En Venezuela, el sainete y la revista musical salieron de escena ante el mutis de sus artífices y desplazados por una avanzada de teatro foráneo que arribó en los años 50 de la pasada centuria y se quedó para reproducirse en generaciones de dramaturgos miméticos. Sus desapariciones y la descarada transculturización que pocos detectaron, salvo las patrióticas alertas del agudo y crítico artista que era César Rengifo, sepultaron sin ceremonia alguna a los personajes criollos y sus humoradas, desamores e indescriptibles nostalgias. Pero aún quedan unos cuantos textos de Antonio Saavedra, Rafael Guinand o Luis Peraza, entre otros, que fueron y aún son fusilados por ingeniosos libretistas para crear guiones de espectáculos cómicos, los cuales todavía ganan ratings televisivos.
Algunos productores y ambiciosos artistas utilizaron los sainetes durante los años 70 y 80 para apuntalar un reventón de comedias comerciales que dio pingues ganancias, como se pudo constatar en el Teatro Chacaíto y otros similares que brotaron como hongos para imitarlo, pero después, al presentarse el síndrome de “la gallina de los huevos de oro”, se transmutó porque lo importante era un actor televisivo haciendo cualquier acto teatral, incluso sin un texto carente de lógica y poesía…y desde entonces tan lucrativa moda sobrevive.
Recordamos esto porque el fantasma del sainete criollo, integrado a una pudorosa revista musical, cual efectista fin de fiesta con bailes y canciones románticas, reapareció, a más de medio siglo, en la sala Anna Julia Rojas, de Unearte, al ser invocado por ese creativo director de espectáculos que ha resultado ser Miguel Issa, apuntalado en los recursos técnicos y artísticos de las compañías nacionales de Teatro y Danza, además de un conjunto de enjundiosos bailarines, bailarinas, vocalistas y diestros y bien acoplados músicos con Tony Monserrat a la cabeza.
Así lo demostró esa maravilla de polisémico trabajo teatral, vestido y ambientado en la Caracas de los años 30,40 y 50, que es Cabaret, reinas de la noche, donde humorísticos retazos literarios de Rafael Arvelo, Aquiles Nazoa, José Gabriel Núñez y Leonardo Padrón, entre otros, se mezclaron con las líricas y las perfectas voces de una decena de cantantes que interpretaron canciones como Miénteme, Cerezo rosa, Luna de miel en Puerto Rico, Sin motivo, Sistery Turn back o man, Quizas, Quizas , La vida es rosa, Besos de mi sueño, La burrita de Petare, El Morrongo, Compuesta y sin novio, Te quiero dijiste, Muñequita Linda, Andate y Aló, aló. Todo eso con un afinado acompañamiento musical.
Cabaret, reinas de la noche contó además con la proyección de selectos fotogramas de hermosas artistas latinoamericanas del mejor cine en blanco y negro, para reiterar así el homenaje del director Issa a la mujer venezolana de una época en la cual todo era más ingenuo y no había color ni video, donde el amar exigía prudencia y, especialmente, saber esperar y tener habilidad para bailar porque era la autopista al beso y la anhelada cita.
Imposible enumerar aquí a cada uno de los hábiles músicos o los artistas de los bailes de salón, así como los vocalistas. Sin embargo, no podemos olvidarnos de Verónica Arellano y de la veterana Manuelita Zelwer como la abuela que glosa festivamente todo lo que transcurre a lo largo de los 80 minutos que dura ese singular y nostálgico “dulce de lechoza”.
A sabiendas que las artes no pueden, ni deben, ser explicadas, y especialmente al teatro que tiene que ser comprendido desde el escenario mismo, el director Issa aclara que el cabaret como estructura teatral siempre ha sido un espacio multidisciplinario que permite la expresión, sin prejuicios, en un contexto social determinado. Advierte que el espectáculo que el ha creado y coordinado es una visión contemporánea del pasado que siempre nos pertenece y de la interculturalidad que nos caracteriza como venezolanos y latinoamericanos. E insiste que lo exhibido, un hibrido de música, danza, teatro y cine, no es más que “una velada que hace honor en especial a la mujer”. Una velada maravillosa, que además presenta a jóvenes talentos artísticos, reiteramos.
Algunos productores y ambiciosos artistas utilizaron los sainetes durante los años 70 y 80 para apuntalar un reventón de comedias comerciales que dio pingues ganancias, como se pudo constatar en el Teatro Chacaíto y otros similares que brotaron como hongos para imitarlo, pero después, al presentarse el síndrome de “la gallina de los huevos de oro”, se transmutó porque lo importante era un actor televisivo haciendo cualquier acto teatral, incluso sin un texto carente de lógica y poesía…y desde entonces tan lucrativa moda sobrevive.
Recordamos esto porque el fantasma del sainete criollo, integrado a una pudorosa revista musical, cual efectista fin de fiesta con bailes y canciones románticas, reapareció, a más de medio siglo, en la sala Anna Julia Rojas, de Unearte, al ser invocado por ese creativo director de espectáculos que ha resultado ser Miguel Issa, apuntalado en los recursos técnicos y artísticos de las compañías nacionales de Teatro y Danza, además de un conjunto de enjundiosos bailarines, bailarinas, vocalistas y diestros y bien acoplados músicos con Tony Monserrat a la cabeza.
Así lo demostró esa maravilla de polisémico trabajo teatral, vestido y ambientado en la Caracas de los años 30,40 y 50, que es Cabaret, reinas de la noche, donde humorísticos retazos literarios de Rafael Arvelo, Aquiles Nazoa, José Gabriel Núñez y Leonardo Padrón, entre otros, se mezclaron con las líricas y las perfectas voces de una decena de cantantes que interpretaron canciones como Miénteme, Cerezo rosa, Luna de miel en Puerto Rico, Sin motivo, Sistery Turn back o man, Quizas, Quizas , La vida es rosa, Besos de mi sueño, La burrita de Petare, El Morrongo, Compuesta y sin novio, Te quiero dijiste, Muñequita Linda, Andate y Aló, aló. Todo eso con un afinado acompañamiento musical.
Cabaret, reinas de la noche contó además con la proyección de selectos fotogramas de hermosas artistas latinoamericanas del mejor cine en blanco y negro, para reiterar así el homenaje del director Issa a la mujer venezolana de una época en la cual todo era más ingenuo y no había color ni video, donde el amar exigía prudencia y, especialmente, saber esperar y tener habilidad para bailar porque era la autopista al beso y la anhelada cita.
Imposible enumerar aquí a cada uno de los hábiles músicos o los artistas de los bailes de salón, así como los vocalistas. Sin embargo, no podemos olvidarnos de Verónica Arellano y de la veterana Manuelita Zelwer como la abuela que glosa festivamente todo lo que transcurre a lo largo de los 80 minutos que dura ese singular y nostálgico “dulce de lechoza”.
A sabiendas que las artes no pueden, ni deben, ser explicadas, y especialmente al teatro que tiene que ser comprendido desde el escenario mismo, el director Issa aclara que el cabaret como estructura teatral siempre ha sido un espacio multidisciplinario que permite la expresión, sin prejuicios, en un contexto social determinado. Advierte que el espectáculo que el ha creado y coordinado es una visión contemporánea del pasado que siempre nos pertenece y de la interculturalidad que nos caracteriza como venezolanos y latinoamericanos. E insiste que lo exhibido, un hibrido de música, danza, teatro y cine, no es más que “una velada que hace honor en especial a la mujer”. Una velada maravillosa, que además presenta a jóvenes talentos artísticos, reiteramos.
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