Pablo y Carlos durante uno de los ensayos.
Gracias al estreno y la temporada del
espectáculo Oscuro, de noche, desde
el 27 de septiembre, a cargo de la Compañía Nacional de Teatro (CNT) en la sala
Alberto de Paz y Mateos, el caraqueño Pablo García Gámez (22 de septiembre de
1961) ha puesto definitivamente su marca en la dramaturgia criolla.
García Gámez, desde Nueva York, donde
lleva 26 años como residente, reconoce que esta pieza, con la cual ganó el
Tercer Premio de Dramaturgia Apacuana, que otorga el Ministerio del Poder
Popular para la Cultura, revela que en su récord ya tiene 16 piezas escritas y
montadas.
“Podemos
decir que hasta ahora tenía una obra y media estrenadas en Venezuela. La media obra es el Oasis Pub, que escribí junto con Elio Palencia en 1987. Este año 2018 se presentó ¿Y qué es Nueva York? como parte del ciclo breve de teatro
organizado por la Escuela Juana Sujo, durante los actos de conmemoración de su
70 aniversario.
¿Cómo nació
esta pieza? ¿Es cierto que se basó en un hecho de la vida real? ¿Cuál fue y
cómo hizo la investigación?
Sí, mi pieza Oscuro, de noche nace de un hecho real. Una tarde de domingo, llamé a mi madre. Ella estaba afectada porque un familiar había
sido victima de un acto violento de noche y en la calle. Me dio detalles. La situación de esa familia era compleja por
las connotaciones que tiene un hecho de ese tipo: las funerarias se negaban a
velarlo en sus predios, la abuela estaba enferma del corazón, el padre no se
movía de la morgue, en los medios apareció que el muchacho era un delincuente y
todo esto aunado al papeleo que tenían que completar. Esto se convirtió en imágenes recurrentes,
imágenes que me perseguían. Tal vez al
año, quizás dos, llegó el momento de conjurarlas: me puse a escribir. La
investigación sobre los hechos, más que investigación fue la voz de mi madre,
Graciela Margarita, extraordinaria narradora oral que nunca se reconoció como tal,
pero cuando contaba una historia lo hacía con propiedad y convicción. Nunca hablé directamente con los padres o
hermanos del joven Kenny Javier Barrios; a pesar de los años tuve y tengo temor
porque ese tipo de dolor no se cura; sin embargo, cuando terminé la pieza,
ellos la leyeron, no les pregunté qué les parecía y ellos tampoco me dijeron. Después
me enteré, de cosas que decían los personajes, que llegaron a decir los padres;
por ejemplo, supe que la madre una vez gritó: “¡Dios, no existes!” como dice
Cristóbal, el personaje en el texto; claro, son situaciones límite. Los padres irán a la obra: espero que tenga
un efecto positivo para ellos. También
pude cotejar la parte de los medios y encontré la información. En el respetable periódico caraqueño EL UNIVERSAL hay
información real y concreta sobre ese suceso. El teatro poetiza nuevamente a la
más cruda realidad.
¿Cómo diseñó la obra y cómo abordó su escritura?
Esta obra arranca como imagen
recurrente. La imagen está ahí, la ves,
piensas en ella, imaginas qué dice el personaje. Pasa el tiempo y en tu mente escuchas las
respuestas de otros personajes, aparecen otras situaciones. Su escritura apunta a la médula de la esfera
privada de esa familia que ha sido desequilibrada, herida. El detonante es el hecho que le ocurre a
Kenny y lo que me importaba era ver qué pasaba en el mundo de Zenobia y
Cristóbal, y Lucia; sus padres y la novia. Encontré que necesitaba un narrador,
un juglar contemporáneo para guiar la historia, y me inventé al payaso.
¿Su
técnica dramatúrgica no es convencional y deja al director el trabajo de
interpretar la idea general y además de crear las didascalias?
Agradezco que llames a mi técnica no
convencional. Creo que lo dices por dos
aspectos. El primero es el manejo del
tiempo; pienso que esta pieza puede ser una especie de evocación, de recuerdo,
y no recordamos de forma lineal: con frecuencia recuerdas una imagen y luego te
viene otra del mismo hecho pero anterior cronológicamente y otra que es
posterior, una que no vendrá porque la olvidaste, y así. Interviene en ese proceso la necesidad de no
hacer una línea recta en la narración para atrapar la atención e incorporar al
espectador al mundo de la pieza. El
segundo aspecto, que se refiere a la ausencia de didascalias no es tan
novedosa: los textos del Siglo de Oro, por ejemplo, no tienen mayores acotaciones. Si disfruto leer acotaciones como las de Valle
Inclán que son poesía. El punto es que
hay una dramaturgia del cuerpo; el entrenamiento y la experiencia del actor van
formando una dramaturgia de movimientos, gestos, tensiones. El actor tiene un repertorio orgánico que el
escritor -salvo casos excepcionales- carece.
Quiero que mis textos aprovechen esas experiencias que tienen los
intérpretes de la obra: es otra posibilidad -y en extremo comunal- de una
puesta en escena con una técnica alternativa: el texto con sus posibilidades
más las posibilidades de un elenco, que éste ponga a disposición su experiencia
en las tablas para así tener una real co-autoría. Eso no quiere decir que sugiera alguna imagen
como la del sepelio de Kenny. Está la labor del director que suma todas esas
experiencias y agrega su visión del trabajo.
En este caso, que Carlos Arroyo haya llegado a la imagen de que la pieza
se desarrolla en un circo, que haya percusión que hasta puede sugerir un estado
de trance, son consecuencias de ese diálogo texto-director-actores; pude ver un
ensayo que se convirtió en una experiencia sensorial de sonido, movimiento, de
voces que en realidad decían algo: un trabajo orgánico y de equipo. Además, está lo que llamo el punto de fuga:
una situación ambigua a resolver por el espectador: en este caso son las
versiones tan disimiles que dan los testigos que presencian el hecho.
¿Cuál
sería tu propuesta final: contar una aciaga historia o proponer al
espectador una reflexión sobre los orígenes o causas de la tragedia y la
expiación de los vivos que sufren por esa muerte?
En Oscuro,
de noche tengo dos propuestas: que el espectador acuda a una obra de teatro
para entretenerse. La propuesta subyacente es que en ese acto colectivo emerja
la reflexión. La pieza habla del miedo
que nos ha hecho construir muros invisibles lo que, si es verdad que estamos
con otros millones de almas, procuramos encerrarnos. Por eso hay varios monólogos: el de los
testigos que presencian, pero no denuncian porque a veces nos sentimos solos,
desvalidos. Una mirada, un gesto, el
ruido de una moto, la caída de la tarde, un frenazo, un modo particular de
caminar, la noche nos pone sobre aviso. La
idea es mostrar cómo ese muro nos ha hecho construir estereotipos: un
motorizado es un malandro. La idea es compartir ese miedo y, si no se disuelve
del todo, por lo menos que permita articular nuestros temores que si se
comparten permitirán asumir la ciudadanía, en el ejercicio ciudadano que
permita al colectivo conjurar ese miedo a partir de la práctica.
¿Tiene
un método especial para escribir o cada obra le exige técnicas y trabajos
diferentes?
Mis piezas tienen en común la imagen
recurrente de la que hablé arriba.
Pocas, muy pocas, han sido sobre una decisión consciente “voy a escribir
tal cosa”. Eso sí, cada pieza exige su
método. De Oscuro, de noche por ejemplo primero salió el primero y el último
cuadro (yo los llamo fragmentos). La
premisa durante su escritura era que no se convirtiera en un texto lineal; la
pieza fue avanzando. Cuando pensé
tenerla lista, la reordené cronológicamente para revisar si necesitaba algún
otro cuadro o fragmento y posteriormente, la volví a su orden original que es
con el se representará en la Compañía Nacional de Teatro. En el caso de otra
pieza, Olvidadas, planteaba acciones
performánticas como jugar con arroz, dibujar sobre papeles pegados a las
paredes y el tiempo allí se volvió cíclico.
¿Qué
le pide o exige al director que monte sus textos?
Tengo muy buenas experiencias con la
mayoría de los directores que han dirigido mis piezas. Sí les sugiero que se aproximen a ellas con
ingenuidad. Así como mis textos abren
posibilidades de lecturas, un director arriesgado va conformando su idea a
partir de la dramaturgia del cuerpo del actor.
Me provoca suspicacia el director que sin tener un elenco ya sabe cómo resolverá
el montaje. Mi más reciente trabajo en
Nueva York, El Gos, dirigida por
Leyma López, fue un proceso de aprendizaje integral para todo el equipo. Aprendizaje que se vio en la irreverencia y
audacia de la puesta en escena que se centró en el trabajo y potencial de cada
intérprete.
¿Qué
espera ahora?
Llegar a Caracas y ver ese espectáculo
final que ha logrado Carlos Arroyo y su gente. Gracias a Dios por hacer posible
todo esto. Qué la vean muchísimos venezolanos y haya la necesaria catarsis que
exigían los griegos y que necesitamos los venezolanos, ahora y siempre.
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