No es un chiste ni tampoco una maledicencia. Es verdad: la Casa del Artista, bajo la égida de Carlos Silva, se ha convertido en algo más que “un paño de lagrimas” para las nuevas generaciones. Es una ventana o escenario para que se asomen los excluidos teatrales, aquellos que no consiguen quien les de una oportunidad para mostrar lo creado. Las otras instituciones no atienden a los nuevos, no les interesa sino aquello que les asegure un pingüe ingreso taquillero La comercialización más bastarda se ha apoderado de la escena. ¿Tendrá el gobierno que meter mano en ese problema que frustra la aparición de nuevas generaciones? Hemos denunciando esa situación desde hace un año y todavía no vemos luz alguna al final del túnel. ¿Quién le pone el cascabel al gato?
Mientras alguien se apiada de los debutantes al menos reseñamos a unos auténticos desconocidos, un grupo de jóvenes que pudieron acceder a la sala Doris Wells de la Casa del Artista. Ahí vimos una extrañísima o libérrima versión de la pieza La más fuerte, de Augusto Strindberg (Suecia, 22 de enero de 1849 / 14 de mayo de 1912), considerado precursor del teatro de la crueldad y teatro del absurdo. Originalmente es un monólogo (escrito en 1890) que revela la pugna entre dos mujeres por el mismo hombre, lucha que ya ha concluido con la victoria de una de ellas, como lo atestiguan sus palabras y el mutismo de la otra. Es un texto que muestra ese mundo femenino que tanto gustó al dramaturgo y el cual tantos problemas además le produjo. Desde el punto de vista contemporáneo y con los esquemas de la telenovela no es más que la lucha de dos “cuaimas” por el mismo macho y el canto de victoria de una de ellas.
Pero a la versionista y directora del montaje caraqueño, María Alejandra Rojas, se le volaron los tapones y mostró un doble espectáculo: a la izquierda, la pugna de las féminas, y a la derecha, el hombre disputado se entrega a un romance con otro macho. Eso no lo escribió ni pretendió Strindberg y podría interpretarse como una de las tantas posibilidades de conductas sexuales en una sociedad contemporánea. Muchas veces en nombre de la libertad de creación se hacen cosas así, que tienen dobles lecturas.
Mientras alguien se apiada de los debutantes al menos reseñamos a unos auténticos desconocidos, un grupo de jóvenes que pudieron acceder a la sala Doris Wells de la Casa del Artista. Ahí vimos una extrañísima o libérrima versión de la pieza La más fuerte, de Augusto Strindberg (Suecia, 22 de enero de 1849 / 14 de mayo de 1912), considerado precursor del teatro de la crueldad y teatro del absurdo. Originalmente es un monólogo (escrito en 1890) que revela la pugna entre dos mujeres por el mismo hombre, lucha que ya ha concluido con la victoria de una de ellas, como lo atestiguan sus palabras y el mutismo de la otra. Es un texto que muestra ese mundo femenino que tanto gustó al dramaturgo y el cual tantos problemas además le produjo. Desde el punto de vista contemporáneo y con los esquemas de la telenovela no es más que la lucha de dos “cuaimas” por el mismo macho y el canto de victoria de una de ellas.
Pero a la versionista y directora del montaje caraqueño, María Alejandra Rojas, se le volaron los tapones y mostró un doble espectáculo: a la izquierda, la pugna de las féminas, y a la derecha, el hombre disputado se entrega a un romance con otro macho. Eso no lo escribió ni pretendió Strindberg y podría interpretarse como una de las tantas posibilidades de conductas sexuales en una sociedad contemporánea. Muchas veces en nombre de la libertad de creación se hacen cosas así, que tienen dobles lecturas.
Liz González, Sara Tovar, Reinaldo Milano, Kenny Vitriago, Jorge Gómez y Marginette Pulido son los intérpretes ahí involucrados y quienes ahora se han dado a conocer, gracias a que encontraron un espacio escénico solvente y pudieron además convocar a una comunidad.
Por supuesto que la audacia de la adaptadora y directora tiene sus fundamentos: hay esposos que engañan a sus mujeres como ella lo exhibe y de eso hay unas cuantas crónicas periodísticas y divorcios como testimonios ineludibles. Cuestionamos que María Alejandra Rojas haya "firmado" todo eso al primitivo autor. Lo correcto es que ella asuma su responsabilidad y ponga a Strindbger como "el papá" de la pieza original, o sea deslindarlo de lo que ahora ven los caraqueños.
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