Quisimos “repetir”
el buen espectáculo Ningún hombre es una isla, muy bien escrito, dirigido y además protagonizado por José Tomás Angola
Heredia (Caracas, 1967), apuntalado en los correctos actores Andrea Miartus y
José Manuel Vieira, el cual habíamos disfrutado durante la temporada del pasado
mes de enero en el teatro Humboldt. Y por eso volvimos el sábado 15 de
septiembre a ese moderno edificio teatral que mantiene la comunidad alemana en
el San Bernardino caraqueño, sin sospechar que tendríamos que ver, por tercera
vez, el mismo espectáculo, como en efecto ocurrió, porque debíamos ponderar así
al nuevo talento para la actuación que se subía a esas tablas: Andrea Mariña,
un bella y espigada estudiante de periodismo, ya que Andrea Miartus había sido
sustituida perentoriamente tras una delicada operación de apendicitis, en la
mañana del domingo 16, y suspender sus presentaciones hasta otra temporada,
Sí, una vez más, la naturaleza nos
recordaba que los actores y las actrices son mortales y en ocasiones, hasta
milagrosas, emergen otras artistas que
asumen el reto de sustituirlas para que el espectáculo continúe, como ocurrió
el pasado domingo 23, teniendo, además, entre el público a la convaleciente Andrea
Miartus. Gracias, pues, a la pericia médica y a la buena suerte de la Miartus,
no hubo mayores problemas y el teatro venezolano cuenta ahora con una nueva
actriz, Andrea Mariñas, quien está muy entusiasmada además con sus estudios
universitarios y tiene muchos sueños para materializar en las artes escénicas.
Fuimos, pues, testigos preferenciales
de un hecho – y repito- milagroso o mágico en el mundillo teatral criollo,
donde ya se aprecian las ausencias y abundan las quejas porque no todo lo que
emerge tiene calidad. Pero ese será tema para otro artículo, porque no se deben
jurungar las heridas sociales y menos si son del sector cultural.
HEMINGWAY EN TERCERA TANDA
Debemos, pues, reiterar nuestras
preguntas sobre cuáles son la vasos comunicantes culturales y existenciales
entre el contemporáneo teatrero venezolano José Tomás Angola Heredia con el
bardo místico inglés John Donne (1572/1631) y el novelista estadounidense
Ernest Hemingway (Oak Park, 1899/ Ketchum, 1961) ¿Por qué se suicida el gringo
aquel si aparentemente lo poseía todo? ¿Tenía miedo a vivir o a seguir luchando
para escribir más obras famosas por su calidad literaria? ¿Vale la pena vivir a
pesar de los obstáculos sociales y políticos? ¿Para qué vivir si debes
renunciar a tus afectos o tus placeres? ¿Para qué vivir hasta envejecer acosado
por las enfermedades o las desilusiones que proporcionan los seres amados?
Las respuestas las
descubrió o las dedujo el teatromaníaco que en Caracas acudió a la sala Alexander
Humboldt, en la calle Juan Germán Roscio, en San Bernardino, donde precisamente
hizo una notable temporada el ponderado espectáculo Ningún
hombre es una isla.
Solamente en un espacio escénico como
el de Humboldt podía Angola Heredia hacer y lucir lo logrado. Un estremecedor
homenaje al ya legendario Hemingway durante el último año de su vida, por
intermedio de un bien caracterizado y exhaustivo monologo existencial del
célebre intelectual, con los precisos y convincente soportes de Miartus -.y
después la Mariña- y Vieira y la magia audiovisual que le proporcionó la
correcta utilización de las técnicas del mapping y el videobean para ambientar
la larga y exhaustiva, además de patética, despedida del autor de Por
quién doblan las campanas y otras novelas.
Angola Heredia revisa además con su
texto la poesía y la filosofía de Donne, en especial su poema Ningún
hombre es una isla, que es una amarga meditación sobre los seres humanos y
circunstancias existenciales en las sociedades que les ha correspondido vivir,
concretamente, como lo canta en su poema: “Ningún hombre es
una isla entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una
parte del todo. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda
disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la
tuya propia. Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta,
porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por
quién doblan las campanas; doblan por ti”.
El aburrimiento y desencanto
existencial de Hemingway, agravado por su dependencia alcohólica se
materializa en la escena gracias al encuentro mágico entre el escritor y los
protagonistas de su novela Por quién doblan las campanas, lo cual
permite ponderar el escritor en charlas con Robert Jordan y su enamorada
María, y avanzar hacia su final: el suicidio, utilizando una de sus
famosa escopetas de cazador, después de haber sido obligado a salir de Cuba por
la llegada de la revolución de Fidel Castro y sus guerrilleros de la Sierra
Maestra.
Y aquí debemos reconocer que en
ocasiones los arboles no nos dejan ver el bosque, y que es precisamente ahora
cuando hemos evaluado y disfrutado tres veces las montajes de Un hombre no es una isla cuando nos
impactó la técnica teatral-audiovisual, denominada mapping-video, aplicada a la escena, con la cual lleva cerca de cinco años
experimentando el teatrista Angola Heredia.
Pero, como le mismo lo admite, lo usó
por vez primera en la pieza Chirimoya
flat que protagonizaran Laureano Márquez, Crisol Carabal y los ya desaparecidos
Cayito Aponte y Levy Rossell. “Siempre he estado vinculado a los medios
audiovisuales y siempre tuve la curiosidad de intentar fusionar el teatro y la
multimedia. Pero lo quería hacer desde una visión diferente. El video se ha
usado mucho sobre las tablas, pero sentía que siempre se manejaba de la misma
manera: como efecto, interrumpiendo el discurso dramático, o como recurso
informativo. No se incorporaba como herramienta de lenguaje para el drama. El
mapping como tecnología tiene poco tiempo de estarse usando. Apenas la vi por
primera vez entendí que esa era la manera como debía usarse en el escenario. En
mis últimas cinco seis piezas lo he aplicado sistemáticamente, desde la construcción
de escenografía virtual hasta para modelar personajes que permitan la
interacción con el actor real. Desde el video estereoscópico para acentuar
atmósferas oníricas o psicologista, hasta la creación de espacios que rompan
las unidades de tiempo y lugar tan clásicas del teatro”.
Por lo pronto, reitera el artista, seguirá
en este camino que pone a su grupo, La Máquina Teatro, en la vanguardia de las
más recientes producciones teatrales del mundo. “Es un honor y un orgullo poder
hacerlo y demostrar que el talento escénico venezolano sigue siendo de primer
orden”.
Y nosotros, como críticos, aprendimos
algo que será vital para posteriores montajes, porque el ejemplo de Angola
Heredia ya cunde en esta Caracas.
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