domingo, noviembre 14, 2010

Un Cabaret para Caracas

Producir comedias musicales en Broadway o en West End exige calidad profesional y riesgo comercial. Ese género teatral genera millones de dólares y necesita diestros artistas y además empresarios, conocedores del negocio y de todo lo que pasa en la escena, porque saben tanto como los directores y los autores. Y casi siempre les va bien.

Pero al mejor cazador se le va la liebre y en ocasiones todo falla. Las obras no atrapan al público y los medios de comunicación tienen críticos, guías para la audiencia, a quienes consultan para no malbaratar el dinero. Son momentos catastróficos en lo artístico y para el show business. La piedra filosofal que convierte en oro a los eventos escénicos no se ha descubierto todavía. No hay formulas mágicas. Y cuando el negocio con los musicales no se hace en Nueva York o Londres el riesgo es mayor porque los equipos artísticos no se improvisan en una madrugada y la inversión para tales fines tampoco abunda.

Pero en Caracas la horrible, como la llamara Simón Bolívar, el director Michel Hausmann y su productora Palo de Agua se arriesgaron, a lo largo de este siglo, y les fue bien con sus tres musicales, los cuales además mostraron en la provincia. Lograron consolidar elencos diestros que cumplieron, como Luigi Sciamanna y Armando Cabrera, entre otros.

Y para proseguir la huella de Hausmann y su empresa, el director César Sierra (nieto de los pioneros Lily Álvarez Sierra y Gabriel Martínez) se alió con el productor Carlos Audrines para realizar seis funciones de Cabaret en el Teatro Teresa Carreño, donde contabilizaron 9 mil espectadores y ahora van a Valencia, del 26 al 28 de noviembre, con cinco representaciones más. Así incrementarán el presupuesto para futuros montajes y poder dar trabajo a los artistas.

Cabaret es un espectáculo con coreografías, canciones y actuaciones ceñidas al texto que crearon John Kander, Fred Ebb y Joe Masterhoff para transformarlo en un musical, estrenado en 1967. Transcurre en Berlín, cuando el nazismo inició su siniestro periplo de 12 años, pero es optimista a pesar del ambiente sórdido y oscuro en que se desarrolla. Su mensaje global habla de la moral, de la libertad, de la búsqueda de la felicidad, del amor sin adjetivos y en su sentido más universal. Uno de los personajes dice una frase que resume el espíritu de la obra: “era como si se acercara el fin del mundo”. Pero después de esa reflexión los personajes cabareteros se atreven a cantar de nuevo y superan prohibiciones, amenazas y miserias para sacar lo mejor de la vida.

La perfecta dirección que impuso César Sierra superó escollos y lo mismo se puede señalar de algunos actores, como Luis Fernández, protagonista con su andrógino personaje de animador cabaretero, creado desde adentro y sin concesiones, secundado por la versátil Naty Martínez y el sobrio Adrián Delgado, y muy bien apuntalados por las performances de Francis Rueda y Cayito Aponte, la pareja separada por el nacionalsocialismo hitleriano. Un correcto cuerpo de baile y una precisa orquesta, comandada por Armando Lovera, completan el elenco profesional de este fino y aleccionador montaje antifascista.

Y como colofón, debemos resaltar que difícilmente la última escena de Cabaret se podrá olvidar. Ahí estaba el amanerado animador del antro berlinés mostrándose ante el público para despedirse, cubierto por una batola de rayas blancas y grises, adornada con la amarilla estrella de cinco puntas, para después dar la vuelta y avanzar, sin titubear y convencido de su destino, hacia los enceguecedores reflectores del campo de concentración donde los nazis se disponían a exterminar a los judíos. Aquello fue un puñetazo en el plexo solar, como para no olvidar jamás que la realidad siempre será más amarga que la ficción de ese espectáculo exhibido en Caracas y de su memorable factura artística venezolana.

Se ha avanzado mucho en el desarrollo teatral nacional pero todavía nos faltan más autores comprometidos con los momentos que se viven y capaces de crear metáforas escénicas como la de Cabaret: un salón para estimular todos los sentidos donde además se advierte que el amor y la libertad no se negocian ni se venden…pero por ellos hasta la vida se puede sacrificar con plena satisfacción.


1 comentario:

Observatorio Microempresarial dijo...

Lo felicito por esta excelente crítica. Qué bueno que no sólo hay pocos que hacen buen teatro, sino que también hay pocos buenos escritores y críticos como usted!