No sabemos quien lo dijo. Aquí lo vampirizamos para reiterar que la vida es una obra de teatro sin ensayos. Hay que cantar, reír, bailar, amar cuando se dejan, llorar de dolor o felicidad y vivir intensamente cada momento de nuestra existencia... antes que el telón baje y ese espectáculo culmine…sin aplausos o con lágrimas de sinceros deudos. Dios no ha permitido que elaboremos ese texto que estamos condenados a representar, sin cambiarle ni una coma, ni tampoco escoger con quienes lo actuamos.
Pero los seres humanos inventamos el teatro y es desde ahí donde podemos contar partes de nuestro viaje existencial, edulcorado o maquillado, y hasta exhibirlo ante diversos auditorios, para satisfacer así aquellos deseos de escuchar como nos aplauden.
Escribimos esto después de haber visto, durante 80 veloces minutos, el monólogo, con apoyos audiovisuales, de ese actor nato que es Daniel Sarcos, showman de la televisión quien desde hace 12 años conduce el programa Súper Sábado Sensacional de Venevisión.
Sarcos se atrevió a contar algunos detalles, sobre su saga personal como lo demuestra en Mi vida no es tan sensacional, desde el penth house de Corp Banca. Eso no lo hizo Renny Otolina, ni Amador Bendayan, ni mucho menos Gilberto Correa, quienes ocultaron sus cuitas intimas, a pesar que la teleaudiencia las conocía con multisápidos detalles, gracias a la prensa de farándula que humaniza a esos conspicuos ídolos de barro de la pantalla chica, intérpretes y animadores que la hacen posible.
En Caracas, desde los años 60, un sector de los cultores de las artes escénicas, apoyados por intelectuales de café con leche y alguna prensa culta, vieron con recelo o envidia a los actores y participantes en las actividades televisivas. Les declararon una necia guerrita, los calificaron de incultos, improvisados y hasta fenicios o comerciantes, porque montaron comedias ligeras de texto y de ropas, las cuales se fueron robando parte de su público, cansado de tanta seriedad y trascendencia trasnochadas. Eso ha permitido, ya en el siglo XXI, que se lean misiles periodísticos contra el teatro de arte o el difamado teatro comercial. En fin, una polémica tonta y subdesarrollada, porque en esa histérica reyerta dejaron por fuera al público, que paga los espectáculos, especialmente donde hay estrellas de tal novela o de otro programa televisivo.
Pero los seres humanos inventamos el teatro y es desde ahí donde podemos contar partes de nuestro viaje existencial, edulcorado o maquillado, y hasta exhibirlo ante diversos auditorios, para satisfacer así aquellos deseos de escuchar como nos aplauden.
Escribimos esto después de haber visto, durante 80 veloces minutos, el monólogo, con apoyos audiovisuales, de ese actor nato que es Daniel Sarcos, showman de la televisión quien desde hace 12 años conduce el programa Súper Sábado Sensacional de Venevisión.
Sarcos se atrevió a contar algunos detalles, sobre su saga personal como lo demuestra en Mi vida no es tan sensacional, desde el penth house de Corp Banca. Eso no lo hizo Renny Otolina, ni Amador Bendayan, ni mucho menos Gilberto Correa, quienes ocultaron sus cuitas intimas, a pesar que la teleaudiencia las conocía con multisápidos detalles, gracias a la prensa de farándula que humaniza a esos conspicuos ídolos de barro de la pantalla chica, intérpretes y animadores que la hacen posible.
En Caracas, desde los años 60, un sector de los cultores de las artes escénicas, apoyados por intelectuales de café con leche y alguna prensa culta, vieron con recelo o envidia a los actores y participantes en las actividades televisivas. Les declararon una necia guerrita, los calificaron de incultos, improvisados y hasta fenicios o comerciantes, porque montaron comedias ligeras de texto y de ropas, las cuales se fueron robando parte de su público, cansado de tanta seriedad y trascendencia trasnochadas. Eso ha permitido, ya en el siglo XXI, que se lean misiles periodísticos contra el teatro de arte o el difamado teatro comercial. En fin, una polémica tonta y subdesarrollada, porque en esa histérica reyerta dejaron por fuera al público, que paga los espectáculos, especialmente donde hay estrellas de tal novela o de otro programa televisivo.
n resumen, más de 40 años de zafarranchos entre unos y otros, terminan con la victoria del mal llamado teatro comercial, que no recibe subsidios del Estado, pero tiene audiencia cuantificable que permite su manutención, mientras que el otro se muere de inanición porque de la ubre oficial no manan los fuertes bolívares si no para espectáculos menos extranjerizantes y más comprometidos con una realidad criolla.
Esto es necesario recordarlo, porque Mi vida no es nada sensacional provocará sofocones a los cultores del, incorrectamente llamado, teatro de arte.
Sarcos, por razones intimas, aunque aseguran que fue influenciado por los monologantes Mimi Lazo y Luis Fernández, se interesó en hacer un unipersonal, leyó varios, pero al final optó por echar un cuento edulcorado sobre diversas facetas de su propia vida, desde su nacimiento -Caracas,29 de septiembre de 1967- hasta la pantagruélica Navidad de 2008 en Miami con su familia y la de su tercera esposa Chinquiquirá Delgado.
Lo lamentable es que no uso a un experto dramaturgo para elaborar una correcta estructura teatral, pues lo que hizo Andrés Malavé carece de dramatismo, de intensidad y llega incluso al aburrimiento, a pesar de tener un material virgen, como es la vida de Daniel Sarcos; la cual “llama poderosamente la atención”, que es sensacional, porque es un triunfador, un criollo mestizo que viene desde muy abajo, como lo ha reconocido, que se impuso por sus dotes histriónicas naturales y porque estaba en el sitio y en el momento adecuados, cuando se necesitaba alguien así, para llegar al pueblo raso y mayoritario y embelezarlo con un show televisivo de discreta calidad, el cual tiene un raiting impresionante, y todo eso no es gratuito, sino trabajado.
En resumen, la precisa dirección aplicada por Basilio Álvarez, el desenfado de Daniel Sarcos para representarse a mismo, el innegable humor del texto y la graciosa manera como el mismo interprete se burla de lo bueno y lo malo que se murmura de él, al tiempo que exalta a su actual pareja -bella mujer, además- convierten esos 80 minutos en el entretenido acto de un exitoso cuentacuentos, un ilusionista que hasta ahora ha triunfado, utilizando un tanto de viveza criolla para materializar ese sueño venezolano de triunfar, ayudado por eso que los otros teatreros desconocen o pretenden ignorar: la telegenia.
Buena imagen
La telegenia es una mágica capacidad para que una persona, sea o no actor, luzca atractiva y atrape a la teleaudiencia. Ayuda el maquillaje, el vestuario, la iluminación y, fundamentalmente, sus gestos, sus tonos de voz y un cierto dominio de las técnicas televisivas. La telegenia no es únicamente manipulada por periodistas, presentadores y colaboradores de la televisión, también la aplican los políticos, porque una “buena imagen” puede llegar a ser determinante para el éxito de su carrera, como enseña Wikipedia.
Esto es necesario recordarlo, porque Mi vida no es nada sensacional provocará sofocones a los cultores del, incorrectamente llamado, teatro de arte.
Sarcos, por razones intimas, aunque aseguran que fue influenciado por los monologantes Mimi Lazo y Luis Fernández, se interesó en hacer un unipersonal, leyó varios, pero al final optó por echar un cuento edulcorado sobre diversas facetas de su propia vida, desde su nacimiento -Caracas,29 de septiembre de 1967- hasta la pantagruélica Navidad de 2008 en Miami con su familia y la de su tercera esposa Chinquiquirá Delgado.
Lo lamentable es que no uso a un experto dramaturgo para elaborar una correcta estructura teatral, pues lo que hizo Andrés Malavé carece de dramatismo, de intensidad y llega incluso al aburrimiento, a pesar de tener un material virgen, como es la vida de Daniel Sarcos; la cual “llama poderosamente la atención”, que es sensacional, porque es un triunfador, un criollo mestizo que viene desde muy abajo, como lo ha reconocido, que se impuso por sus dotes histriónicas naturales y porque estaba en el sitio y en el momento adecuados, cuando se necesitaba alguien así, para llegar al pueblo raso y mayoritario y embelezarlo con un show televisivo de discreta calidad, el cual tiene un raiting impresionante, y todo eso no es gratuito, sino trabajado.
En resumen, la precisa dirección aplicada por Basilio Álvarez, el desenfado de Daniel Sarcos para representarse a mismo, el innegable humor del texto y la graciosa manera como el mismo interprete se burla de lo bueno y lo malo que se murmura de él, al tiempo que exalta a su actual pareja -bella mujer, además- convierten esos 80 minutos en el entretenido acto de un exitoso cuentacuentos, un ilusionista que hasta ahora ha triunfado, utilizando un tanto de viveza criolla para materializar ese sueño venezolano de triunfar, ayudado por eso que los otros teatreros desconocen o pretenden ignorar: la telegenia.
Buena imagen
La telegenia es una mágica capacidad para que una persona, sea o no actor, luzca atractiva y atrape a la teleaudiencia. Ayuda el maquillaje, el vestuario, la iluminación y, fundamentalmente, sus gestos, sus tonos de voz y un cierto dominio de las técnicas televisivas. La telegenia no es únicamente manipulada por periodistas, presentadores y colaboradores de la televisión, también la aplican los políticos, porque una “buena imagen” puede llegar a ser determinante para el éxito de su carrera, como enseña Wikipedia.
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