La realidad de las artes escénicas venezolanas sería otra, si se contara con tres o cuatro mujeres como Lupe Gehrenbeck, de largos cabellos e inmensas ideas originales y prácticas sobre lo que debe ser la dramaturgia y el oficio teatral para los tiempos que se viven. Ella, cuando disfruta la primavera de su primera cincuentena, felizmente casada y con merecida descendencia, tiene en la memoria de su computadora no menos de 20 piezas teatrales, de las cuales ha escenificado unas diez. Además de parir sus textos, los produce y los lleva a la escena con sus directrices. No hay, pues, otra artista teatrera como ella y de ahí nuestra satisfacción de poder conocer y aplaudir lo que hace. Belleza, por dentro y por fuera, sumada a un innegable talento y un natural don de gentes…más no se le puede pedir a una señora burguesa que podría estar muy tranquila en su casa con su marido y su prole…y resulta que ha elegido navegar entre los apuros de la inestabilidad teatral o desafiar a los vaporones del tráfago tropical, donde la incertidumbre es el agridulce olor del éxito colectivo o del fracaso individual.
De todo lo escrito y producido hasta ahora y donde ya maneja, definitivamente, una estética propia, su Gregory Mac Gregor es lo más completo, lo que mejor anuncia por donde van sus ambiciosos derroteros intelectuales. Ahí, sin miedo alguno, echa el cuento de un extranjero que sí luchó por la independencia de Venezuela, la primera o sea la del siglo XIX, y quien además dio un tremendo braguetazo, al ingresar a la familia de Simón Bolívar, pero que después se convirtió en un singular estafador, aunque esas maldades no le impidieron que lo sepultaran en el Panteón Nacional. Hay ahí una severa critica, muy socarrona, a la idiosincrasia criolla, que tan venezolana no es, y a la generalizada despreocupación popular por los asuntos trascendentales del pais. Esas son características de la conciencia colectiva que ya José Ignacio Cabrujas había criticado y mostrado a lo largo de todo su teatro. ¿Ella ha retomado ese camino y puede llevarlo con inteligencia y trabajo hacia otros estadios? Sí, y en ese reto se juega la vida.
Y como Lupe Gehrenbeck no se ha detenido en sus tareas creativas, pues, actualmente hace temporada en el Celarg con su pareja de monólogos Adán y Eva caídos de la mata de coco, apuntalada en los impactantes trabajos de los actores Gabriel Agüero (unos 23 añitos, no más) y Carolina Torres (en la trocha de unos treinta y déle añotes, muy esperanzadores). Aquello, para decirlo de verdad, es un razonado batiburrillo sobre todas esas cosillas que se dicen sobre hombres y mujeres que en el mundo han sido, desde los mitológicos habitantes del paraíso terrenal hasta la señora de limpieza de una oficina gubernamental o el caballerito que se gana la vida con su oficio de fontanero o toero. Es una monumental morcilla –delicioso plato con sangres vacunas y porcinas y las especies que nos evocan aquellos sabores de infancias lejanas- elaborada con verdades y medias verdades sobre el señor y la señora que identifican a los sexos masculinos y femeninos y toda su tragicómica descendencia. Hay ahí de todo, desde la envidia del macho hacia la hembra por aquello de la maternidad – ¡¿coño, lo que faltaba!?- y otras supuestas y complejas frustraciones de la mujer hacia el varón.
Son tantas ideas o propuestas las que ruedan por el escenario, que el público tiene que fruncir el culo, cerrar las piernas y cruzarse de brazos a la espera de los dulzones cocos que Lupe Gehrenbeck le lanza a los duros cráneos de su audiencia. Pero, gracias a Dios, esas dobles performances son de tanta calidad, incrementadas por la ingenuidad profesional del muchachón actor y la reposada tarea de la semi veterana cómica, que la audiencia aplaude con interés todo aquello, porque algo nuevo está naciendo, algo creativo y esperanzador clama desde el escenario y pretende ayudar a la dura vida de los criollos.
Porque no es el cuento o la anécdota escénica lo verdaderamente importante, si no lo que Lupe Gehrenbeck ofrece para que la gente reflexione o se lleve en las neuronas hasta sus casas. ¡Hay que pensar un poco más en la razón o en la sinrazón de una existencia inducida inicialmente y después obligada por las tramposas expectativas de conocer o amar para poder comprender!
Lupe Gehrenbeck preocupada porque los espectadores vean más allá de sus narices, ha reiterado, con maternal pedagogía, gracias a una cojonuda u ovárica entrevista que nos dio, que su invocación a los míticos Adán y Eva no es un juguete histórico sino una “historieta descabellada”, repleta de absurdos que subrayan esos peores exabruptos de la discriminación por los géneros, el miedo al semejante, y demás religiosidades del horror de una civilización que ha sido forjada culturalmente a partir de leyendas inverosímiles, como aquella de los antiguos habitantes de un paraíso terrenal.
De todo lo escrito y producido hasta ahora y donde ya maneja, definitivamente, una estética propia, su Gregory Mac Gregor es lo más completo, lo que mejor anuncia por donde van sus ambiciosos derroteros intelectuales. Ahí, sin miedo alguno, echa el cuento de un extranjero que sí luchó por la independencia de Venezuela, la primera o sea la del siglo XIX, y quien además dio un tremendo braguetazo, al ingresar a la familia de Simón Bolívar, pero que después se convirtió en un singular estafador, aunque esas maldades no le impidieron que lo sepultaran en el Panteón Nacional. Hay ahí una severa critica, muy socarrona, a la idiosincrasia criolla, que tan venezolana no es, y a la generalizada despreocupación popular por los asuntos trascendentales del pais. Esas son características de la conciencia colectiva que ya José Ignacio Cabrujas había criticado y mostrado a lo largo de todo su teatro. ¿Ella ha retomado ese camino y puede llevarlo con inteligencia y trabajo hacia otros estadios? Sí, y en ese reto se juega la vida.
Y como Lupe Gehrenbeck no se ha detenido en sus tareas creativas, pues, actualmente hace temporada en el Celarg con su pareja de monólogos Adán y Eva caídos de la mata de coco, apuntalada en los impactantes trabajos de los actores Gabriel Agüero (unos 23 añitos, no más) y Carolina Torres (en la trocha de unos treinta y déle añotes, muy esperanzadores). Aquello, para decirlo de verdad, es un razonado batiburrillo sobre todas esas cosillas que se dicen sobre hombres y mujeres que en el mundo han sido, desde los mitológicos habitantes del paraíso terrenal hasta la señora de limpieza de una oficina gubernamental o el caballerito que se gana la vida con su oficio de fontanero o toero. Es una monumental morcilla –delicioso plato con sangres vacunas y porcinas y las especies que nos evocan aquellos sabores de infancias lejanas- elaborada con verdades y medias verdades sobre el señor y la señora que identifican a los sexos masculinos y femeninos y toda su tragicómica descendencia. Hay ahí de todo, desde la envidia del macho hacia la hembra por aquello de la maternidad – ¡¿coño, lo que faltaba!?- y otras supuestas y complejas frustraciones de la mujer hacia el varón.
Son tantas ideas o propuestas las que ruedan por el escenario, que el público tiene que fruncir el culo, cerrar las piernas y cruzarse de brazos a la espera de los dulzones cocos que Lupe Gehrenbeck le lanza a los duros cráneos de su audiencia. Pero, gracias a Dios, esas dobles performances son de tanta calidad, incrementadas por la ingenuidad profesional del muchachón actor y la reposada tarea de la semi veterana cómica, que la audiencia aplaude con interés todo aquello, porque algo nuevo está naciendo, algo creativo y esperanzador clama desde el escenario y pretende ayudar a la dura vida de los criollos.
Porque no es el cuento o la anécdota escénica lo verdaderamente importante, si no lo que Lupe Gehrenbeck ofrece para que la gente reflexione o se lleve en las neuronas hasta sus casas. ¡Hay que pensar un poco más en la razón o en la sinrazón de una existencia inducida inicialmente y después obligada por las tramposas expectativas de conocer o amar para poder comprender!
Lupe Gehrenbeck preocupada porque los espectadores vean más allá de sus narices, ha reiterado, con maternal pedagogía, gracias a una cojonuda u ovárica entrevista que nos dio, que su invocación a los míticos Adán y Eva no es un juguete histórico sino una “historieta descabellada”, repleta de absurdos que subrayan esos peores exabruptos de la discriminación por los géneros, el miedo al semejante, y demás religiosidades del horror de una civilización que ha sido forjada culturalmente a partir de leyendas inverosímiles, como aquella de los antiguos habitantes de un paraíso terrenal.
¿Por qué una mujer siempre nos dice como tenemos que amarrarnos las trenzas de los zapatos y ajustarnos la correa del pantalón o abotonarnos la falda? Eso no lo enseña Lupe Gehrenbeck, pero es fácil deducirlo, pero si deja muy claro que Adan y Eva tienen la llave y la cerradura de la inmortalidad, no de ellos sino de sus descendientes…hasta que ellos mismos se destruyan, pero eso será otra pieza que ella ya está tejiendo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario