No hay suficientes espacios escénicos para la actividad teatral y dancística venezolana, sea oficial o privada, artística o comercial. Gran parte de esas salas están en situaciones precarias, carecen de la tecnología que requieren los espectáculos que se presentan y eso genera un “cuello de botella” que traba o impide programaciones especiales. Y para dar un dato numérico, más definitivo que cualquier retórica, basta saber que en Caracas hay cinco salas pertenecientes al sector privado, como son Chacaíto, Corp Banca, Trasnocho, Escena 8 y Caracas Theater Club. Las otras, que se utilizan con regularidad y pertenecen al Estado, varias cedidas en comodato a particulares y otras controladas por el gobierno utilizando fundaciones culturales, son Alberto de Paz y Mateos; Casa del Artista, Ateneo de Caracas y Casa de Rómulo Gallegos (con tres salas, cada institución), Rajatabla, y el Teatro Municipal, sin contar al Teatro Teresa Carreño. Pero es tal la demanda de las agrupaciones que se deben postergar estrenos y realizar temporadas sumamente cortas.
Mientras el Gobierno hace un arqueo general de sus espacios existentes y formula un plan para rescatar a los espacios maltrechos y además el relanzamiento de los utilizables, las agrupaciones emergentes tienen que pasar las de Caín para acceder a las salas, ya que en muchas de ellas el currículo o “las recomendaciones” tienen un peso determinante, además de las observaciones sobre los elencos, porque prefieran a los que tienen “imagen en la televisión” porque “eso puede atraer espectadores”. En síntesis, exhibirse en una sala caraqueña, oficial o privada, tiene su precio o un cúmulo de exigencias que terminan por convertirse en filtros o en nuevas horcas caudinas. Eso ayuda a unas y decapita a otras. No existe un manual de procedimiento o un protocolo de conducta para que casi todas puedan mostrarse. ¡Necesaria es la concertación!
Sin embargo, existe un “paño de lágrimas”: la Casa del Artista, la cual con sus tres salas recibe a las agrupaciones caraqueñas y las del interior del país. Ahí se exhiben los montajes de los que recién comienzan o de los que no tienen “estrellas” de la TV en sus elencos. Lo que pueda pasar con tales piezas ya no está en las manos de los gerentes de dicha institución oficial (con Carlos Silva a la cabeza), quienes cumplen con prestar un servicio y apoyar al arte sin mayores distingos.Lo más reciente que ahí hemos visto fue el juguete cómico Yo vine por el aviso, escrito y dirigido por Germaín Galíndez, quien además actuó al lado de Rafael Conde, Michel Silva, Dilia Contreras, Mirna González, Raiza Briceño, Edugles Pérez, Dayana Velásquez, Eliana Figuera, Nilda Álvarez, Michel Flores y Amir Sadeddín. Se trata de una seria obra sobre el desempleo y la perversidad que existe entre los supuestos empleadores, quienes violan alegre y descaradamente la Carta Magna y otras tantas leyes, pero como espectáculo merece una revisión en su realización estética para que cumpla su objetivo lúdico-didáctico. Ahí hay talento para explotar y eso hay que hacerlo con rigor. No siempre, en las bellas artes, las buenas intenciones de los artistas son suficientes, ya que el teatro, en especial, tiene reglas o formulas básicas o imprescindibles que se deben respetar para que “el mensaje” llegue a la audiencia y no se desvíe
Mientras el Gobierno hace un arqueo general de sus espacios existentes y formula un plan para rescatar a los espacios maltrechos y además el relanzamiento de los utilizables, las agrupaciones emergentes tienen que pasar las de Caín para acceder a las salas, ya que en muchas de ellas el currículo o “las recomendaciones” tienen un peso determinante, además de las observaciones sobre los elencos, porque prefieran a los que tienen “imagen en la televisión” porque “eso puede atraer espectadores”. En síntesis, exhibirse en una sala caraqueña, oficial o privada, tiene su precio o un cúmulo de exigencias que terminan por convertirse en filtros o en nuevas horcas caudinas. Eso ayuda a unas y decapita a otras. No existe un manual de procedimiento o un protocolo de conducta para que casi todas puedan mostrarse. ¡Necesaria es la concertación!
Sin embargo, existe un “paño de lágrimas”: la Casa del Artista, la cual con sus tres salas recibe a las agrupaciones caraqueñas y las del interior del país. Ahí se exhiben los montajes de los que recién comienzan o de los que no tienen “estrellas” de la TV en sus elencos. Lo que pueda pasar con tales piezas ya no está en las manos de los gerentes de dicha institución oficial (con Carlos Silva a la cabeza), quienes cumplen con prestar un servicio y apoyar al arte sin mayores distingos.Lo más reciente que ahí hemos visto fue el juguete cómico Yo vine por el aviso, escrito y dirigido por Germaín Galíndez, quien además actuó al lado de Rafael Conde, Michel Silva, Dilia Contreras, Mirna González, Raiza Briceño, Edugles Pérez, Dayana Velásquez, Eliana Figuera, Nilda Álvarez, Michel Flores y Amir Sadeddín. Se trata de una seria obra sobre el desempleo y la perversidad que existe entre los supuestos empleadores, quienes violan alegre y descaradamente la Carta Magna y otras tantas leyes, pero como espectáculo merece una revisión en su realización estética para que cumpla su objetivo lúdico-didáctico. Ahí hay talento para explotar y eso hay que hacerlo con rigor. No siempre, en las bellas artes, las buenas intenciones de los artistas son suficientes, ya que el teatro, en especial, tiene reglas o formulas básicas o imprescindibles que se deben respetar para que “el mensaje” llegue a la audiencia y no se desvíe
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