito que, como se desprende del título de su texto, una verdadera cena constituye el lugar, tiempo y circunstancia de la acción, destinada a desarrollarse a través de una progresiva persecución de descartes y golpes de escena, a medida que los platos se alternan en la mesa por medio de un siniestro sirviente a las órdenes de un no menos siniestro patrón, por momentos simpático y tremendamente astuto. Hay una huésped de honor que es una hija que ha regresado a casa después de años de ausencia y que tiene el valor de presentarse acompañada de un hombre cuyo papel, en apariencia obvio, estará, sin embargo, por descifrarse. “No añado más. La historia, a la que no debería ser ajena una buena dosis de humor absurdo, tiene, como es fácil suponer, un cierto sabor negro o, mejor dicho, de thriller. Hace tiempo que mi teatro busca indagar sobre los mecanismos que supervisan las lógicas del plagio y de la invasión recíproca y, La cena, con particular eficacia sobre otros textos por mí escritos, me parece capaz de representar, como un teorema, el sentido de esta búsqueda. Intelectualismos aparte, desde un punto de vista estrictamente teatral, el efecto debería ser el de un espectáculo durante el cual no se oyera volar ni una mosca sino, a intervalos, alguna previsible carcajada”, puntualiza el autor.
Se ha dicho que Manfridi escribió esta pieza por encargo de Walter Manfré para su Teatro de la Persona, el cual, según Caellas, “huye de las grandes iluminaciones, la espectacularidad y los efectos especiales, para concentrarse en el actor, el texto y el espectador”. Dicho en otras palabras, para el contexto venezolano, donde se han podido ver diversas manifestaciones del teatro universal, gracias a sus festivales internacionales, La cena es un regreso al casi olvidado teatro de la palabra, al teatro de las acciones mínimas, al teatro del teatro, a ese teatro que es como un papel carbón de la vida misma.
En La cena, con una situación y unos personajes burgueses, tres seres humanos juegan a vivir sus vidas según sus reglas, sin importarles para nada el otro. Un padre celoso que desea lo mejor para su hija, pero que no le deja una elección y no le permite el error, aunque ese siempre llega y se repite; una hija libertina que quiere hacer su vida, a sabiendas que tiene un papá que la quiere y es dueño de una fortuna, y un amante-marido-novio que quiere dar un braguetazo que le cambie la vida por un tiempo; además hay un ex-marido, cabrón además, que funge de sirviente. Son, pues, cuatro seres atrapados en una espantosa telaraña, donde lo único con sabor a vida es el vino tinto que ellos y el público consumen casi nerviosamente, porque lo que se representa es un tema de la cotidianidad, no es solo en las clases medias, sino también en las pobres, porque la lucha por la sobrevivencia no esta restringida a un solo sector, es general.
Las actuaciones son versátiles y corresponden a las exigencias mismas de los personajes. Nada sobra ni nada hace falta. Todo esta en su sitio y lugar. Es un ceremonia donde todo se ha preparado y espera su final, especialmente cuando el celoso padre quema los cheques para castigar al imbécil que su hija ha escogido como pareja. Hay, pues, una comunión casi de índole hiper-realista en cada una de los personajes, algo que conmueve. Y eso se agudiza porque el espacio escénico y teatral es una gran mesa oblonga, para 25 personas, la cual en una de sus esquinas reúne al trío que trata de cenar, de consumir selectas viandas, pero que lo que hacen es envenenarse por sus dramas.Creemos que el público hubiese tenido una mayor y mejor participación en este evento teatral, no sólo bebiendo el vino tinto, sino que el espectáculo hubiese tenido otras características lúdicas y seguramente hasta un final mucho más dramático, si además hubiese consumido los mismos alimentos del terceto principal. Es casi seguro que uno o varios espectadores hubiesen dicho o participado en ese juego escénico, donde hasta el chulo (felizmente encarnado por Delli), porque de eso se trata, culmina semi-desnudándose para complacer, inútilmente, al difícil suegro.
Por ahora, hay que reconocer que Marc Caellas tiene talento visible y debe por lo tanto seguir trabajando. Es sangre fresca para el teatro vernáculo. ¡Bienvenido!
No podíamos concluir, sin antes recordarles a los lectores que ese "espacio alterno" del Trasnocho Centro Cultural no es definitivo, sino que es provisional por ahora, hasta que su gerente tome otra serie de decisiones cruciales… pero eso será motivo de otra crónica.
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